Si Lula tuviera un momento libre de acá al 30 de octubre, fecha del ballotage, les mostraría las noticias de la Argentina a los dirigentes del Partido de los Trabajadores. Y les diría: “¿Ven a qué juega Macri? Esto es lo que me preocupa cuando hablo del bolsonarismo”.

El candidato brasileño declaró que está inquieto por la política en el futuro. “Ya está claro que Jair Bolsonaro tendrá una bancada importante en el Congreso, porque eso quedó establecido en la primera vuelta”, dijo. “Ya está claro que esa fuerza de extrema derecha tiene una importante existencia real en Brasil”, añadió. “Tendremos que trabajar mucho sobre la conciencia colectiva para que esa fuerza de extrema derecha no sea parte definitiva del esquema político brasileño”.

Fanático del Corinthians, Lula sabe que, en política, la victoria para cargos ejecutivos es igual que el resultado de una final. Así sea por un voto, siempre hay uno que gana y otro que pierde. Y mejor ser el que gana.

Después, al gobernar, aparecerán las infinitas complejidades del oficio. Las alianzas, el juego de dividir a las corporaciones empresarias y jugar con los desarrollistas, la dificultad de movilizar, el enorme poder de los Estados federales, un mundo hostil.
Todo eso es lo que viene. Pero un dato ya llegó: la integración de los cuerpos legislativos con exministros de Bolsonaro, como el exjuez Sergio Moro, que montó el andamiaje de la condena sin pruebas contra Lula, y con los generales del gabinete, indica que una parte del pueblo encontró refugio en los gritos de orden de Bolsonaro. Eso a pesar de que fue el mismo Bolsonaro el que hizo retornar el hambre a Brasil.

La apuesta de Mauricio Macri es similar. Javier Milei ya le hizo un gran favor al PRO cuando arrastró los temas de debate bien hacia la derecha. Por un momento los economistas hasta discutieron si, como sugería Milei, era o no conveniente cerrar el Banco Central. Creado por los conservadores en 1935. En el ’35, con Agustín P. Justo, no en el ’45 del casi peronismo. O si estaba bien o mal comprar o vender órganos. Milei trajo a la Argentina palabras que utilizaron últimamente las derechas de Chile, Colombia y Brasil pero que aquí la política no usaba para el ataque desde la Triple A o la dictadura: “zurdos” y “comunistas”. Sin repetir las mismas palabras, aprovecharon y alimentaron el contenido de esa nueva cultura política dirigentes del PRO como el mismo Macri, Patricia Bullrich y el admirador bonaerense de Bolsonaro, y Vox, Joaquín de la Torre.

Por eso ahora Macri se anima a decir algo que es falso: que en 2015 no fue más a fondo en su política regresiva sobre los derechos sociales por simple “buenismo”. Esa es la palabra que usó con Cristina Pérez en Radio Rivadavia. En rigor, si no avanzó más fue solo porque se lo impidió la correlación de fuerzas. Porque incluso los opositores menos opositores se sintieron presionados por los sindicatos y no convalidaron, por ejemplo, la desarticulación de las leyes laborales.

Ayudado por la inflación y la angustia social, más la progresiva atomización de un peronismo con sectores que parecen no haber aprendido el porqué de las derrotas y los triunfos, o sea 2015 versus 2019, el macrismo mileísta también quiere consolidar una nueva cultura política. Busca transformarla en votos para acechar a gobernadores e intendentes en los cuerpos legislativos, que se renuevan parcialmente en la primera vuelta. Su proyecto, si es que triunfa en la conquista de esa base popular, es contar con una fuerza sólida para un ensayo que aquí es distinto del europeo. Como observó con agudeza el consultor Hugo Haime, la derecha europea actual, ante el fin del mundo globalizado tal como lo conocíamos, es proteccionista. Aquí, en cambio, además de reaccionaria en valores sociales es aperturista en lo económico. Lo peor de cada casa.