Pinocho de Guillermo del Toro - 7 puntos

Guillermo del Toro’s Pinocchio, Estados Unidos/México/Francia, 2022

Dirección: Guillermo del Toro y Mark Gustafson

Guión: Patrick McHale, Matthew Robbins y Guillermo del Toro

Música: Alexandre Desplat

Duración: 119 minutos

Intérpretes: Con las voces de Gregory Mann, Ewan McGregor, David Bradley, Christoph Waltz, Ron Pearlman, Kate Blanchett, Finn Wolfhard, Tilda Swinton, Tim Blake Nelson, John Turturro, Francesca Fanti.

Estreno: Disponible en salas.

-Se estrena una película basada en Pinocho, la novela escrita en forma de folletín por el italiano Carlo Collodi a finales del siglo XIX.

-Eso dicen. Una italiana dirigida por Matteo Garrone, pero que no es animada sino filmada con actores y con Roberto Benigni como Geppetto.

-No, esa se estrenó durante la pandemia y el año pasado estuvo nominada a los Oscar de vestuario y maquillaje. La que se estrena ahora es otra.

-Ah… ¿La de Tom Hanks que mezcla actores y animación? Pero esa ya se estrenó y Diego Brodersen dijo en Página/12 que no es gran cosa.

-Tampoco es esa. Esta es animada y la dirige el mexicano Guillermo del Toro. Es de Netflix, pero se va a poder ver en salas por unas semanas.

-¿Otra más? ¿Animada, como la de Disney de 1940? ¿Hacía falta?

En principio ninguna película hace falta: en términos objetivos la humanidad hubiera seguido existiendo si el cine no se inventaba. Pero tal vez en esa coincidencia de animar lo inanimado, característica divina que comparten el cine y la historia creada por Collodi poco antes de que los Lumiere presentaran su invento, se encuentre el mejor argumento para explicar la recurrencia de Pinocho en la pantalla. A veces, ese truco de infundir vida a las fotografías consigue el milagro adicional de que algunas de sus creaciones hagan que el mundo sea un poco mejor, al menos por un rato, y ya con eso alcanza para agradecer su existencia. Y la del cine.

Esta enésima versión cinematográfica de la creación del autor italiano tiene el mérito de entrar de forma modesta en esa categoría. Pero no porque se trate de una obra maestra de la animación, ni de una joya destinada a perpetuarse en el bronce del canon. Tampoco hace falta nada de eso (ni mucho menos) para que el cine le mejore la vida a un puñado de espectadores. Alcanza, como en este caso, con pulsar genuinamente algunas cuerdas emotivas, con utilizar las formas cinematográficas de manera sensible y, por momentos, incluso con cierto virtuosismo, y con el mérito de contar otra vez la misma historia, encontrando nuevos senderos para atravesar un territorio que está muy lejos de ser virgen.

Porque si bien respeta en lo esencial el viejo cuento del carpintero que ha perdido un hijo, y que para paliar su tristeza crea una marioneta de madera que termina cobrando vida, Del Toro logra que su Pinocho tome distancia de las versiones previas, para aportarle algo de su propio y reconocible universo. Por un lado, al igual que hizo Garrone en su película de 2019, el mexicano le quita, al menos de modo parcial, esa capa dulcificadora con la que Disney popularizó al personaje a escala global. Y lo hace recuperando algunos de los detalles más oscuros de una obra que por momentos está muy lejos del imaginario infantil post-Disney. Si bien el genio de la animación nunca rehuyó la posibilidad de incluir a la muerte como parte de sus obras, acá Del Toro se encarga de darle a ese elemento un peso más físico y concreto. Pero sin quitarle espacio a la fantasía, una virtud que consigue duplicar el acierto.

Además le otorga mayor relevancia a la relación de Geppetto con su primer hijo, para humanizar sus deseos de recuperar su presencia de algún modo. Por ese camino Del Toro pone en evidencia la relación de Pinocho con la criatura de Frankenstein, otro personaje fundamental del imaginario cinematográfico surgido de la literatura. Y aprovecha ese vínculo para explotar las atmósferas góticas que son marca registrada de su cine. Pero si hay una novedad que aporta la nueva Pinocho es justamente la vinculada con la figura paterna. Esta vez la historia no se trata solo del chico travieso que debe aprender una serie de lecciones morales, sino sobre las que debe aprender el padre. Por un lado, la propia falibilidad: los padres también se equivocan. Y sobre todo, la dificultad de aceptar que los hijos no son objetos maleables que se ajustan al propio deseo, sino seres autónomos a los que, con suerte, apenas se les ha dado la vida.