La metáfora surge espontánea. Si el disco de llama Atar, y su “corte de difusión”, también, una primera manera de hurgar en él es desatándolo. Laura Ros piensa en dos formas de hacerlo. Una es, precisamente, explicar el título a través de la canción que más le gusta. “Para mí, ‘Atar’ es la canción que mejor representa al disco a nivel sonoro, e incluso a nivel lírico, su letra, su contenido”, es la primera. La segunda habla de un trabajo en conjunto, de una unión entre tres cabezas (la de ella más las de Lucas Caballero y Juan Manuel Ramírez, guitarrista y baterista de los inefables Guauchos), en la que cada una tenía su forma de ver el disco, su diferencia. “Hubo que atar esas diferencias para lograr una confluencia, y así fue como el disco tomó forma. Esto es lo que me gusta del resultado final, porque realmente es un disco que es producto de noso- tros tres. No hubiese sido el mismo disco si uno de nosotros no aportaba su mirada”, afirma Ros acerca de la amalgama estética a la que llegó con los dos músicos formoseños y que precisamente da con el perfil folk-rock, rock-folk, rabia folklórica –o como se lo quiera llamar– que sobrevuela buena parte de las nueve piezas que pueblan el disco, y que la hija de Tarragó estrenará en público hoy a las 21, en el Teatro del Viejo Mercado (Lavalle 3177).  
Atar es el cuarto trabajo del maravilloso itinerario musical de Ros y, pese a ciertos matices sonoros que lo identifican puntualmente, conserva, y hasta refuerza, una sintonía con el resto dada por su carácter de creadora de músicas e historias (menos “Ayer”, de Barbarita Palacios, todos los temas son suyos). También por la búsqueda de un sonido acorde a los tiempos que corren y por el inevitable carácter intrépido que lleva en los genes. “Insisto con el trabajo de los productores porque fue fundamental el aporte de ellos, que armaron la parte de los arreglos de las guitarras y las baterías. Yo lo que hice fue pegar esas cosas, por mis características personales… es algo que no puedo evitar. Es más, cuando hablé con ellos para hacer la producción del disco, sabían que iban a trabajar con una persona que no espera que se arme todo para ir a cantar al estudio, porque obviamente no es así”, explica la cantante, autora, bajista, compositora y guitarrista, sobre el trabajo hacia dentro, del sucesor del premiado Tres. 
–Es llamativo que no haya metido mano musical Federico Gil Solá, su compañero…
–(Risas) Igual, él está presente en todo el disco porque lo grabamos en su estudio, y además fue el que más me incitó a que llame a los chicos de Guauchos, porque le encanta esa banda. Igual, me carga en las reuniones con amigos porque dice “no me dejó tocar en ningún tema”, y eso es porque el que armó toda la cosa rítmica fue Juan Manuel, entonces tiene que tocar él, porque lo que yo quería era el sonido de ellos como músicos. Las ideas por ahí las fuimos negociando, pero el sonido tenía que ser el de ellos, sobre todo para darle una cohesión al disco.
–Que está ahí, sí. Se nota claramente en una estética clara y definida, que tal vez también marque una pequeña diferencia con sus discos anteriores, aunque haya temas como “La ventana”, que indiquen lo contrario.
–Sí, y otro rasgo que tiene que ver con esto es que quedaron muchas canciones afuera. Cuando lo empezamos a trabajar con Lucas, que fue con el primero que me junté para elegir el repertorio, yo le iba mostrando cosas y él me iba diciendo “no, esto no tiene nada que ver con el concepto”… y entonces iba descartando cosas en medio del trabajo. Cuando reapareció “Atar”, que era un tema que yo venía trabajando desde hacía ratos y que tenía en una subcarpeta en la PC, le dije “éste es el tema, hagamos algo porque le falta un estribillo”, entonces Lucas empezó a tocar la viola, apareció el estribillo y se armó el concepto. Este tema tenía que ir sí o sí. Después hay otros temas míos que por ahí me gustan, pero que no iban para este disco. Me gustó la cosa de jugar con el concepto sonoro y que las canciones tuvieran que ver con un todo.  
