No imaginé lo que me esperaba. Despuntaba el otoño de 1972 y nuestro país estaba gobernado por una Junta Militar que encabezaba el general Lanusse. Todo comenzó de modo casi accidental. Me crucé frente al teatro San Martín con un poeta amigo que hacía un programa de lecturas afines por la radio municipal LS1. Le pedí datos sobre el director de la emisora: ideología, criterios, accesibilidad. Lo esencial para diseñar un abordaje. Mi propuesta era un disparate, o sea, un programa sobre el naciente rock argentino, que yo cubría desde una columna en la revista La Bella Gente. 

Mi amigo, algo a las apuradas en la avenida, fue explícito: “Se llama Ricardo Costantino. No es milico sino funcionario municipal de carrera. Te va a dar una audiencia de 5 minutos. Llevale el tema por escrito” . No más, se alejó enseguida. Era algo falluto.

A la semana siguiente me aboqué a la gestión, que bauticé El son progresivo. Por teléfono pedí una cita, que se concedió sin rodeos. Veterano, bajito, flaco y parco. Seguí las instrucciones del poeta. El me escuchó con atención y dijo: “Acá programamos por trimestre y el segundo ya lo tenemos completo. Dejame tu teléfono y veremos más adelante”. 

Lo anotó con letra chiquita en un ángulo de la hoja que le había entregado y extendió la mano como despedida. Giré para salir de la pequeña oficina que él usaba en vez del despacho institucional, y le oí preguntar: “¿Tenés suficientes discos?” Respondí afirmativamente y me fui con escasas ilusiones.

Al sábado siguiente sonó el teléfono en casa, era Costantino: “Oíme Grinberg, estoy aquí con Gardé, nuestro director artístico y se nos cayó un programa, tarde de sábado y domingo, media hora por día. Vení el lunes, preguntá por el señor Ramuni, él te va a explicar cómo hacemos las grabaciones y el contrato”. Dicho y hecho. Así debuté en radio. De modo mágico y misterioso.

El Son Progresivo fue en LS1 un punto de partida creativo a ultranza, donde comencé a generar programas múltiples. Costantino era un innovador de raza. Osado, insaciable e imaginativo. Para no ser interferido por los militares había formado un Comité Asesor de Notables como Beatriz Guido, Leopoldo Torre Nilsson, Rodolfo Arizaga, Ernesto Schoó y H. A. Murena. En los trimestres siguientes realicé Rock en Buenos Aires con Angel del Guercio (hermano de Emilio), Nueva Música Urbana con Oscar del Priore y La Joven Música, de mañana, por mi cuenta.

Entretanto, fracasaban los planes del general Lanusse para bloquear con su Gran Acuerdo Nacional el retorno al país de Juan Domingo Perón, exiliado en España. Por su lado, Costantino no paraba de innovar. Y de darme trabajo. Contrató a Tato Bores para emitir Super Tato 72, donde me ocupé de su musicalización (con tangos de la discoteca). 

La victoria peronista, en mayo de 1973, llevó fugazmente a Héctor Cámpora al gobierno nacional, y en septiembre todo el poder político fue obtenido por la fórmula Perón-Perón. Eso favoreció a los trabajadores de LS1, que dejamos de ser contratados y fuimos efectivizados. En la Argentina “liberada”, durante el verano de ese año, desde la radio pasamos a realizar los domingos por la tarde encuentros de músicos y público de rock, en el Parque Centenario, con la intervención de Luis Alberto Spinetta, Rodolfo García, Jorge Pistocchi y Emilio del Guercio, entre otros.

Con programas periodísticos sagaces y amplias emisiones desde el Teatro Colón, LS1 se colocó en 1974 entre las radios más sintonizadas de la Capital. El fallecimiento del presidente Perón en julio y el fascismo según López Rega detrás del mando de Isabelita, abrió las puertas a la censura en la emisora. Un mediodía, Costantino fue eyectado hasta el ascensor a punta de metralleta. Su equipo de colaboradores fue adscripto a otras reparticiones. A mí me tocó la mesa de entradas del policlínico Fernández. Ese sueño acabó bajo los siniestros influjos de la Triple A. Después, en 1976, arrancó la pesadilla del Proceso de Reorganización Nacional. Pero otros sueños amanecieron. En 1972, hace 45 años, germinaba indómito el rock progresivo argentino. Que pese al terror, como un guerrero, no detuvo para nada su marcha.