Seis historias de vidas truncadas de diferentes maneras. Seis historias de aspiraciones y desgracias. Seis historias hilvanadas por una que las zurce a través del uso de las tecnologías para romper las fronteras de lo que significa la irrepetibilidad del ser humano, solo por tener la posibilidad para hacerlo. Como en una feria, el doctor Calvo presenta en su Clínica de Biotecnología a sus cinco “pacientes” que llegaron hasta él para transformar sus cuerpos, sus recuerdos o sus actitudes. “Tiene que ver con el transhumanismo, ir hacia una fusión indisoluble entre el ser humano y las máquinas”, explica a Página/12 Luciano Saiz, integrante del grupo MUTA Multimedia y autor y director de Human Tecno Trans. “Me interesa ver qué pasa en el futuro con esa fusión, ya no muy distinguible. Vamos hacia las inteligencias artificiales. Ese fue el planteo, no solamente hacer las cosas que ya son reales, sino también las que por ahí están haciendo y no nos enteramos”, propone sobre lo que puede verse los viernes a las 21 en Área 623 (Pasco 623).

¿Cuál es el límite de lo humano? ¿Qué se llega a resignar con tal de prolongar la existencia? Sobre el escenario, que se muestra como totalidad pero la narración fragmenta los espacios, Marisa prepara su cuerpo para las necesidades del alma que va a alojar tras su cercana muerte; Lola anhela modificar los recuerdos que tiene con su hija para morir en paz con ella; Paula quiere transformarse física y mentalmente en su personaje favorito de animé; Marcos tuvo un ACV y ansía trasplantar su conciencia a un cuerpo que le responda; y Florencia tiene un tumor que amenaza su vida. Un caleidoscopio de deseos que se enfrentan y combinan para configurar distintas figuras narrativas. El personaje que decide sobre otros y sobre sí mismo es el doctor Calvo, experimento él también del cruce biotecnológico al haberse implantado un brazo robótico, que su cuerpo tuvo como primer impulso rechazar pero que poco a poco fue aceptando, como una metáfora de la articulación entre la vida humana y los dispositivos tecnológicos.

La obra es también una apuesta escénica: como la hibridación entre vida y máquinas que se propone, la tecnología también invade el dispositivo teatral para contar esas historias. “Me interesaba que las tecnologías y los personajes también se modifiquen”, desafía Saiz. “(Mauricio) Kartún dice que teatro es lo que alguien dice que es teatro. ¡Puede ser todo! Los bordes entre las artes están cada vez más disueltos, y por eso el grupo MUTA Multimedia es para la escena y no para el teatro. Lo llamo teatro porque prefiero que haya historias que se cuentan”. Es que las proyecciones, el arte digital y multimedial son parte central de la narración. “Intento contar cosas que ayuden a pensar, que descoloquen, que provoquen. Lo veo como una resistencia al quedarse en casa y ver pantallas, de ir y encontrarte no solo con la tecnología en un lugar sino a un ritual colectivo, porque te van a pasar otras cosas. De alguna forma, meto tecnología para defender al teatro, o por lo menos me gusta imaginarlo así”, se entusiasma el autor y director.

“Es un hecho escénico, con un lenguaje que para mí se parece a la vida, la fusión tecnológica en los cuerpos, en las pantallas, por laburo... La pandemia fue así”, compara lo que se ve con el afuera de la sala. “Ya se está discutiendo la posibilidad de mantener la conciencia de alguien en una computadora. ¡La subjetividad en un entorno digital! Son fusiones que veo y que van cada vez más rápido. Mucha gente intenta resistirlas, pero me parece que hay que relajarse y ver que las posibilidades son muchas”, se planta. Es que el vínculo entre ambos espacios se nutre mutuamente, como inspiración para las artes y como horizontes posibles en las calles. “El personaje que hace cosplay nació de una chica que alquilaba en mi casa y un día apareció toda tuneada”, confiesa Saiz. “Se suelta con sus amigues, se reúnen en los encuentros, ahí arma su mundito. Ella se siente realizada en esos encuentros, pero ¿qué pasa si va un pasito más allá y le cambia la cabeza o la actitud? Busco cruzar los límites entre forma y contenido; conciencia, alma y cuerpo; y también el tema del sexo biológico, de la identidad y el género”, apuesta.

A pesar del entorno de ciencia ficción médico-biológica, el público se convierte en espectador de feria en donde el doctor Castro intenta convencerlo del atractivo de las historias que se van desarrollando frente a sus ojos. Así, el potencial de las posibilidades científicas se combina con el horror (¿O el temor? ¿O la esperanza?) de que esa ficción se convierta prontamente en realidad, borroneando los límites con la representación. El zurcido que realiza Castro cobra sentido a medida que estos humanos de diseño empiezan a asumir sus nuevas formas de existencia, sometidas sin resto a los requerimientos técnicos que les permiten prolongar su tiempo en este planeta o modificar las condiciones en que lo dejan. Pero ese mismo sometimiento, ¿es un requerimiento o una decisión? El dilema sobre definir las condiciones de la propia vida, o la posibilidad de decidir sobre las de los demás, es una pregunta que atraviesa el texto y tiene múltiples respuestas.

El trabajo de los actores con los dispositivos requiere de precisión y adaptación a cualquier fallo que, cuenta Saiz, fue muy trabajado en los ensayos. “Hay algo artesanal detrás de lo ultratecnológico que fue muy laborioso, como ejercitaron el timming con las máquinas fue muy bueno”, destaca. “Hay algo de reflejos de humanidad que quedan latentes. Me gustaba la idea del reflejo de algo de lo humano”, resalta, y se divierte con el rol del maestro de ceremonia de esta exhibición de feria, combinación del doctor Frankenstein de Mary Shelley, del doctor Moreau de Herbert Wells y el Morel de Adolfo Bioy Casares. Imaginación tecnológica, ética borrosa y una gran ambición se combinan en el doctor Castro, que además adivina el pensamiento de los espectadores. “Presentador de un mundillo siniestro, falso, un poco circense”, define, y concluye: “Ahí apareció el contacto con el público: si hablo del cruce entre humanos y tecnologías, ¿el público se iba a quedar solamente mirando?”.