Son tiempos de tensión, expectativa y peligro en Brasil. Está la transición entre el gobierno del ultraderechista Bolsonaro, el peor y más abyecto presidente de la historia de mi devastado país, está un Lula que recurre a toda su vastísima experiencia de negociador para tratar de estructurar una base que le permita administrar la desgraciada herencia que recibirá.

Está la tensión sobre cómo actuarán los militares reformados que rodean a Bolsonaro, su clan familiar y su pandilla, frente a su derrota. Y, claro, sobran nuevas muestras de la suprema estupidez del actual mandatario, como cuando, al reunirse con Geraldo Alckmin, electo vicepresidente de Lula, le pide que nos libre “del comunismo”.

Permanece el silencio de Bolsonaro, un silencio que extiende aún más el manto de tensión que encubre a todo Brasil.

Pero – y que me perdonen mis editores y mis eventuales lectores – es de otro silencio que voy a tratar. Hoy partió en un viaje sin vuelta Gal Costa, y su silencio extendió un manto de la más profunda tristeza sobre Brasil. Un silencio cargado de dolor. De ausencia.

Soy de la generación que la vio surgir, hermosa, altiva, dueña de una voz sin igual. Recuerdo sus primeras presentaciones, recuerdo el primer disco en que apareció, al lado de su coterráneo Caetano Veloso.

Recuerdo como en muy poco tiempo la imagen y la voz de Gal se extendieron a todas las generaciones de brasileños, las que vinieron antes y las que vinieron después de la mía.

Discretísima en su vida privada, ha sido radicalmente revolucionaria en los escenarios, desafiando la censura de los militares cuando Caetano, Gilberto Gil y Chico Buarque amargaban el exilio. Y no desafiaba solamente con sus canciones, sino también con su actitud, su osadía, bajo las luces de los teatros.

Incentivó a nuevos autores, le dio vida nueva a canciones de Chico, de Tom Jobim, de sus conterráneos – con Caetano, Gil y Bethania integró el cuarteto “Doces Bárbaros” –, supo ser vanguardia mientras rescataba canciones clásicas de décadas y décadas anteriores.

Ha sido una voz de cristal y de luz, que supo interpretar y describir a Brasil y a los brasileños a lo largo del tiempo.

La conocí cuando todavía se presentaba como Maria da Graça y estrenaba en San Pablo. Tuvimos casi ningún contacto desde entonces. Cosas de la vida.

Pero cuando supe este miércoles de su partida, sentí que de inmediato se abría una gruta en mi alma. Y así será por los tiempos que vendrán.