Desde Santiago

Hace tres años comenzaría en Chile el “estallido social”: una serie de movilizaciones lideradas por los estudiantes secundarios que protestaban contra el aumento del pasaje del subte (metro) al que fueron sumándose gran parte de la población quejándose por el modelo económico, el sistema de salud, la educación y la desigualdad, llegando a congregar más de un millón de personas sólo en el centro de Santiago, cacerolazos todas las noches mientras sonaba “El derecho de vivir en Paz” de Víctor Jara y una brutal represión de la policía que dejó decenas de muertos y centenares de personas con trauma ocular producto de los disparos de balines directo a los ojos. 

El entonces presidente Sebastián Piñera aseguró estar “en guerra” sacó los militares a la calle y un mes después, no tuvo más remedio que aceptar un acuerdo por la paz —liderado entre otros por el actual presidente Gabriel Boric— y abrirse a un proceso constituyente que derivó en un nuevo texto constitucional que fue rechazado en el plebiscito de salida de hace un mes. 

Matías Hermosilla (1990) es historiador e investigador asociado al Centro de Estudios Históricos de la Universidad Bernardo O`Higgins. A diferencia de muchos de sus colegas, no sólo intentó elaborar teorías sobre todo este ciclo que aun sacude a la sociedad chilena, sino que salió a la calle y entrevistó diversos actores sociales como el actual ministro Giorgio Jackson, la diputada del PC Karol Cariola o Gustavo Gatica, que perdió la vista por disparos de la policía, en el podcast “La verdad también se inventa” que acaba de transformarse en un libro editado por Cuño Edtores, donde reconoce vivir “un momento extraño” y un “futuro imprevisible”.

“Me parece fundamental pensar el estallido como un proceso de consolidación de un cúmulo de demandas sociales y políticas que se comenzaron a incrementar en la sociedad chilena desde fines de la década de los 90 a raíz de la frustración en torno al proceso político y social de la transición y que año a año se fue incrementando”, señala. Las bases están en el “movimiento pingüino” (en Chile se llama así a los escolares en alusión al uniforme) de 2006 que comenzó a cimentar la crítica al modelo político, económico y social y, a su vez, “es fruto de la horizontalidad mediática que iba ampliándose con el mayor acceso a internet lo que permitió una organización transversal que llevó tanto a generar nuevos espacios de encuentro, cada vez menos normado por las reglas de los medios tradicionales y, a su vez, diversificó la creación y el consumo cultural.

“Todos puntos que fueron fundamentales para que el estallido no sea un punto de inicio, sino un punto de condensación de tensiones multifactoriales que se vieron construidas a lo largo de los años, es decir, me gusta pensar en que el estallido destapó o, literalmente, hizo estallar las formas de la protesta tanto en el concepto del uso de la violencia, pero también –este proceso llevó a una transformación visual y cultural de la protesta política que, es difícil que vuelva hacia atrás, de hecho, es cosa de mirar las paredes de Santiago y cada día vuelve a aparecer un mural con estilo paste-up o una frase creativa que está impregnada de una consigna de transformación. En un sentido, más de fondo político, es interesante cómo el estallido mostró que la acción de la protesta radical–coordinada o no– permitió evidenciar contradicciones sistémicas que se veían surgir desde inicio del milenio”.

—Desde Argentina quizá no se entiende cómo esta explosión de malestar terminó en una salida institucional con forma de plebiscito que fue aprobada pero luego rechazada. ¿Cual es tu teoría del proceso constituyente? 

—Es importante diferenciar los ciclos. Por un lado, el estallido no tenía como fin fundante una nueva constitución, sino la crítica transversal al sistema político, social, económico e incluso el cultural. Pienso en las reivindicaciones decoloniales representado por la destrucción de estatuas y, al mismo tiempo, la creación de otros íconos pop como el Sensual Spiderman o la Tía Pikachu. Además creo que este primer momento queda muy bien graficado en ese cartel que decía: son tantas weás que no sé qué poner. Es decir, esta primera etapa que duró entre 18 de octubre y los primeros días de noviembre los analistas la llaman “el espíritu del octubrismo”. La segunda etapa es la demanda por una constitución y la idea de atacar “la base del sistema” que rige Chile y que produce tanta desigualdad. En este sentido, el acuerdo del 15 de noviembre inauguró un proceso de desescalada del conflicto social, inaugurando, lo que se ha llamado el espíritu “novembrista” o “el momento constituyente”. La tercera etapa es el ciclo de la convención constitucional, proceso que veo marcado bajo el signo profundo de la ambiciosa pero hermosa misión de querer cambiar de manera profunda un modelo y, sobre todo, reconfigurar el marco teórico del país completo.

—Y esa radicalidad de la Convención asustó a muchos.

