Mal que nos pese, la escritura literaria nos enfrenta al imprevisto. Existen observaciones, ensayos y hasta tratados (o su versión más preocupante: manuales) que intentan marcar el rumbo de lo que la escritura literaria debería ser. Por ejemplo, ¿cómo escribir un poema? ¿Cómo armar el esqueleto de una novela? ¿Qué debe pasar en un guión? Aunque útiles, esas guías son apenas un mínimo de suelo común para saltar de allí a lo que no tiene forma, a lo que es pura invención, a la casualidad. La búsqueda del punto justo de cada extremo —la fórmula o la inspiración— es parte del trabajo de cualquier escritor en busca de su estilo. Ese nombre, que parece que fue dejado de lado con los diversos avances en los estudios literarios, es un término que permite pensar lo intransferible: la manera particular en que alguien resolvió el conflicto entre estas dos tendencias tan contrapuestas. No se puede escribir desde la pura inspiración, porque queda algo caprichoso, carente de sentido en el peor de los términos y totalmente descartable. No se puede escribir desde la pura fórmula, porque queda una estructura sin carne, desprovista de esa conmoción que mal o bien las obras literarias logran. La búsqueda que lleva adelante a lo largo de toda su vida cada escritor es la de ese estilo que le permita combinar de manera armónica (armónica para esa escritura: se sabe, no existen las armonías preestablecidas) estas dos instancias, puliendo con cautela cada pieza escrita como si se tratase de un diamante en bruto, algo que hay que limpiar para que brille en toda su compleja pureza. Esperar una ola, el nuevo libro de Guillermo Saccomanno, es precisamente un intento por buscar el límite del estilo ya conquistado. A través de textos breves, que tienen algo de cuento, pero mucho más de poema en prosa, el autor de El oficinista, de Soy la peste, de 77, pone en jaque la posibilidad misma de contar algo para que alumbre eso otro que está detrás de la muralla de palabras: la vida. De ahí que este libro sea una práctica atravesada por algo que se ubica dentro de la escritura oriental, de la lógica del haiku: la forma breve como un modo de empujar la escritura hacia aquello que no es escritura. No por nada Saccomanno recuerda, entre pilas de libros que está leyendo o que leerá pronto, o que ya leyó y que relee, que la escritura china es tanto símbolo como dibujo. La escritura en su función mejor es muda representación de la indómita naturaleza, del salvaje acaecer.

“Los últimos libros que escribí son todos distintos. Todos. No para ofrecer un festival de opciones o de bijouterie, sino porque me parece que todo libro te propone una forma o un contenido que entrás a averiguar después, cuando estás sumido en esa forma, cuando ya te metiste, a veces sin saberlo, en ellos”, dice Saccomanno, mientras toma un té de manzanilla y acomoda libros de o sobre Kafka: su diario, la biografía en tomos de Reiner Stach, entre otros. “Este libro había aparecido primero como un proyecto de un libro con cien cuentos. Pero cien a mí no me alcanzan. Cuando llegué a los ciento cincuenta, me pareció que tenía que llegar a los doscientos. Después, había un montón que no me gustaban, pero siempre se iban sumando, siempre aparecía algo más para escribir”. 

No es casual la presencia de Kafka en la charla: el escritor más importante del siglo XX fue también alguien que optó por un estilo claro, sin adjetivos de más o formas rebuscadas, para empezar a enrarecer cada fragmento narrativo a partir de una dinámica propia. Por eso, la tendencia a las formas breves o las novelas inconclusas del querido Franz: lo importante era plantar el artefacto, como bien señalaron Gilles Deleuze y Félix Guattari en Kafka: por una literatura menor. Armar una máquina que funcione más allá de toda concreción real, una máquina abstracta que siga operando aún sin texto. Con Saccomanno, con tantos otros pensadores de la segunda mitad del siglo XX, podemos llamar a esa construcción “escritura”. En este sentido, Esperar una ola bien se puede decir que está “escrito”.

