Este martes 1° de noviembre tendrán lugar elecciones parlamentarias en Israel: las quintas en menos de cuatro años. Desde este lado del mundo, la contienda no llamaría demasiado la atención si no fuera porque en esta oportunidad Benjamin Netanyahu tiene serias probabilidades de retornar al cargo de primer ministro al frente de una coalición de derecha, cuyos principales referentes ya se han manifestado contra todo lo que huela a progresismo y derechos humanos.

Luego de la experiencia frustrada de Naftalí Bennett y del actual primer ministro Yair Lapid en la conformación de un amplio, diverso y por demás inestable bloque de gobierno con tendencia “anti Netanyahu”, el último año y medio evidenció las profundas grietas de una sociedad cada vez más fragmentada y diferenciada.

Más allá del fracaso de esta coalición, sí alcanzó a evidenciar un punto a favor con la incorporación del partido palestino Ra’am en la primera experiencia de cogobierno en la historia de Israel. Sin embargo, las tensiones y conflictos internos agudizaron el desgaste político y aceleraron la convocatoria a nuevas elecciones.

Hoy la agenda política israelí está marcada por la tradicional cuestión de la seguridad, pero últimamente también por el progresivo aumento del costo de vida, una problemática motorizada por factores locales y por los efectos del conflicto entre Rusia y Ucrania.

Para hacer frente a esta doble condición, Netanyahu, procesado por fraude, abuso de confianza y cohecho en tres casos separados, apeló a la construcción de un bloque en el que, bajo el ala del Likud, cohabitan sectores conservadores, ultraortodoxos y pertenecientes al sionismo religioso. Todo bajo la impronta neoliberal y populista con la que “Bibi” supo construir poder hasta convertirse en la figura excluyente de la política israelí en las últimas dos décadas.

De los aliados de Netanyahu, el más controversial es Itamar Ben Gvir, líder del partido Otzma Yehudit. Es un ex militante de “Kach”, la más dura organización ultranacionalista ilegalizada en 1994, y que escaló posiciones como principal referente de una derecha racista que no teme justificar públicamente la violencia contra árabes y palestinos.

En tanto que Bezalel Smotrich, líder del Partido Religioso Sionista, no sólo se manifiesta en contra de cualquier negociación con territorios con la población palestina sino que, además, expresó recientemente la necesidad de prohibir la existencia de partidos políticos de origen árabe en Israel. Una de las novedades políticas es que esta organización podría además convertirse en la tercera fuerza al aumentar de cinco a quince escaños.

Frente a Netanyahu, y como herencia del actual gobierno de Yair Lapid, se conformó una amalgama de partidos de centro, izquierdas e incluso de la minoritaria, aunque resistente, derecha anti Netanyahu. Son un total de siete listas que, lejos de mostrarse unidas, brindan crecientes muestras de desconfianza y de rivalidad entre ellas, ya sea entre las organizaciones de izquierda frente a las de centro, pero también entre los dos principales referentes del bloque: Lapid y el actual ministro de Defensa Benny Gantz,

Los últimos sondeos refieren que el bloque de derecha obtendría 60 bancas de un total de 120, aunque también cabría la posibilidad de que hasta el día de la elección acumule más votos y de ese modo alcance la mayoría requerida para conformar un gobierno que, sobre todo, resulte estable en el tiempo.

Por otra parte, las mismas encuestas le otorgan al bloque que promueve la reelección de Yair Lapid unas 56 bancas, con un crecimiento notable de su propio partido, Yesh Atid, con menores chances para las organizaciones de izquierda Meretz y el Partido Laborista.

En el medio, el frente de izquierda árabe israelí Ta’al, en alianza con el Partido Comunista, podría llegar a ganar cuatro bancas, conformando una bancada de oposición dura frente a un nuevo gobierno de Netanhayu, pero dispuesta a negociar con Lapid por mayores partidas presupuestarias y propuestas concretas de paz con los palestinos. Sin embargo, esta organización también vive su propia interna ya que debe competir con otras dos listas igualmente referenciadas en el voto árabe.

En suma, distintos análisis coinciden en que el ritmo de la campaña y de la elección será dictada por una derecha cada vez más radicalizada, pero también por el voto de los árabes de origen israelí: una baja participación disminuiría sus chances electorales y su acceso al parlamento lo que, a su vez, aumentaría las chances para que el frente de Netanyahu alcanzara el número de escaños para ganar.

Con todo, lo que sobrevuela es la incertidumbre: no sería raro que, ante un escenario de extrema paridad, se convoque a una nueva elección en los próximos meses.