—El plebiscito de entrada marcó una diferencia total en la que, prácticamente, el 80% de la población aprobaba un cambio de constitución y, además, dejaba fuera la idea de que el congreso formara parte del proceso. Luego, la elección de las y los convencionales ratificaba esta situación de 155 personas que representaban a 155 comunidades diferentes, la mayoría, sin una militancia tradicional y, además, dando cuenta que la derecha no llegaba a conquistar un tercio de la sala. En este sentido, las fuerzas más transformadoras de la convención abogaron por un cambio sistémico pero que, a su vez, iba lentamente tensionando a fuerzas de derecha y, también de centro, que revalidaban y defendían el legado de la transición. En este sentido, el resultado del 4 de septiembre pasado fue sorpresivo pero, al mismo tiempo, creo que igual puede dar cuenta de ciertas lecturas sociales, apoyadas también por la fuerte campaña de mentiras sistémicas de la opción rechazo, de que luego de la avalancha transformadora viene un proceso de retroceso y miedo. En este sentido, un cambio sistémico–por positivo que sea– siempre va a ser incierto porque es, igualmente, un experimento.

—Muchos analistas hablaban del estallido y la “violencia”, pero siempre enfocado a los manifestantes, lo que daba a entender que nunca habían estado en terreno, porque la policía —y en el peor momento, el ejército- efectivamente avivaron el ambiente, muchas veces disparando porque sí, habiendo niños, adultos mayores, etc. 

—Me interesa mucho este tema pues a mi me sorprendió cuando luego de las acciones violentas del día 18 de octubre del 2019 cuando los canales de televisión entrevistaban a personas que ya no tenían abiertas sus estaciones de metro y tenían que caminar o esperar la micro no condenaban la violencia. Creo que esto responde a que los procesos de protesta social, anterior al estallido, tenían siempre un elemento de contención, por ejemplo, la negociación con la intendencia en las rutas de las marchas de los jueves. En ese sentido, ese inicio más radical respondió a una nueva forma más “decidida” de empujar los cambios.

Igualmente, lo que mencionas sobre la violencia de Estado es fundamental, hace algunos días se dictó, por fin, sentencia contra el carabinero que cegó a la senadora Fabiola Campillay. Y es importante tenerlo en cuenta pues, tristemente, este es el legado del rol del Estado durante el estallido. La fuerza desmedida, la acción violenta y, también, la nula existencia de protocolos humanitarios por parte de las instituciones del orden y seguridad pública. Lo que sorprende es que en las últimas semanas políticos de oposición están abogando por “el fin de la proporcionalidad del uso de la fuerza” por parte de Carabineros y las FF.AA. lo que es un completo contrasentido con el triste legado que afectó y afecta a una serie de personas que vieron sus vidas transformadas por el actuar extremo de las policías y las fuerzas de orden.

El factor pandémico

Aunque el estallido sigue presente en los rayados de las calles, espacios públicos testigos de los enfrentamientos entre carabineros y manifestantes y en un rico catálogo de imágenes, memes y videos, hay un factor que parece haber detenido todo: la pandemia. “Las familias volvían a poner lo político en la vida cotidiana y las y los vecinos empezaban a tener grupos de whatsapp de organización, se conocían y saludaban de nombre, de hecho, en la calle se debatía abiertamente de política. Pero, la pandemia produjo un cambio de eje porque juntarte con tus personas más cercanas podía tener un resultado fatal, más aún, al principio de la pandemia donde no se sabía cómo se transmitía el virus. Entonces, cada día se hizo más patente la idea de que la persona de al lado era tu “enemigo biológico”, por lo que, nuevamente las relaciones se hicieron más profilácticas y distantes, esto recién comienza a cambiar, creo yo, con el fin al uso obligatorio de las mascarillas en espacios públicos”.

—¿Crees en la idea de que Chile finalmente es un país centrista y de consumidores furiosos que finalmente aprecian más el orden y la posibilidad de acceder al consumo que imaginar -de verdad- una sociedad más justa? 

—No lo creo así. Me parece que como todo proceso de búsqueda de cambio profundo debe enfrentarse a un paulatino miedo social a la inestabilidad. Además me parece lógico que entre más se retrasa el inicio del nuevo proceso constituyente se intensifiquen ciertas contradicciones sociales que, incluso, pueden terminar en la exacerbación de la apatía social o en nuevo ciclo de polarización político. Pero, yo creo, que aún está vivo en la población ese deseo de cambio y de reescritura de una carta constitucional y que, prontamente, empezará una presión más fuerte porque se realice.

—¿Cuándo se nos viene una nueva explosión social? ¿Después de un terremoto? 

—Jaja, buena pregunta, la verdad es difícil decirlo pero creo que a medida que se siga retrasando el proceso constitucional, más se van a intensificar las tensiones entre los diversos actores sociales. No me parecería extraño que la gente vuelva a salir a las calles a exigirle a las y los políticos que cumplan con la palabra empeñada y que se dé paso a nuevas protestas intensas. Pero un estallido, a pesar de las lecturas de las y los ensayistas de la crisis, nunca se ve venir, porque si pudiésemos predecir tanto una explosión social como un terremoto, las reacciones políticas estarían preparadas. Al final del día el estallido social es el resultado de la constante dilatación en el enfrentar los problemas de fondo y que al mantenerse la postergación han ido con mayor intensidad año a año incrementándose las exigencias. Lo que sí tengo claro es que el país cambió y por mucho que se retrasen o mesuren los cambios el futuro camina hacia una transformación profunda e irrenunciable de Chile y su modelo político, económico y social .