Desde Marrakech

El Mundial alteró los calendarios de todas las disciplinas a lo largo y ancho de un mundo que durante casi un mes se moverá al ritmo de la pelota. Los festivales de cine, desde ya, no fueron la excepción. Así como el de Mar del Plata se adelantó a la primera quincena de noviembre, el de Marrakech dejó su tradicional ventana de las primeras semanas de diciembre para comenzar hace diez días y culminar horas antes del pitazo inicial del partido entre Qatar y Ecuador. Un desplazamiento que hizo que el feriado por el Día de la Independencia marroquí, que se celebra el 18 de noviembre para conmemorar la lucha por liberarse del dominio francés y español, coincidiera con el anteúltimo día de actividades. La mítica Plaza de Yamaa el Fna estuvo más populosa y ruidosa que lo habitual durante ese viernes que culminó con la proyección al aire libre de Minions: nace un villano, presentada por Gad Elmaleh, un comediante de enorme popularidad aquí y en el país del gallo. Pocas situaciones más ilustrativas de la idea de los festivales como “fiesta del cine”.

Pero, como toda fiesta, ésta tenía que terminar. Y así lo hizo el sábado por la noche con la ceremonia de clausura realizada en la sala principal del Palais des Congrès, en la que el jurado de la Competencia Oficial –presidido por el realizador Paolo Sorrentino e integrado además por sus colegas Justin Kurzel, Laïla Marrakchi y Susanne Bier; las actrices Vanessa Kirby, Diane Kruger y Nadine Labaki, y el actor Tahar Rahim– reveló una nómina de ganadores que dejó como Mejor película a A Tale of Shemroon, una coproducción entre Francia, Alemania, Irán e Italia, dirigida por Emad Aleebrahim Dehkordi y centrada en la vida de dos hermanos que, junto a su padre y tras la muerte de su madre, deben reconstruir sus vidas.

Pero hubo un primer plato antes de los premios, y fue la realización del último tributo de esta edición, en este caso para Tilda Swinton, que tuvo como momento estelar la entrega de una estatuilla de manos de su hija, la también actriz Honor Swinton Byrne. En la introducción al reconocimiento, el realizador sueco Ruben Östlund –ganador de la Palma de Oro en el último Festival de Cannes gracias a Triangle of Sadness, que se verá en Buenos Aires durante la semana dedicada al evento francés que se realizará en el Cine Gaumont– definió a la actriz como “la David Bowie del cine”. Un rótulo atribuible no solo su figura andrógina, sino también a una trayectoria artística singularísima que ha tenido como normas la versatilidad, la reinvención y los saltos al vacío.

Como muestra de ello, basta con señalar que en la programación de este año se la vio (o, mejor dicho, se la escuchó, ya que puso su voz) en Pinocho de Guillermo del Toro y The Eternal Daughter, nueva colaboración con su amiga desde la infancia (se conocieron en el colegio ¡primario!) Joanna Hogg después de The Souvenir (2019) y The Souvenir: Part II (2021). Por si fuera poco, durante la entrevista con la periodista de la transmisión oficial de la alfombra roja, Swinton contó que su próxima película será “un musical sobre el fin del mundo” dirigido por Joshua Oppenheimer. ¿Quién es ese muchacho? El responsable de los documentales The Act of Killing (2012) y The Look of Silence (2014), un notable díptico acerca del genocidio anticomunista que acabó con la vida de medio millón de indonesios durante la década de 1960 y en el que le daba voz tanto a las víctimas como a los victimarios, estos últimos orgullosísimos de recrear ante las cámaras cómo torturaban y masacraban a los detenidos. Solo el apetito de experimentación y riesgo de una actriz 4x4 como Swinton justifica una elección así.

The Eternal Daughter

Y algo de experimentación del orden metadiscursivo hay en The Eternal Daughter, que se presenta con una velada continuación de las dos The Souvenir. Si allí Swinton (Rosalind) tenía una hija (Julia) interpretada por Swinton Byrne, en esta historia, que transcurre un tiempo después que las anteriores, ambos personajes recaen en la ganadora del Oscar a Mejor Actriz de Reparto en 2008 por Michael Clayton. Lanzada internacionalmente en los festivales de Venecia y Toronto, la película tuvo una primera función el jueves por la noche que la realizadora presentó con una remera en alusión a los 80 años que ese día cumplía Martin Scorsese, a quien catalogó como su “mentor”. Podría pensarse en una referencia caprichosa o una pose para congraciarse con el público, si no fuera porque el director de Taxi Driver y Toro Salvaje ofició como productor ejecutivo de The Souvenir y, ante el anuncio de que estaba preparando un proyecto sobre una historia de fantasmas, le recomendó varias películas, novelas y cuentos. Entre estos últimos estaba They, de Rudyard Kipling.

Catalogado como uno de los mejores cuentos del autor británico, They relata la historia de un automovilista que, tras perderse, llega a un imponente caserón donde vive una mujer ciega y sus hijos, puntapié narrativo para un relato que entrelaza lo fantástico con las rugosidades del duelo. Ese cuento es leído por Julie durante la estadía de una semana junto a su madre Rosalind en un hotel casi deshabitado, ámbito ideal para desatar una andanada de recuerdos dolorosos y traumas acumulados a lo largo de los años que adquieren un aura fantasmal de indudable influencia lyncheana. Pero, ¿es The Eternal Daughter una película de fantasmas? ¿O un melodrama? ¿Y si se trata, en realidad, de un thriller psicológico? La película de Hogg se niega a encorsetarse en un género y, a cambio, propone un relato materno-filial en el que la tristeza sobrevuela cada interacción y el terror se esconde dentro de esas mujeres quebradas por su propia historia.