Laura está embarazada. Ya sabe que va a ser nena, y que le va a poner Violeta. “Cuando empezamos a grabar, yo ya estaba embarazada. E incluso, cuando canté los temas ya tenía tres meses de Violeta en mí”, cuenta la creadora de la sintomática “Baguala para las dos”, que ha orbitado cerca de  grosas gentes como Mercedes Sosa, el Chango Farías Gómez, Peteco Carabajal, Horacio Molina, León Gieco, Raly Barrionuevo, Soledad y Pedro Aznar, entre muchísimos otros y que, además del nuevo disco y su predecesor Tres, ha publicado dos más en carácter de solista: Del aire, en 2005, y Buri, en 2009. “En general, a mí las fichas de componer me caen mucho más tarde, no me caen en el momento. No soy de esas personas a las que les pasa algo y enseguida arman una canción”, contesta ella, ante una pregunta que tiene que ver con el vínculo entre el embarazo y el disco.
–Entonces podría venir alguna canción “materna” en un futuro disco...
–Puede ser, sí. Volviendo a lo que decía, la que me salvó la vida en ese sentido fue Teresa Parodi. Estábamos en una reunión, me preguntó qué estaba componiendo y yo le dije que estaba con una traba. Que hacía un año que no me salía un tema, y que estaba angustiada por eso. Ella me dijo que no me angustiara por eso, porque estaba procesando. Me acuerdo que me preguntó si me salían diez temas juntos de golpe, yo lo dije que sí, y Teresa me respondió que no era magia, que era parte de un proceso… ¡me salvó la vida! Y es así, porque después me puse a recapitular y me pasa eso. Por ahí, hay etapas en las que no compongo nada, pero estoy súper conectada, y de repente me salen todos los temas juntos. 
–“En algún recodo quedará, lo que estás tratando de tapar / Ay cuando emerja fuerte el grito de la verdad”, canta en “Atar”. ¿Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia? 
–(Risas) Bueno, a veces no, ¿no? Estábamos haciendo este tema con Lucas, y la frase bajó en dos minutos. En lo personal, como decía antes, me parece el tema más importante del disco. Después, por ahí hay otro mejor, no sé, pero para mí es el más importante porque encierra un montón de cosas a nivel lírico y musical. 
–Hay que animarse a ponerle “Antitelesita” a una canción. Está todo Santiago del Estero pidiendo explicaciones…
–(Se ríe a carcajadas) A ver, las leyendas campesinas, entre las que se incluye la de la Telesita, en general tienen un contenido machista muy fuerte. La mano viene por ahí, porque a mí siempre me dio bronca que la Telesita, por ser tan osada de ir a bailar hasta tarde, tenga que morir quemada. Siempre me sublevó eso, ¿por qué, loco? Además, yo canto muchos de esos temas y la verdad es que me siento un poco culpable, a veces, y siento que tengo que devolver algo. Entonces, la forma fue escribir esta canción, en la que la Telesita no muere quemada, sino que sigue bailando. Evidentemente, tengo un problemita con los nombres de los temas (risas)… pero así le decíamos en los ensayos y, cuando llegó el momento de definirlo en la tapa, dije “ya fue, dejale antitelesita”… no me voy a engañar, porque el nombre era ése. 
–La pregunta es tan recurrente como inevitable: ¿qué dijo su papá del disco?
–Aún nada. Igual, él es muy “rompedor”. No sé si escuchó el disco, porque se lo di hace poco, pero sé que él se toma su tiempo para procesar. La verdad es que con mi viejo tengo un vínculo de mutuo respeto, él me respeta a mí y yo a él ni hablar, y sé que tiene sus diferencias en cuanto a la manera que yo encaro musicalmente mi carrera, pero las respeta porque sabe que siempre las sostuve con el cuerpo, y me la banco. Me ha costado festivales, y me la banco, y yo sé que a él se le juegan un montón de cosas a la hora de escuchar mi música. A veces pienso que este sería un disco que él no escucharía por su cuenta, si no fuera de su hija, aunque no creo que no pueda valorarlo… pienso que puede valorarlo. Así que, bueno, ya me enteraré.  
–¿Por qué de nueve temas hay uno solo (“Ayer”) que no le pertenece, y por qué eligió a Barbarita Palacios, su autora?
