...pardo es la novela de Tomasi di Lampedusa que acuñó la frase: "Cambiar todo para que nada cambie". Es la historia del príncipe Don Fabrizio cuando comienza la unificación de Italia y la aristocracia debe retroceder o desaparecer. Es Tancredi, el sobrino de don Fabrizio y combatiente en las filas de Garibaldi, el que sugiere "cambiar para que nada cambie"; entiende que la nueva distribución de fuerzas se apoyará en una burguesía naciente, donde un aristócrata es decorativo, si es que no le cortan la cabeza. 

En la historia cercana sería como mafias o carteles que devienen en multinacionales. Hay una escena de antología en Fargo. Un mafioso "pacifica" una zona matando a medio mundo. Como premio le dan una oficina minúscula, un teléfono y una silla. Y le aconsejan aprender a jugar al golf. El poder ya no se dirime a los tiros. "Cambiar para que nada cambie".

Al fin Tancredi se casa con la hija de Don Calógero, el burgués. La influencia de la familia de Don Fabrizio se desliza hacia nuevos cánones sociales. Cambiar o desaparecer.

En la patria gaucha ese gatopardismo se ha practicado tanto, tantas veces, y tan bien, que apenas nos dimos cuenta. De eso se trata. De no haber sido así, seguiríamos gobernados por las familias patricias del siglo XIX, y eso no sucede. ¿O sucede y no lo vemos por efectos del gatopardismo?

Los Alzaga, Anchorena, Ortiz Basualdo, Alvear, entre otros, se repartieron la Patagonia luego de la masacre conocida poéticamente como la "campaña del desierto". Y los Martínez de Hoz están en la cúspide de la Sociedad Rural desde mediados del siglo XIX. ¿Alguno ha visto últimamente a un integrante de estas familias haciendo política en primer plano, ocupando lugares de gobierno, poniendo la caripela? Poco y nada. ¿Por qué? Porque han ejercido el gatopardismo y mantenido el poder, haciendo jugar a los burgueses de turno. Mutaron en los jóvenes de jeans que nos gobiernan. Gatopardismo de entrecasa, que funciona tan bien como en la novela.

El gift de esto ya no es el hombre que se va poniendo de pie y pasa de neandertal a homo sapiens, sino el que va del hombre de chaleco, bigotón, galera  y cigarro, el que pronunciaría "mushasha", al de los tipos que hoy nos gobiernan: parecidos a nosotros, pero depredadores de nosotros.

Para "cambiar sin que nada cambie" hay que tener herramientas: dinero, medios de comunicación. O apelar a alianzas matrimoniales, como Tancredi, o Lopérdido, Mitre, por ejemplo. Y para que el cambio sea creíble, debe ser más que un cambio de nombres. Debe ser de timón y de vestuario. Debe incluir una estética, una lengua, un discurso corporal.

Los herederos, los Tancredi argentos, deben adoptar una actitud decontracté que se distancie de la pose envarada que uno podría imaginar en el príncipe Fabricio, en Alvear o Anchorena. Así es como si se tratara de una acto de magia, la rancia aristocracia del barrio desapareció y en su lugar quedaron los Mauri, Marquitos o Estebancito, algo diferente pero igual de dañino.

El gatopardismo plantea nuevas reglas, entre ellas la de ser menos ostentoso que los príncipes, al menos en público. Menos oro, menos brillo, menos protocolo. Como dije, los nuevos "dueños" se visten casi como uno, hablan casi como uno. Saben (porque se lo enseñan) que nadie votaría al argentino que se llevaba la vaca en el barco cuando iba a París, pero que ese votante no tiene ningún reparo en votar a un tipo que se hizo rico gracias a su pobreza. No es casual que las revoluciones mandaban al exilio a las clases dominantes, cuando no los pasaban por la guadaña. En parte era para evitar todo gatopardismo.

Pero no todo es tan sencillo en la vida de los ricos. También tienen sus momentos difíciles. Uno de ellos es que cuando se hace gatopardismo deben dejar de juntarse con los amigos del pasado. El príncipe Fabrizio es una antigüedad, y debe quedar en el pasado. En la patria gaucha no son príncipes sino militares, genocidas, ex ministros, ex presidentes. Podrán olvidarlos, o adorarlos en privado. Hasta ahí. Pero sacarse una foto con el Turco que los Reparió, con Cavallo, con Videlas, no.

Pero, a gatopardo, gatopardo y medio, porque el gatopardismo es cíclico (qué dura la vida de los garcas). Se ejerce, se disfruta, hasta que se debe ejercer de nuevo. Tancredi no lo sabe, pero él también será sacrificado cuando llegue el momento. Será sacrificado como lo fue su tío, el príncipe. La frase podría ser ahora: "Hay que sacrificar a uno para que sobreviva el resto". Siempre habrá alguien a quién sacrificar (El Turco que lo Reparió, el Gran Dormilón) que no lo sabrá hasta que se vea enterrado en un geriátrico.

El gatopardismo no es mirarse el ombligo, ojo. También es pensar en el otro. Es darle al otro, al que lo votará, la oportunidad de creer el cambio como esencial y no cosmético. Esto es muy importante: el otro, el votante, el pueblo, la víctima, debe creer que lo que cambió es el mundo y no sus pilotos. Para esa persona o pueblo es que se hace el cambio. Son los espectadores del cambio, y lo seguirán siendo. Todo este circo es para ellos, para que cuando busquen cambios no se vayan defraudados. El fraude llegará, y lo sabrán... justo cuando se haga de nuevo el pase de magia: gatopardo por gatopardo.

Una de las últimas travestidas gatopardistas ocurrió durante el gobierno de Bignone, con Cavallo de ministro, cuando empresarios argentinos de pura cepa, es decir, más dudosos que los mafiosos que se emocionan escuchando a Caruso, se disfrazaron de víctimas y le hicieron creer a la sociedad que lo que debían ellos lo debíamos todos, y entonces esa deuda privada pasó a ser pública. Ese momento es el nacimiento de la grieta moderna. Aunque la grieta es antigua, esta es una capa nueva, la que nos trae a este presente, donde los ricos, ricos porque los pobres le pagaron las deudas, se burlan de los pobres. Tal vez el gobierno del Turco que lo Reparió pueda verse como otra etapa del gatopardismo.

Pero lo que es seguro es que la última jugarreta gatopardista es la que nos pone en este presente. Familias, personas, clases e instituciones que arrasaron el país apenas dos décadas atrás, lo están haciendo de nuevo. ¿De qué se disfrazaron para que la gente no se diera cuenta de que eran ellos?

 

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