Aun sin ser una gran potencia económica, Pakistán es una pieza medular del orden mundial. Esta semana fue foco de atención mediática por el intento de magnicidio de su exprimer ministro Imran Kahn, una estrella cricket, el deporte más popular de ese país,  que fue baleado en una pierna este jueves mientras lideraba una caravana denunciando el golpe blando que lo habría desplazado del poder por el Parlamento a pedido de Estados Unidos. Su salud está fuera de peligro, pero el ataque dejó secuelas. ¿Quién lo atacó?  ¿Qué puede pasar después de semejante acto de violencia? ¿Que consecuencias puede tener para el país, la región y el mundo?

Empecemos por el contexto global. Para Estados Unidos, Pakistán ha sido cabecera de pista en su lucha fallida contra el Talibán, aunque la relación entre ambos países siempre fue la desconfianza mutua. Para Osama bin Laden, Pakistán fue un buen escondite, donde se sospecha que cuenta con la complicidad de los servicios secretos locales. Y para China es poco menos que la joya de la corona: el Corredor Económico China-Pakistán es el eje de la Nueva Ruta de la Seda con la que desea conectarse con Eurasia, invirtiendo 46.000 millones de dólares en rutas y trenes para su manufactura industrial. La parte de esa inversión china que le toca a Pakistán será vital para su desarrollo.

En este país musulmán con 220 millones de habitantes -potencia nuclear en conflicto latente con India- confluyen fuerzas centrífugas. A cada gobierno paquistaní le toca la amarga tarea de estar bien con “Dios y el diablo”. O peor aún: a veces debe elegir. Y su política interna es caja de resonancia de la geopolítica mundial, generando permanente inestabilidad: desde la creación del Estado en 1947 nunca un primer ministro completó su mandato. Eso mismo le pasó a Imhar Kahn.

La geopolítica en pugna

En conversación con Página/12, Sabrina Olivera -coordinadora del Grupo de Asia del Sur del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI)- explicó que “Pakistán tiene muy buena relación con China, mientras que India -el adversario histórico- está aliada a EE.UU. Por otra parte, China e India tuvieron una guerra fronteriza en 1962 y hace dos años, una escaramuza con 20 muertos. La cercanía política china con Pakistán acorrala de alguna manera a India. Y desde la perspectiva de EE.UU. su buena relación con India -a la que intentan potenciar- le generaría un contrapeso regional a China”.

Según Olivera, si bien Pakistán es una república islámica con primer ministro y Asamblea Nacional, casi la mitad de sus gobiernos desde la independencia en 1947 han sido militares: las Fuerzas Armadas son muy poderosas y acechan el sistema democrático. El detonante de la caída de Khan -esta vez no por golpe militar aunque ese lobby haya sido decisivo- fue su visita a Putin en Moscú el mismo día en que Rusia lanzaba su primer misil a Ucrania: “EE.UU. nunca se lo perdonó”. Es incomprobable cuánto influyó la presión norteamericana en ese país, donde los marines hacen operaciones antiterroristas sin avisar a los militares paquistaníes -por la falta de confianza-, como si se tratase de territorio estadounidense. El hecho es que cuando se votó la moción de censura en su contra en el Parlamento paquistaní, Khan denunció que el embajador de Pakistán en Washington recibió a Donald Lu -subsecretario de Estado para Asuntos de Asia Meridional y Central-, quien lo presionó para sacar del poder al primer ministro. El actual, Shehbaz Sharif -elegido por el Parlamento-, es más cercano a EE.UU.

La caída de Imran Khan

Silvana Barrios -politóloga de la UBA e investigadora en el grupo de Asia del Sur en CARI- dijo a Página/12 que el gobierno de Khan estaba perdiendo legitimidad interna por la mala situación económica. Su política internacional tuvo un giro hacia una mayor independencia de EE.UU. en el mismo momento en que ese país se retiraba de Afganistán. Esa retórica antinorteamericana -postura con que los políticos del mundo islámico ganan popularidad- implicaba el riesgo para EE.UU. de que sus fuerzas tuviesen que dejar de operar desde territorioa paquistaní. Esto le hizo perder a Khan el apoyo del ejército, sin el cual es muy difícil gobernar en Pakistán.

