Nosotras parimos hijos todos los días...

                                                                                              Hebe de Bonafini

Las mujeres antiperonistas siempre están en posición de contraataque, muñidas de un lugar común: como las peronistas más representativas no se declararon o autopercibieron feministas, las conquistas del feminismo no les pertenecen. Es cierto, ni Eva Perón, ni Hebe de Bonafini ni CFK se consideraron feministas: son demasiado peronistas. La cuestión es que el peronismo siempre incluyó los derechos de mujeres y minorías. Se trata del viejo vicio de juzgar a Evita por sus omisiones más que por lo que sí dijo, a Cristina o a Hebe por sus “modos” antes que sus dichos y acciones.

Eva, Cristina y Hebe se constituyeron en madres del pueblo. Siendo que vivimos en una sociedad en que la maternidad es una cuestión de la vida privada, despolitizada, nos interesa situar este lugar no para hablar de “matriarcado” o de la “teta del Estado” sino para pensar algo superador: la maternidad como relación política, rebalsando a la mera relación madre-hijx biológico. Las Madres de Plaza de Mayo socializaron la maternidad: quitaron al amor maternal del lugar instintivo y ligado únicamente al hijx propio, biológico y edípico, e instituyeron una maternidad política. Hasta el día de hoy sigue siendo una excepción que las madres tengan una participación política. Se supone que una madre debería estar en su casa y no en la vida pública. Lo más interesante es que Las Madres tienen una Casa, que consideran no es de ellas sino del pueblo.

La maternidad es una institución que permanece bajo el control masculino, se rige bajo normas patriarcales y mensajes paradojales que suelen ser enloquecedores. Subsiste la misma forma de vigilancia sobre las mujeres: quedar atadas al propio cuerpo... y a su casa. Suelen ser pensadas como extensiones del “cuerpo femenino”. Son ellas quienes más tiempo las habitan, limpian y decoran; son las que saben dónde encontrar las cosas dentro de la casa. Amas de casa, pero no como propietarias materiales del ladrillo sino como encargadas de las tareas del hogar. Los hombres son los dueños, las mujeres las amas. La maternidad privada, del hogar, conforma el gueto de las únicas capacidades femeninas. Se les otorga un único “poder”, el de hacer lo que les plazca con sus hijxs dentro del hogar; y luego se les dice que lo que hacen va en detrimento de la salud mental de sus hijxs.

La casa que fundaron Las Madres es un espacio en el que se reúnen a cocinar y almorzar, a encontrarse para no estar solas, un espacio en el que habita la historia y la memoria, pero también lo cotidiano. Y es precisamente desde esa cotidianidad compartida que emerge su intervención política: sus propias reuniones, entrevistas con diversos referentes, actividades de cara a la comunidad o incluso la cesión del espacio para la realización de reuniones, plenarios y encuentros militantes. Se fue transformando en un museo, pero bien vivo, en el que se guardan todos los recuerdos y regalos que les fueron dando a lo largo de los años. Han hecho de ese lugar privado un lugar público y político, casa del pueblo.

Según Hebe, lo más difícil fue sacar los nombres de lxs desaparecidxs de los pañuelos y no llevar las fotos de sus hijxs. La dificultad --por el terror que se vivía en esos tiempos-- fue reivindicarlxs como revolucionarixs. El asunto es que a las madres se les exige que pacifiquen y apacigüen la historia política y social. Una madre debería ser capaz de mirar hacia el futuro y negar el pasado. La ira de una madre es inaceptable y por ello, cuando se siente, tiende a reprimirse y volver hacia sí, y en muchos casos hacia sus hijxs. Se espera que las madres oculten puertas para adentro la bronca, la ira y la desesperación.

Es tan horroroso el hecho de que una madre pierda a su hijx que ni siquiera existe una forma de nombrarlo. No existe el equivalente a “huérfanx”: cuando una madre se queda sin hijx no hay palabra. El único lugar posible para esas madres es el sufrimiento eterno, el calvario, la locura o el pedido de justicia individualizado: “Madre del dolor”. Es impensable que las madres se reúnan para hacer actos colectivos de justicia que no sean en nombre de lxs propios hijxs: para hablar sobre maternidad, aborto, las infancias, los derechos humanos y las necesidades de lxs más vulnerables. La maternidad que no es individual y blanca está censurada.