UN DEPORTE DE RIESGO

Los textos de Esperar una ola son menos cuentos que anécdotas, que postales, que alegorías. Si bien el elemento narrativo está, porque plantean la famosa línea aristotélica que va de la introducción al conflicto, y de ahí al desenlace, también hay que decir que varias entradas no tienen conclusión, o no tienen un inicio claro. O son como una historia que uno escucha en el chismorreo con un vecino. O tiene el mismo espesor y comportamiento que un sueño, mejor, que cuando uno cuenta un sueño (por fuera del interpretativo diván, claro). En su naturaleza alegórica, también estas escenas hablan acerca de escribir: un cuento, entonces, que hable acerca de escribir cuentos, o de escribir en general. “Con este libro, yo no tenía en claro cómo podía funcionar el artefacto”, sigue Saccomanno. “Aparece con la espera de una ola, que es un texto que estaba en Cámara Gessell, y que merecía continuidad. Por eso también está a la mitad y en el cierre, porque creo que la analogía entre el escritor y el surfista que está esperando la ola es muy rica, dice mucho acerca de lo que es escribir. El escritor que se sienta todas las mañanas ante la página en blanco a ver qué viene es un surfista, digo, esa posición es la misma que la del surfista que está esperando la ola, en la expectativa pura de ese momento”.

En la rareza del artefacto Esperar una ola, artefacto que bien puede llamarse “deportivo” por sus acrobacias, cada relato teje y desteje una breve trama que se resuelve de manera sorpresiva o que, a veces, ni se resuelve. Se condensan así esos dos modelos del relato que Piglia había analizado en su “Tesis sobre el cuento”. Esto es, el modelo Chejov y el modelo Poe. O un cuento es el recorte de algo cotidiano, contando de fondo una situación que va mucho más allá de la mera superficie; o el cuento es un mecanismo perfecto, donde todo está puesto en función de una conclusión sorpresiva, de un desenlace impactante. Aún así, como todo ejercicio milimétrico de un arte, lo narrativo está puesto en duda en las páginas de este trabajo. “El libro de cuentos fracasaba como tal cuando lo había comenzado, es claro, pero no fracasaba si yo lo miraba con una visión totalizadora sobre la imposibilidad de narrar. Yo estoy cada vez más en crisis con la narración, y creo que esto se volvió evidente en los últimos libros. Todos, entre sí, muy diferentes, y muy diferentes de los cuentos de El sufrimiento de los seres comunes, que también es una especie de selección de cuentos. Soy la peste o Los días Trakl son trabajos que no tienen nada que ver el uno con el otro y, sin embargo, salieron en el mismo momento, fueron parte de una misma búsqueda con la escritura, aunque de resultados diversos”.

“Yo no le encontraba mucho el sentido al libro”, insiste Saccomanno, corriendo de una pila a la otra la biografía de Kafka. “Es una cosa muy rara, estás trabajando un libro y no sabés de qué viene. Eso, en parte, es fascinante, porque te lleva a cuestionarte el instrumento, la herramienta, qué estoy contando y para qué estoy contando. Me di cuenta que tenía una matriz de construcción de novela, pero también había elementos en eso que escribía que tienen que ver con la composición de un poema. Esto se liga a que en mis contratapas de Página 12, desde hace tiempo, estoy escribiendo sobre la búsqueda de la belleza, la poesía, algunas figuras que me importan como Andréi Tarkovski o Adriana Lestido. Me parece que este libro es una sensación de barajar y dar de nuevo, cuestionarme el sentido de la escritura. Yo me preguntaba qué podría pasar con esta cantidad de relatos, cómo se relacionaban, porque yo advertía que había algo ahí. Y la relación que encontré entre todos esos fragmentos es que lo que tienen en común es la crisis de la representación. No la atravieso solo yo, es algo que atraviesa el mundo. Un mundo en que las palabras ya no dicen lo que dicen ni expresan lo que expresan, sino que tenés que hurgar por debajo. Tenemos un montón de ejemplos, no sé, en la política, en donde lo que prima es la mentira fatua, por ejemplo. Y si lo trasladás al campo concreto de las películas, también pasa con el cine. Digo, murió Godard. ¿Qué hay después de Godard? El cine que a mí me interesa, más allá de que me guste algo tan clásico como el Western en las versiones de Sam Peckinpah o John Ford, el cine también está pasando por una crisis de representación. Todo se ‘netflixa’. Y esto se traslada también a las novelas. Muchas están escritas para Netflix. De pronto, vos ponés dos textos de dos novelistas recientes, locales o traducidos, y las escrituras son iguales. Volviendo a Godard: nadie se cuestiona el instrumento, que es el lenguaje. Hay dos cosas, entonces, que leo en el panorama de este libro, pero también en mi vida y en la vida de los demás: la crisis del sentido de la narración y la crisis de la representación. Esperar una ola es el fruto de todo ese contexto”.