Según Barrios, en Pakistán casi todos los presidentes llegan al poder gracias al apoyo del ejército: fue el caso de Khan y del primer ministro actual. En paralelo -incluso enfrentado al poder de las Fuerzas Armadas- está el Inter Service Inteligence (servicios secretos). Históricamente, fue el ejército el que combatió al Talibán. En cambio, los servicios de inteligencia mantenían lazos con ellos, permitiéndoles operar en Pakistán: “son como dos instituciones separadas y el gobierno civil no tiene tanto control sobre ellas”. De hecho, el jefe de ejército estuvo al frente del Estado Mayor por mucho más tiempo del que le correspondía. En 2011 Barack Obama no informó a Pakistán del ataque en ese país que terminó con la muerte  bin Laden por temor a que alguien le avisara.

Barrios opina que ambas instituciones -enemistadas entre sí- han interferido siempre en los gobiernos, incluso con golpes militares. Los políticos se ven obligados a negociar con las dos por separado. Y también con EE.UU. De hecho, Khan tuvo buenas relaciones con ese país, permitiéndole usarlos de base militar. Hasta el regreso de los talibanes el año pasado, la relación EE.UU.-Pakistán era mutualmente funcional. A partir de entonces, no tienen mucho para ofrecerse  y China tiene más para darle a Pakistán. Para esta politóloga, hasta su reconquista de Afganistán, los talibanes eran cobijados por Pakistán, que al mismo tiempo tenía una relación de complicidad con EE.UU. Y los talibanes pakistaníes -Tehrik-e-Talibán Pakistán (TTP)- ahora encontraron refugio en Afganistán y desde allí atacan a Pakistán.

Sabrina Olivera subraya que más allá de la falta de pruebas de la influencia de EE.UU. en la destitución de Khan -esas cosas se hacen con discreción-, “en tanto hegemón, la primera potencia siempre está operando en Asia del Sur, donde tiene intereses medulares. En general detona una situación para que después vayan a pedirle auxilio. Por un lado, temen que Pakistán sea -o siga siendo- un santuario terrorista. A veces hay atentados y se termina sabiendo que estuvieron organizados desde allí. India también teme porque sufre esos ataques. El gobierno indio mantiene una política exterior de multi-alineamiento o autonomía estratégica. EE.UU. apretó a India para que condenara a Rusia por la invasión a Ucrania, pero el gobierno indio actúa según sus intereses y omitió la condena por tener excelente relación con los rusos por intereses energéticos y nucleares. En represalia, EE.UU. mandó una misión a analizar los Derechos Humanos en India sobre minorías religiosas y cuando el canciller indio fue a EE.UU. y dio una conferencia, una periodista norteamericana le dijo: “estamos muy preocupados por derechos humanos en India”. El canciller indio no se achicó: ´nosotros también estamos preocupados por los Derechos Humanos en EE.UU.´”.

La fluidez de las alianzas

La geopolítica de la zona es cambiante. Durante la Guerra Fría, Estados Unidos armó a Pakistán hasta los dientes -al igual que a Osama bin Laden- porque fueron sus alfiles contra la invasión soviética en Afganistán. La URSS hizo lo mismo con India. Pakistán e India se han enfrentado en cuatro guerras y se nuclearizaron gracias a la ayuda de potencias extranjeras adversarias. Pakistán es la única nación musulmana con bombas atómicas y ambos países suman unas 300. Los servicios secretos paquistaníes siempre tuvieron una relación ambigua con toda clase de muyaidines musulmanes: son peones contra India. Ya desde tiempos de Barack Obama y más aun con Trump, las relaciones con Pakistán se han ido enfriando y China está ocupando su lugar Trump llamó a Pakistán “un puerto seguro para terroristas”.

Imran Khan se recupera del atentado y acusó por el hecho al gobierno actual. Le respondieron que eso era “blasfemia”, una acusación gravísima en la cultura islámica, que se emitía antes de desenvainar la espada. El ex primer ministro es popular en las clases bajas y la juventud -podría volver a ganar las elecciones- y asegura que seguirá luchando por regresar el poder. Pero lo han proscripto con argucias legales. Es claro que la inestabilidad seguirá constante en este complejo entramado de fidelidades cambiantes donde pugnan China, EE.UU, India y Pakistán, justo sobre un polvorín nuclear. La sola partición de India y Pakistán en 1947 ya generó un millón de muertos: periodistas que habían cubierto la Segunda Guerra Mundial escribieron que en el subcontinente indio atestiguaron una crueldad entre hinduistas y musulmanes que no habían visto antes. Cabe recordar que aquel conflicto intercultural se resolvió, en gran medida, solo a cuchillo y palazos.