En plena dictadura se decía “¡Algo habrán hecho!”. Esto es lo que las madres reivindican día a día transmitiendo el orgullo de ese “algo” siempre menospreciado, censurado, clandestino, vuelto delito: la militancia. Ese “algo” por lo que soñaron y lucharon sus hijxs es un país más justo y solidario. La cuestión es que el mero hecho de ser madre conlleva la responsabilidad por el obrar de lxs hijxs: “Algo habrán hecho y ustedes tienen la culpa por cómo lxs criaron”. Las Madres reivindican haber criado hijxs que luchaban por una causa justa, que tenían compromiso político; pero lo cierto es que muchas reconocen haberse interesado por la política cuando sus hijxs desaparecieron. Queremos decir que muchxs militantes no venían de padres y madres comprometidxs sino que, a la inversa, eran lxs hijxs quienes enseñaban a sus madres y padres --que en muchos casos no habían siquiera ido a la escuela. Menuda subversión de un lugar común en torno a la crianza: el orgullo de haber aprendido de lxs hijxs.

Con el avance del neoliberalismo, la maternidad está cada vez más idealizada: una “verdadera madre” debe ser blanca, de clase media, tener trabajo, marido y sonreír, pase lo que pase. “Madre exitosa” es aquella que puede hacer todo, que conserva su autonomía y que no tuvo que renunciar a nada por sus hijxs. Este Ideal es posible a costa de mujeres/madres de sectores populares que realizan tareas de maternaje mientras las exitosas salen a hacer sus vidas. Se debe poder maternar sin ayuda estatal, sino no merecen el título de madres: “deberían haberlo pensado antes, si no tenés dinero suficiente no deberías tener hijxs”. La maternidad exitosa es un privilegio de clase. Insiste el prejuicio de que las negras procrean de manera irresponsable, que se embarazan por un plan o vienen de países limítrofes a usufructuar del sistema de salud. “La maternidad es lo único que te realiza como mujer” ...¡y encima no cualquiera lo es realmente!

Si una mujer tiene diez hijxs y vive en una villa es una ignorante que no sabe cuidarse; si una mujer rica del Opus Dei tiene diez hijxs lo hace porque Dios así lo manda o porque se le da la gana. Se desprecia a la madre pobre, parásita del Estado; pero son esas madres pobres las que tienen que dejar a sus hijxs para criar a lxs hijxs de mujeres ricas... y en condiciones laborales generalmente indignas.

J-A Miller divulgó el concepto de estrago materno de Lacan, convirtiéndolo en una clínica. Situó diversos efectos en lxs niñxs, erigiéndolo en paradigma --moral antes que clínico-- de cómo una mujer debe comportarse frente a su hijx para no caer en el estrago, dando por sentado que lo “esencial” es que una madre desee más allá del hijo. La madre angustiada sería aquella que desea poco o mal como mujer. ¿Y los padres? Cuando no cumplen con su “función paterna” son ubicados como enfermos mentales o meramente ausentes. Sólo una madre puede ser estragante para el psicoanálisis.

A las mujeres se les prohíbe un deseo que no sea lo suficientemente materno. Por un lado, se las maternaliza para que en lugar de sentir la falta de deseo sientan culpa por desear. Por otro lado, se les dice que no sean tan madres porque no les va a quedar nada de mujer y los hombres no las van a desear. Ante este dilema o doble estándar nos preguntamos acerca del ejercicio de la maternidad política: no la maternalización de la política --llevar los atributos prefigurados de lo que es ser “buena madre” al ejercicio político-- sino una politización de la maternidad. A diferencia de lo planteado por Miller --un deseo más allá--, un deseo político de maternidad. Se trata de un saber-hacer que está prohibido, y por eso las madres suelen criar en soledad bajo el control masculino, lo cual va generando sentimientos de profunda culpa por no estar a la altura de las expectativas de madre suficientemente buena.

Si los cuidados del bebé son asignados a las madres, ¿por qué no suponer que el Estado podría recoger el guante respecto a dichos cuidados, entendiendo a estos no como caridad ni “hacer por amor” sino como políticas de cuidados? Ante la maternalización de los cuidados, la propuesta de hacer público lo injustamente destinado a la díada materno-privada.

En la foto que acompaña este escrito la vemos resistiendo con vestido, taquitos y una canasta. Llevó a cabo su lucha y militancia siendo lo que era: una madre, una mujer del pueblo, una ama de casa. Aprendió de sus hijos y se convirtió en revolucionaria sin ninguna impostura ni mascarada. Las Madres son las mujeres más revolucionarias del mundo. Son un modelo de maternidad que no es individual ni mercantil, de una maternidad más sorora y solidaria. Son un símbolo que convierte a la maternidad en un espejo en el cual las mujeres se pueden mirar. Madres de todxs quiere decir que lo aparentemente más personal también podrá advenir político y, por lo tanto, plausible de ser transformado en un saber-hacer colectivo.

Sofía Rutenberg y Julián Ferreyra son psicoanalistas.