DIÁLOGO ININTERRUMPIDO

Esperar una ola es un libro que empieza con la expectativa de un surfista por lo próximo que puede ofrecerle el mar, pero enseguida pasa a las penas de una pareja atosigada por las cosas que tiene que pagar en una suerte de infierno monetario, para pasar luego a un paciente que observa cómo las enfermeras tratan amablemente a un joven que no saldrá igual del hospital luego del accidente, para luego pasar a una chica pianista que ejecuta una música que reverbera en todo el mundo, para terminar después en un hombre desesperado que bordea las murallas de un cementerio porque no se anima a visitar la tumba de su amigo. Y todo se va sucediendo no bajo la lógica de la acumulación, del zapping o, para ser más contemporáneos, del “scrollear”. Sino que tiene ese movimiento de ida y vuelta, de repetición paciente que tienen las mismas olas que el título espera. Saccomanno va un poco más a fondo en ese sentido, va a por la presencia que mueve un poco a ese mar que trata, como puede, de representar. “Hay reflexiones acerca de la escritura cada dos o tres relatos de ficción, digamos, de dos o tres historias”, puntualiza. “Ahí aparece un texto que es una reflexión acerca de la escritura, incluyendo citas, referencias, marcas, señales, pero también la presencia de Juan Forn, el diálogo con Juan. Esperar una ola tiene algo de conversación interrumpida con Juan, algo subterráneo que lo continúo a través del libro, por eso está dedicado a su memoria. Si hubiera tenido que incluir una lista de agradecimientos, hubiera sido inmensa, pero como estaba Juan, ya eso resumía toda una serie de presencias. Igual, me parece justo mencionarlas: Ángela Pradelli, Paula Pérez Alonso, dos grandes amigas, y también Juan Boido. Son mis referentes. Pero a veces me acuerdo de cosas que enganchan con este libro. El sufrimiento de los seres comunes, que apareció antes de la pandemia, fue presentado por Juan. Ahora sale este”.

Lo que vincula a Kafka con la escritura oriental es lo mismo que lleva a un escritor de narrativa hacia el camino de la poesía: el perfeccionamiento de la forma compacta. Esto es, trabajar cada palabra hasta que pierda su lugar en lo cotidiano para convertirse en una parte irremplazable de un escrito, algo que se logra a fuerza de trabajo con la escritura, a chocarse, a veces, con los sentidos que ella desprende, sólo con el fin de que aparezcan otros. Saccomanno hace en este libro de la paciencia un arte, situación que se percibe hasta en sus propios movimientos, con la misma calma con la que dice a viva voz lo que piensa, y también con la certidumbre, con la misma entrega. Guillermo Saccomanno confirma en Esperar una ola lo que ya cualquiera puede sospechar de un artista inquieto que pasa de la historieta a la novela, de la novela al ensayo o la anécdota, y de ahí a quién sabe dónde. Y es que esa inquietud y movimiento lo dice todo sin, necesariamente, paradójicamente, ponerlo por escrito: se escribe como se vive. Y viceversa.