Desde Londres

 En un sorpresivo mensaje televisivo, el ministro de Finanzas Jeremy Hunt tiró al tacho de basura el presupuesto de Liz Truss, pilar de la llamada “Trusseconomics”, el cuento del tío de que hay que reducir los impuestos a los más ricos y las corporaciones para generar riqueza. “Primero vamos a cancelar casi todas las medidas impositivas anunciadas en el presupuesto para el crecimiento. La ayuda energética seguirá durante el invierno hasta abril del año que viene, pero más allá la primera ministro y yo coincidimos que no es responsable exponer a las finanzas públicas a un mercado internacional volátil”, dijo Hunt.

La libra subió y los intereses de los bonos soberanos bajaron en reacción al anuncio y a la espera de lo que diga Hunt en la Cámara de los Comunes por la tarde. Si el anuncio del ministro de finanzas es una maniobra desesperada para sostener a la primera ministro o un mandoblazo que termina de hundirla, habrá que ver en el curso de la semana.

La apuesta más extendida es que Truss tiene los días contados. El anuncio de Hunt equivale a demoler el pilar central de su política económica y de las promesas con que consiguió que el Partido Conservador la eligiera para reemplazar a Boris Johnson. “Con este presupuesto conseguiremos nuestro objetivo central que se puede resumir en tres palabras: crecimiento, crecimiento, crecimiento”, insistió Truss hace solo 12 días en el discurso de cierre del Congreso anual del Partido Conservador.

Sin ese presupuesto que ella consideraba esencial para el crecimiento, ¿cuál es el programa económico de Truss? Según ella misma machacó hasta el hartazgo durante meses, esa agenda ultra-neoliberal era la única vía para salir del estancamiento. ¿Con qué cara puede venderle al parlamento y la sociedad un nuevo horizonte en los más de dos años que le quedan al frente del ejecutivo?

La desintegración de su gobierno está plagada de ironías y paradojas. El encargado de enterrar el programa de Truss, el flamante ministro de finanzas Jeremy Hunt, fue uno de los candidatos que la primera ministro derrotó en la campaña del verano inglés para sustituir a Johnson. En su campaña, Hunt había prometido una reducción aún mayor de los impuestos corporativos: bajarlos del 25 al 15% en vez del 19% de la actual primer ministro.

Deconstruyendo a Liz

El desmantelamiento del presupuesto que anunció el 23 de septiembre el ex ministro de finanzas Kwasi Kwarteng no ha dejado títere con cabeza. Por el lado impositivo:

* de la reducción al 19%, el impuesto a las corporaciones volvió al 25% que había propuesto Rishi Sunak, el ex ministro de finanzas de Boris Johnson.

* se restituyó la banda impositiva del 45% a los más ricos eliminada para “estimular la inversión”.

* se dio marcha atrás con la reducción del impuesto mínimo que pagan los salarios más bajos.

* también se revirtieron el congelamiento del impuesto al alcohol y la eliminación del impuesto al valor agregado para las compras de los turistas al Reino Unido.

* Central en los anuncios por el lado del gasto, es la reducción del plan de ayuda energético. De los 150 mil millones de libras que se iban a gastar en un año se redujern a un plan de seis meses (“mientras dure el invierno”, dijo Hunt) a un costo de 60 mil millones.

Aún así las cuentas no dan del todo, pero el gobierno espera que el costo de la deuda que tendrá que emitir para cubrir la diferencia sea mucho menor. Con los cambios la recaudación aumentaría en unos 30 mil millones de libras. Cruzando los dedos para que pasado el crudo invierno local se haya normalizado el mercado energético global, el gobierno podría ahorrarse una ayuda adicional a partir de abril.

Todo atado con alfileres porque, entre otras cosas, las proyecciones es que, tras todo este descalabro, la recesión proyectada para el año que viene se duplicará (del 0,4 al 1% según Goldman Sachs) con la inevitable caída en la recaudación que eso conlleva. Por el momento la cuestión es salir del atolladero con o sin Liz Truss.