–Por muchas cosas. Primero, porque me encanta la canción, y además forma parte de un proyecto que tenemos con ella, Federico y Javier Casalla, en donde yo toco el bajo y hago coros, que para mí es lo más divertido del mundo. Con este proyecto grabamos un EP, y ese tema no quedó; por eso, y porque me encanta, terminé grabándolo. Además, siento la necesidad de incluir algo que no sea mío, que puede tener que ver con que otro dijo algo que me hubiera gustado decir a mí, y lo dijo de una forma que para mí es inmejorable, y bueno… lo digo. Suma puntos también el hecho de que Barbarita es una música que adoro y admiro, sobre todo porque es una compositora mujer, y me parece que está bueno que empecemos a darle más espacio en nuestros discos a ellas, porque hay temas que están buenísimos y no se los tiene en cuenta sólo porque están hechos por mujeres. 
–Por alguna vía, lo que dice devuelve a Violeta. ¿El nombre de su hija es por Parra?
–No necesariamente. Yo creo que un nombre siempre te tiene que traer algo positivo, pero a la vez no me gusta ligarlos tanto a una persona que ya existe, me gusta más ligarlo a la persona que va a venir. Por supuesto que tiene que ver con Violeta Parra, o con las violetas, pero me gusta más la idea de que sea el nombre de ella, que no venga con tanto peso. 
–¿Hasta qué punto se siente parte de la “patria folklórica” y hasta qué punto no?
–Digamos que tengo una patita en el folklore y otra afuera, siempre. En el folklore hay una cosa que está buena, por un lado, que tiene que ver con la reverencia de lo pasado, que es sobre lo que uno construye, pero la contracara es que siempre hay un desdén por el presente. Se tarda mucho en aceptar lo nuevo... las cosas se aceptan treinta años más tarde, y yo soy de las que piensa que hay que acelerar los tiempos, porque la vida se va. A ver, la gente que está componiendo ahora, está acá, ahora, y ahora tiene que comer. Además, tal vez nos estemos perdiendo obras que nos representan más, porque tiene que ver con una cosmovisión de hoy.
–Tal vez pase porque ese espacio semántico, digamos, lo ha ocupado el rock durante cincuenta o sesenta años. Aunque también es cierto que ahora el rock, como productor de sentido, le está dejando espacio a otras expresiones. Quizás, el problema sea que es un proceso bastante nuevo y que estamos en un período de transición. 
–Sí, igual digo, pensando en autores como Peteco o mi viejo, que son clásicos, pero también son bastante contemporáneos. Me acuerdo que mi mamá me contaba que cuando mi viejo estrenó “María va”, se tocó como ciento treinta y siete veces en el festival de Cosquín. Lo que sí pasa es que hay una resistencia mayor cuando se trata de cosas que rompen con el sentido común. A ver, “La chacarera del Crespín” es un tema nuevo, en realidad, pero entró rápido en la gente, porque tiene una temática tradicional. Por supuesto que yo no pretendo temas alternativos con “aires de”, pero sí me parece que hay una resistencia mayor cuando las canciones son generadas por mujeres. Es algo que no se termina de asimilar. 
–Aún teniendo en cuenta la cantidad de compositoras que hay, y de las buenas.
–Sí. El problema es que no se las graba, y justamente en un género como el folklore, en el que se tiende a interpretar más que a tocar temas propios. Hay mucho intérprete que elige no elegir temas de mujeres para sus repertorios, fuera de chiste. No sé, tal vez tenga que ver con una forma de decir pero, a ver, ¿cuántas mujeres han cantado “Mano a mano”, que más varonil no puede ser?... vamos, muchachos. Evidentemente, cuesta más pararse en el otro lugar.
–Volviendo al show ¿cómo es cantar con una criatura en el cuerpo?
–Es todo un tema relacionado con regular la energía, manejar el aire. Tengo que ser menos enérgica en el escenario, y voy a tener que bajar un cambio con eso, pero supongo que la energía se va producir desde otro lugar, porque cantar con un bebé en la panza es fuerte, aporta mucha intensidad. Además las letras, por más oscuras que sean algunas, siempre tienen un componente de luz, de vida. Es muy loco que esto pintara en el momento que pintó.