Los actores y actrices en escena, en el rol de testigos o de un público ladino de las desventuras de lxs otrxs, son, aparte de Otelo, un montón de personas que saben pero fingen descubrir los hechos como si se tratara de situaciones intempestivas que llegan para obligarlos a actuar. Otelo rompe ese pacto, más precisamente Guillermo Arengo que asume una composición brechtiana distanciada y conciente de la peripecia que lo tendrá como protagonista.
Yago, en oposición, opera como el gran histrión, seductor con el público y director de la escena. Autor de todo lo que allí ocurrirá. La obra de su ambición y de su envidia. Él quiere ocupar el lugar y, por supuesto, la cama del otro. Él se encargará de hacer de Desdémona una puta. La chica que con sus tacones y su melena platinada engañó a su padre y bien podrá burlar al marido. Como todos la desean, Yago huele en ella una correntada capaz de aniquilar cualquier voluntad. Fascinados por ese insondable femenino, tan fácil de definir en su diseño a lo Marilyn, algo atontada por las pestañas postizas, Desdémona será la inconsistencia de ese poder de capitanes, la contradicción que Yago encuentra para asumir el mando en esa trama que parece destinarlo a un lugar subalterno.
La fuerza política de Otelo reside, en el texto de William Shakespeare, en ese personaje que odia mientras falsifica su obediencia. Como el ser más lúcido, Yago es el único que tiene un propósito claro. Escruta la escena como un experimento donde él ha volcado la comprensión artera del sistema que los mueve como seres desechables. Este predicador del dinero identifica que el daño mayúsculo para un hombre como Otelo es el desvanecimiento de una posesión tan inmaterial como el honor. Para eso necesita hacer de Desdémona una figura procaz. Él engendra en Otelo el sueño de su muñequita porno en una fornicación en serie.
En esta versión de Martín Flores Cárdenas el desplazamiento político se da hacia el crimen de Otelo, hacia el femicidio como el núcleo ideológico de una época que decide qué vidas merecen ser vividas. En este sentido, que la escena final se desarrolle a partir de una idea de total desapasionamiento, de una interpretación neutra que se desentiende de todo arrebato temperamental, es una decisión política determinante para señalar a Otelo como un asesino sin atenuantes.
En ese mismo cuarto, donde la luna inyecta algo de melancolía y le da a Desdémona una inquietud leve que le permite sospechar ese peligro que no podrá ver hasta que los brazos enormes de su marido le quiten el alma, ella apela a una piedad imposible, implora que no la maten pero Otelo es un ser vaciado que sólo se mide por la palabra de otro hombre. Jamás el dolor de su esposa podrá conmoverlo tanto como la perfidia de Yago.
Que la elección del personaje de Desdémona se definiera en una actriz como Vanesa González, con esa apariencia de adolescente inalterable, obliga a pensar en tantas chicas atoradas en esos cuerpos bestiales, que pelearon hasta la expiración y que gritaron el nombre de otra mujer en esa soledad que las ahogaba.
En la disposición coreográfica de la puesta se apela a la figura del bufón que le permite a Flores Cárdenas discutir las zonas de empatía. El director lee lo espectacular como un recurso que ayuda a esa distracción del entorno, a esa aparición repentina de todos los personajes cuando Desdémona ya está muerta y hay que fingir horror y compasión para no asumir que la mataron todos, que el final ya estaba anunciado en la primera escena.
Otelo: adaptación y dirección de Martín Flores Cárdenas, se presenta de jueves a domingos a las 20.30 en el Teatro Regio.