Los trapos sucios del capitalismo salvaje se ventilan fuera de casa gracias a un Mundial antipático. Qatar ya sabemos lo que es: una monarquía que utiliza al deporte como insumo básico para conservar su delicado equilibrio geopolítico y aumentar la penetración de su marca país. Ya organizó los mundiales de hándbol y atletismo y empieza ahora su apuesta mayor: la Copa de la FIFA. Por eso el torneo es también una buena lección. Un momento histórico que permite sacarle la careta otra vez al sistema económico dominante. “Pinta tu aldea…”, escribió Tolstoi y “pintarás el mundo”. El pequeño emirato es esa aldea. Y a su alrededor, ¿qué hay? ¿Naciones en tránsito hacia el desarme? ¿Monjes budistas al frente de estados? Nada de eso.

A medida que se acercaba la fecha del partido inaugural Qatar-Ecuador, aumentaban las denuncias por violaciones a los derechos humanos en este país que tiene casi la mitad de la superficie de Tucumán. La lista de imputaciones es extensa: el régimen laboral cuasi esclavista llamado Kafala; la represión de las minorías sexuales; la prohibición de los partidos políticos y sindicatos; la opresión que viven las mujeres pese a los intentos de maquillaje y las miles de vidas perdidas de trabajadores extranjeros en las obras faraónicas que se levantaron para el Mundial.

Son demasiados agravios a la doble moral occidental para que el torneo entusiasme a la gente de buena conciencia. Para que no existan voces críticas. Muchas se escucharon desde la Vieja Europa y sus democracias donde campea el fascismo y el rechazo a los migrantes. Incluso hubo una en especial que sonó a arrepentimiento tardío.

“Qatar es un error. La elección fue mala. Asumo mi responsabilidad, yo era el presidente de la FIFA en aquel momento”, declaró Joseph Blatter en una entrevista con el medio suizo Tages Anzeiger. Había estado diecisiete años al frente del fútbol mundial, entre 1998 y 2015. Hasta que explotó el escándalo de los sobornos en la FIFA y el personaje, hoy recluido en Zurich, se convirtió en persona no grata.

En el mismo reportaje explicó cuál fue la razón de semejante decisión: “Qatar compró aviones de combate a los franceses por valor de 14.600 millones de dólares”. El expresidente galo Nicolás Sarkozy -condenado por otros delitos en su país- y Michel Platini -también eyectado de la FIFA- fueron los facilitadores del acercamiento. Geopolítica, fútbol y negocios en tiempos posmodernos. El PSG de Messi y Neymar completa ese paquete estratégico. Es un club del emirato qatarí.

En cuatro años se disputará el Mundial siguiente en Estados Unidos, con México y Canadá como coanfitriones de reparto. Pero, ¿alguien se cuestionó que a 32 kilómetros de Doha haya una base al servicio de EEUU con unos 11 mil soldados desde la que se bombardearon países independientes como Irak, Siria, Afganistán y otras naciones de Medio Oriente? Es un tema que no entra en la agenda de las grandes cadenas internacionales.

Qatar paga un costo político que remite al de la Argentina en 1978 y su Mundial en dictadura. Hubo desaparecidos, militantes arrojados vivos al mar y niños apropiados. El espectáculo del fútbol siguió mientras se violaban los DD.HH. Es que la pelota nunca se detiene, a no ser que se desate una nueva Guerra Mundial (ya pasó entre 1938 y 1950). Por más amenazante que parezca el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania y la agresiva política expansionista de la OTAN, no alcanzan aquel status. Más allá de cierta escena de película como la que provocó la fuerza aérea polaca que escoltó con dos aviones de combate F16 a su seleccionado nacional hasta Qatar. Una imagen del Mundial en tiempos de guerra.

Al fútbol se juega a lo que dé lugar. La FIFA tiene previsto generar 6 mil millones de dólares de los cuales apenas 440 serán pagados en premios a las selecciones. El campeón cobrará 42 millones y el subcampeón 30. Solo por participar en tres partidos, los equipos eliminados en la primera ronda recibirán 9 millones.

Gianni Infantino, reelegido para un tercer mandato en la FIFA, se salió con la suya desde que accedió a la presidencia en febrero de 2016. Sostuvo las sedes de las cuestionadas Copas del Mundo en Rusia y Qatar –sospechadas porque se otorgaron juntas en 2010 y bajo denuncias de sobornos– que pretendían organizar Inglaterra y EE.UU. Pero las dos potencias perdieron la votación pese al fuerte lobby de sus jefes de Estado hace doce años: David Cameron y Barack Obama.

En 2018 la FIFA enmendó la plana y se congració con el expresidente Donald Trump. Le entregó el Mundial 2026 que será el primero en disputarse en tres países. Sobre 80 partidos, Estados Unidos recibirá 60. México y Canadá apenas 10 encuentros cada uno. También se pasará de 32 participantes a 48. Será una Copa del Mundo sobreexplotada y bajará seguramente la calidad de los equipos. Pero el negocio siempre está por sobre todo y se amplía con más audiencias.

Las voces críticas contra Qatar -siempre desalentadas por la FIFA y su sesgada neutralidad– pasaron a un discreto segundo plano en la valoración de las autoridades del fútbol. Es difícil sancionar cuando muchos cuestionan. La marea de expresiones políticas contrarias a este Mundial proviene de artistas que se negaron a participar en la ceremonia inaugural, jugadores, entrenadores, periodistas… la lista es larga.

Las selecciones de Dinamarca y Australia cuestionaron la falta de derechos de las minorías en el emirato. El alemán Tony Kroos denunció que “está mal que el Mundial sea en un lugar como Qatar donde se vulneran derechos humanos”. Carlos Queiroz, el entrenador portugués de Irán, discutió de política con un periodista inglés en una conferencia de prensa. Y hubo más señales de que se viene una Copa del Mundo tan politizada que la FIFA le envió el viernes 4 a las 32 federaciones que estarán en Qatar una carta en la que pide mesura:

“Sabemos que el fútbol no vive en el vacío y somos igualmente conscientes de que existen muchos desafíos y dificultades de índole política en todo el mundo. Pero por favor no permitan que el fútbol sea arrastrado a todas las batallas ideológicas o políticas que existen”, dice el texto.

Una batalla perdida en el Mundial de la discordia donde todos sus actores hacen política. A favor y en contra.

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