El mundillo económico está poblado de información estadística sobre la evolución de precios, el mercado de trabajo, las cuentas externas, el balance fiscal, el mercado financiero, el crecimiento económico, el poder adquisitivo, y un largo etcétera. Los indicadores socioeconómicos son un insumo relevante para el análisis y la toma de decisiones.

Un indicador con mucha prensa es el PBI per cápita. Eso se debe a su profusa utilización como parámetro de bienestar social, definición que no es compartida por todo el mundo académico. Los autores que impugnan la visión de que el crecimiento del PBI significa mayor progreso o desarrollo centralizan sus críticas en lo que invisibiliza el índice. 

La falta más importantes es que el PBI per cápita no considera la variable distributiva. Dos países con similares niveles de ingreso pueden tener una matriz distributiva muy diferente, determinantes para las condiciones de vida de la población. Esa foto engañosa es graficada por el clásico chiste que dice que cuando Bill Gates ingresa a un bar todas las personas que están allí se transforman en millonarios.

Las limitaciones que tiene el PIB per cápita, como cualquier indicador, hizo que algunos académicos propusieran otras formas de medir el desarrollo. En el artículo "Algunas ideas críticas sobre el índice de desarrollo humano", el investigador de la Universidad de Michigan José Tapia Granados cita algunas alternativas: "Kathleen Newland decía en 1981 que, como indicador social, la tasa de mortalidad infantil ilumina mucho de lo que el PIB oscurece. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) comenzó a utilizar en los años ochenta la tasa de mortalidad de menores de cinco años como indicador de la evolución social y el estado de salud de un país. El economista Amartya Sen ha usado en varios trabajos datos de mortalidad y de esperanza de vida como índices de condiciones sociales”.

Más allá de esos cuestionamientos, los datos empíricos revelan una estrecha correlación entre desarrollo económico y social e ingreso per cápita. Lo cierto es que, sin caer en el “fetichismo del PIB”, la mejora del bienestar social está ligada al crecimiento económico. La cobertura de las necesidades sociales requiere del desarrollo de las fuerzas productivas. En otras palabras, el crecimiento económico es una condición necesaria aunque no suficiente para mejorar la calidad de vida de las mayorías populares.

Una alternativa, el IDH

Esta claro que el desarrollo económico y social es un fenómeno multidimensional difícil de medir a través de un indicador sintético. Sin perjuicio de eso, el Indicador de Desarrollo Humano (IDH)- elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) - es una de las mediciones alternativas que más aceptación tuvo en las últimas décadas.

El IDH incorpora tres dimensiones básicas: salud (esperanza de vida), educación (tasa combinada de alfabetización y matriculación en enseñanza primaria, secundaria y terciaria) y crecimiento económico (Producto Interno Bruto per cápita expresado en paridad del poder adquisitivo en dólares). Los resultados de ese relevamiento se reflejan en un ranking de países agrupados en cuatro categorías de desarrollo humano: muy alto, alto, medio y bajo.

El indicador del PNUD tampoco escapa a los cuestionamientos metodológicos. Una de las criticas es que el desarrollo humano es un concepto mucho más amplio que excede las tres variables consideradas. “El IDH es un intento de seguir utilizando el denostado PBI, adobado ahora con un salsa a base de educación y esperanza de vida, para hacerlo menos indigesto”, plantea Tapia Granados.

A principios de septiembre de este año, el PNUD publicó su tradicional informe bajo el inquietante título “Tiempos inciertos, vidas inestables: configurar nuestro futuro en un mundo en transformación”. Ese estudio expone los resultados correspondientes a 2021. Allí, el organismo internacional advierte que los últimos dos años resultaron devastadores para miles de millones de personas en todo el mundo, por la pandemia de la Covid-19 seguida por la guerra entre Rusa y Ucrania y el avance extraordinario de la polarización política.

En relación con ese último punto, el informe sostiene que “un gran número de personas se siente frustrado por sus sistemas políticos y aislado de ellos. Al contrario de lo que ocurría hace tan solo diez años, el retroceso democrático es la tendencia dominante en todos los países, a pesar incluso del amplio apoyo a la democracia en todo el mundo. Asimismo, se ha producido una pérdida de confianza: en todo el mundo, menos del 30 por ciento de las personas opina que se puede confiar en la mayoría de las personas, el valor mínimo registrado”.

Está claro que la disconformidad social (y la grieta) son tendencias globales que distan de ser un patrimonio exclusivo de la Argentina. Dejar a un costado la mirada parroquial, complejizar el análisis y ampliar el universo observable, posibilitan una mejor lectura del resbaladizo escenario actual.

Los países que encabezan el último ranking de IDH son: Suiza, Noruega, Islandia, Hong Kong (China), Australia, Dinamarca, Suecia, Irlanda, Alemania y Países Bajos. Por su parte, los únicos países latinoamericanos que aparecen en el grupo de “muy alto” desarrollo humano son: Chile (42), Argentina (47), Costa Rica y Uruguay empatados en el puesto 58 y Panamá (61). Los datos duros desmienten la mirada autodestructiva que tienen algunos sectores acerca de que “somos los peores del vecindario”.

A pesar de los evidentes problemas que arrastra la economía argentina, el sociólogo Daniel Schteingart analiza un conjunto de datos socioeconómicos relevantes -en su artículo “No somos un país de mierda” publicado en Revista Anfibia, concluyendo que la Argentina está de mitad de tabla para arriba en el ranking mundial.

Volviendo al último IDH, el administrador del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Achim Steiner, declaró que "por primera vez en más de 30 años desde que se elabora el informe hemos visto el Índice de Desarrollo Humano retroceder dos años seguidos. En términos estadísticos estamos donde nos encontrábamos en 2016".

El retroceso es prácticamente universal, ya que más del 90 por ciento de los países registran un deterioro en su nivel de IDH en 2020 o en 2021, y más del 40 por ciento en ambos años. Los números preliminares de 2022 no auguran mejores perspectivas.

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