Melina Daniela Briscia, una mujer policía de la Ciudad, que había sido condecorada por el ministro de Seguridad porteño, Marcelo D’Alessandro, después de haber baleado a un pibe de 15 años que había entrado a asaltar desarmado en un colectivo, fue premiada nuevamente, ahora por la Justicia, que justificó el disparo y la sobreseyó.

La decisión corrió por cuenta de la Sala 4 de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional. El fallo del tribunal es breve pero sustancioso en cuanto a su fundamentación. Conviene recordar el caso, para que no se pierda entre tantos otros casos de gatillo fácil.

El 15 de octubre de 2020, Briscia regresaba a su casa vestida sin uniforme, en colectivo, cuando entraron a robar dos jóvenes, uno de 15 años, Lucas Gorosito, y el otro mayor, Leandro Magallanes. Briscia estaba sentada al fondo, con una visión amplia de lo que ocurría y sin que los asaltantes la advirtieran como personal policial. El relato, que no fue discutido por los jueces, sostiene que mientras Magallanes con un arma amenazaba al chofer, Gorosito, sin armas en la mano, se dedicaba a robar a los pasajeros. Intentó con uno, no pudo, le robó a otra, y cuando se aproximaba a la zona donde estaba Briscia, la mujer disparó en dos oportunidades. La primera impactó en el chico, que se dobló, giró y escapó, aunque a los metros cayó y fue asistido por vecinos que lo trasladaron al hospital donde falleció. El segundo disparo inmediato hirió a Magallanes que, según testimonios, en la otra punta del colectivo había intentado (no hay declaraciones que lo aseguren) gatillar contra el colectivero. Magallanes, también herido, escapó y fue detenido luego, enjuiciado y condenado, aunque nunca lograron encontrar el arma.

Los jueces sostuvieron que el disparo fue necesario. La argumentación es, por lo menos, curiosa. El primer detalle es que cada vez que se refieren a la composición de la escena dentro del colectivo, se refieren a un tándem inseparable, aunque en los hechos se ven obligados a separarlos por las distancias (Magallanes, armado, estaba a unos 7 metros, y Gorosito, por lo menos sin armas en la mano, a 2). Está claro que si los separan, el chico de 15 quedaría a la vista desguarnecido. Porque nadie le vio un arma, aunque los jueces se permitan dudarlo, y porque la mujer policía, la única que dijo haberla visto, en su declaración sostuvo una incongruencia que no la pusieron en duda: “Aseguró –sostuvo el tribunal refiriéndose a la declaración de la policía-- que en esas circunstancias le dio la voz de alto esgrimiendo su pistola, frente a lo cual aquel ‘extrajo un arma cuya empuñadura pudo ver’”. Está claro que los jueces no se preguntaron sobre cómo hizo para ver la empuñadura de un arma empuñada.

Incluso, en una fundamentación más cercana a la que debería ejercer la defensa, los jueces afirmaron que “no se desconoce que Insaurralde Gorosito no utilizó un objeto de esas características contra otra persona, aún cuando C. (uno de los pasajeros) forcejeó brevemente con él impidiendo el desapoderamiento (de un celular).”

En el intento de “razonar” de los jueces (lo expresan así en varias ocasiones) no se llegó a observar que si un joven “armado” como se lo intenta presentar, que no se había percatado aún de la presencia policial, que llega a forcejear para robar un celular, que es el motivo por el que subió al colectivo, y no logra su cometido porque el pasajero se defiende, cómo es posible que no extraiga el arma, o cómo no "se levantó la ropa” amenazante, como aseguró Briscia que había hecho con ella enseguida, siquiera para mostrar que la llevaba ante alguien que seguramente habría entregado el celular amenazado. Mas bien, en una elipsis los jueces decidieron pasar por alto que Gorosito podría haber visto que se le complicaba la situación y optado por lo más sencillo en su panorama: dejar de tironear sin éxito por un celular y obtener el de la pasajera de al lado.

Los jueces aseguraron que “Gorosito no utilizó un objeto de esas características”, refiriéndose a un arma, y que ningún pasajero vio que estuviera armado, ni siquiera –añaden- los vecinos que lo auxiliaron y lo trasladaron al hospital. Sin embargo, sostuvieron que no alcanza, y entraron en el terreno de la ficción: “(…) el otro autor pudo haberla tomado o descartarse de ella sin ser hallada.” Lo que deja claro la misma exposición del tribunal es que la única que vio el arma es la acusada del homicidio.

Y ni siquiera. Un párrafo más adelante, los mismos jueces agregaron la desgrabación de la llamada de emergencia al 911 que hiciera la propia Briscia apenas pasado el momento, en la que parece que buscara que alguien consintiera lo que hizo. “(…) creo que tenían fierros, yo lo vi gatillar creo, no? … el de adelante que lo agarró al colectivero tenía un fierro… estoy segura que tenían armas (…) Me iban a matar. Si me veía el fierro me iban a matar (…) Si no lo hacía me mataban, fue dos segundos que lo pensé, no lo puedo creer, me mataban”.

Es evidente que apenas pasado el momento, cuando la adrenalina todavía hervía en las venas, la declaración de la mujer policía fue clara y sin estrategias: reveló su línea de pensamiento. El primero estaba armado, no estaba segura, creyó que gatillaba. El riesgo de Gorosito no era que estuviera armado sino que la revelara como policía y entonces, su miedo, volvía al que creía armado. Mató primero al más fácil, que no esperaba reacción, y sin esperar y con mucha precisión después hirió al que supuestamente la esperaba.

La línea de criterios de la Sala 4 no deja tantas dudas como las que relató Briscia respecto a un arma al 911. Julio Lucini está considerado en Tribunales como un manodurista. Ignacio Rodríguez Varela lleva la marca en el orillo: su padre fue ministro y luego abogado del exdictador Rafael Videla. Su hermano secretario de Bonadío.