“La sociedad argentina está acá adentro”, afirmó, contundente y con aires de sociólogo, Santiago del Moro cuando finalizaba la primera emisión de Gran Hermano. El reality show, que volvió en su decimoprimera edición en el país, lejos está de ser un botón de muestra de lo que somos los más de 47 millones de habitantes de Argentina. Ni lo es, ni tampoco la producción del programa de encierro se propuso tal cosa, si acaso eso fuera posible. Los cuerpos hegemónicos de los 18 participantes echan por la borda aquella falacia de “la vida misma”. La selección de quienes ingresaron a la casa esta semana estuvo -como en cualquier otro reality- pensada, planificada, diseñada. Por eso llamó la atención que en un formato que siempre se caracterizó por el entretenimiento más pasatista, esta temporada estuviera subrayada la ideología política de algunos participantes desde la misma presentación. Nunca antes en la historia del ciclo había pasado tal cosa. Una particularidad de esta edición.

La politización de Gran Hermano es evidente. El gobierno nacional la puso en primer plano esta semana, al denunciar pública e insólitamente a uno de los participantes que en un momento del encierro afirmó que el presidente era “coimero”. Un comentario que Walter Santiago, alias “Alfa”, no lo hizo en la transmisión central de Telefe sino en un horario marginal y de escasa audiencia de PlutoTV, la plataforma que emite las 24 horas lo que pasa en la casa. Un dicho que hubiera pasado totalmente inadvertido si no fuera porque el gobierno, a través de la portavoz presidencial -primero en Twitter y luego en declaraciones radiales- decidiera transformarlo en tema de agenda nacional, al pedirle al participante y a la producción que se retractara.

Telefe y Gran Hermano miran para otro lado

Está claro que nadie puede hacerse cargo de las afirmaciones de otro. Ni Telefe ni Gran Hermano son responsables por las actitudes o manifestaciones de los participantes. Eso está claro. “Lo que ellos digan adentro de la casa corre por cuenta de ellos mismos”, aclaró lo obvio Del Moro en la edición del miércoles, ante la trascendencia que habían tomado las palabras de “el Alfa”. Dichos que, vale decir, Telefe no emitió en su edición nocturna, que desde su estreno se convirtió en el programa más visto de la TV argentina, superando los 20 puntos de rating. Como hace dos décadas, cuando no había servicios de streaming y la TV abierta monopolizaba el entretenimiento familiar, el reality show sigue atrayendo multitudes. Y la atención hasta de funcionarios del gobierno. Clara prueba que cuestiona la evolución del homo videns.

Lo que no se puede negar es que existe una politización del formato. Hay una búsqueda (artística, dramática, de audiencia) de parte de la producción de “jugar” en ese aspecto hasta ahora desconocido en Gran Hermano. La acalorada discusión política que inunda los medios, se habrá evaluado, no podía estar ajena al reality show. Tiene lógica televisiva, indudablemente. Y así lo reflejó la elección de los participantes y la manera en que fueron presentados en el debut por la producción.

El poder del casting

Algunos ejemplos son elocuentes. El casting seleccionó a Romina Uhrig, una ex diputada del Frente de Todos, en cuyo video de presentación se subrayó su militancia política, así como también sus numerosas cirugías estéticas (“¿¡qué no me hice?!”, afirma la participante). También es parte de esta edición Agustín Guardis, que se definió como “anarquista, alguien que va en contra del orden establecido” y que tiene numerosos videos resaltando que “la libertad está por encima de todo”. 

Por último, eligieron incluir en el ciclo a Walter Santiago, “el Alfa”, que se presentó como “el patriarca de la casa” y en sus redes reivindica a Carlos Menem y a Mauricio Macri, además de haber publicado un video de monos bailando con la leyenda “me encontré en el Tigre con un grupo de peronchos kirchneristas".

En épocas de redes sociales, nadie puede sentirse sorprendido. Mucho menos un ciclo que, antes de aprobar el ingreso de participantes, estudia absolutamente todos los aspectos posibles para definir si los postulantes son “atractivos o no” para el programa. Nadie es ingenuo. 

El caso del participante al que el gobierno le pidió que se retractara por sus dichos sobre Alberto Fernández se presenta aún más evidente en su intencionalidad, no solo por lo que publica en sus redes sociales, sino por un hecho que lo vuelve un caso de estudio, ya que Walter Santiago participó ya de un reality show: fue en la primera edición de “Masterchef”, en 2014, casualmente en la misma pantalla. “El Alfa” fue eliminado de aquel concurso gastronómico porque Christophe Krywonis le encontró un pelo en el plato que presentó. Imperdonable.

El papel de "El debate"

El coqueteo con la política del ciclo insignia de los reality shows, entonces, no es casual ni inesperado. Y no solo por los participantes elegidos. Eso también se puede percibir en “El debate”, donde el canal contrató para analizar lo que ocurre en la casa a Laura Ubfal, Gastón Trezeguet, Sol Pérez, Nati Jota y entre ellos a Ceferino Reato, hasta este lunes periodista político de La Nación+ y de pasado en Intratables, devenido súbitamente panelista de reality show. 

Reato es, además, autor de Disposición Final. La confesión de Videla sobre los desaparecidos (2012), que escribió tras entrevistar por más de 20 horas -entre 2011 y 2012) al dictador Jorge Rafael Videla, preso en Campo de Mayo. “Un texto que nos revela la dictadura por dentro, pero también las fallas de nuestro país y de la clase dirigente que la hizo posible”, se lee en su contratapa. 

Muy lejos quedaron las ediciones en las que Luis Alberto Quevedo o Eliseo Verón analizaban sociológicamente al -por entonces- nuevo fenómeno mediático.

Como escribió alguna vez George Orwell, el autor de 1984, la novela distópica que anticipó y denunció a la sociedad vigilada actual y que sirvió de inspiración (deformada) de Gran Hermano: “Ver lo que está delante de nuestros ojos requiere un esfuerzo constante“. Aún cuando se vuelve evidente.