En el ya bastante trajinado y hasta casi anticuado debate sobre “la posmodernidad” –su existencia, características y validez, entidad o pertinencia–, entre discusiones e intentos más o menos recurrentes sobre cómo catalogar y periodizar las épocas históricas, cuánto de ruptura y cuánto de continuidad habría, y cuál tipo de tiempo estaríamos atravesando actualmente, se encuentran, entre tantos otros, los trabajos de Fredric Jameson, cuyo postulado –en El giro cultural– sobre el posmodernismo como nueva época incluye no sólo la existencia de una estética, sino de una economía, una cultura y una sociología toda (un modo de producción); también y en opuesto sentido, el de Marshall Berman, su célebre Todo lo sólido se desvanece en el aire, donde sostiene que muchísimos de los supuestos “temas posmodernos” no son más que variantes exacerbadas y/o extremas de temáticas, metodologías y tópicos clásicos del modernismo, especialmente del artístico-cultural (collage, pastiche, fragmentarismo, ironía, irreverencia); pasando por los libros de Terry Eagleton (Las ilusiones del posmodernismo), Perry Anderson (Los orígenes de la posmodernidad) y David Harvey (La condición de la posmodernidad), hasta la hipótesis –ya alejada de toda variedad marxista– de Habermas, de la modernidad como “proyecto inconcluso”. Lo cierto es que, con o sin prefijo pos, el devenir temporal-social no deja de ser interrogado y analizado por la crítica y la teoría, junto con otras disciplinas. Y el mismo empeño sostiene Hartmut Böhme, académico literario y crítico cultural, en Fetichismo y cultura, publicado por Ubu Ediciones. Con traducción de Felisa Santos y un prólogo de Marcelo Burello, el volumen de casi 700 páginas también tiene una versión electrónica desde la web de la editorial. El subtítulo del libro ya indica su propósito: proponer Otra teoría de la modernidad.

En un prólogo a la edición argentina, Böhme presenta su investigación: quiere dar cuenta de las cosas como instrumentos útiles y cotidianos en la vida del ser humano hasta su fetichización, por la vía de la (obligada) circulación en el mercado. Las “cosas” que rodean al sujeto poseen múltiples significaciones y connotaciones, más allá de su elemental y necesario valor de uso. Para Böhme “la tensión de las sociedades modernas consiste en que el sistema funcionalista se despliega al mismo tiempo que incita una arcaización de las mentalidades. Hoy, por ejemplo, los autos son de una inteligencia técnica elevada; y al mismo tiempo son los ídolos de nuestros deseos. No son más que máquinas y sin embargo son los encantadores fetiches del escenario de nuestras actuaciones”. 

Los objetos pueden investir de poder a determinado sujeto, condicionar la conciencia, y hasta la existencia misma. En la relación sujeto-objeto, el primero se ha hecho más dependiente de las cosas, siempre en aumento, y entonces la Modernidad estaría determinando un generalizado escepticismo sobre la posibilidad individual de generar cambios por medio de acciones, en lo que sería una subordinación creciente del individuo a la objetividad, cosidad o directamente al fetichismo, “paradigma de todas las perversiones”, tratado en la literatura y la filosofía, de Sade y Rousseau a Foucault, de Balzac y Flaubert a Oscar Wilde.

En este mundo de seres y cosas, la cuestión es quién obedece a quién. El aumento cuantitativo y la dependencia creciente hizo que la humanidad desarrollara el lenguaje, las palabras, para poder mencionar y ordenar las cosas. Böhme sigue a Heidegger, e incluso a un teórico de la “huelga general de las cosas”, en lo que ha sido una interpenetración, una imbricación mutua entre seres humanos y cosas. De Simmel a Bruno Latour, pasando por Husserl, Böhme propone hacer “una historia del fetichismo en la ciencia. En la que se va a reconstruir el itinerario en el cual las propias cosas fetichizadas cambian su posición, y en cierta medida migran de África a Europa, para determinar allí la manera en que las cosas se nos presentan a nosotros, los modernos”. Otra dimensión en torno a las cosas será la del espacio, en relación con los avances de la técnica y la velocidad. La ciudad y las máquinas, la ciudad como maquinaria, y las observaciones irónicas de Robert Musil a comienzos del siglo XX son otras tantas maneras de enfocar e ilustrar el tema, hasta las recientes: la computadora y la construcción digital, con la ciudad proveyendo de datos a esa otra y nueva sociedad “inmaterial”.

Como parte de una visión etnógrafa y antropológica, surge la relación del fetichismo en la historia de las religiones, donde Böhme destaca, en la Edad Media, el culto a los muertos y a la magia en Europa, y no “en los márgenes y entre los herejes a medias paganos, sino en el corazón del cristianismo. En cualquier lugar donde se guardara un fragmento del cadáver de un santo, allí estaba él en ‘presencia real’, vivía allí en perfecta integridad. Mucho más que la figura de la pars pro toto o la synekdojé, que era conocida por la retórica”. Doble ceguera europea: sin ver su fetichismo propio, el colonizador tampoco ve que “el fetichismo africano es un complejo sistema de generar orden, de controlar acciones, de preservar fronteras, de proteger, de afrontar el miedo, de instituir sentido simbólicamente y de integrar ritualmente tanto a las comunidades como a los individuos”. Apenas Hegel vislumbró que el fetichismo, en cuanto mezcla impura de sujeto y objeto, puede ser el comienzo de un proceso (subjetivo) de separación/objetivación de la realidad.

Aby Warburg, Nietzsche, Burckhardt, Weber, Simmel, Freud, Walter Benjamin, Luhmann, Karel Kosik y Boris Groys son algunos de los autores que Hartmut Böhm revisa para discutir la arquitectura (y el cine de Fritz Lang), la psiquis y la política, y sus fenómenos aberrantes, como el culto a Stalin, gran paradoja de la historia, un proyecto de sociedad socialista (sin alienaciones ni fetichismos) que terminará comparada por la similitud con sus antagonistas en cuanto a régimen político totalitario, a los fascismos de Italia y Alemania. Para Böhme, en el centro de todas las fantasmagorías que recorren la sociedad se encuentra indefectiblemente el fetichismo. Fue “Karl Marx quien suministró la palabra clave para un lenguaje de imágenes metafórico tal, tanto religioso, mitológico como maquínico, que transitando por formas racionales de la sociedad moderna descubrió al fetiche en sus fundamentos ocultos. La crítica de la economía política permanecerá dominada por este gesto de desenmascaramiento”. Es el dinero, como “abstracción” y fetiche máximo, el que condiciona el desarrollo social, convirtiendo a los seres en cosas, y viceversa.

Más revisiones: el coleccionismo, los cuestionamientos de los feminismos de la década de 1970 a Lacan y su “falocentrismo”, y el trío nutrición-moda-cine como campos culturales en donde se expresan los “fetichismos modernos”. Para Böhm, desde la crítica se puede aspirar a un fetichismo sin fetiches, otro nombre para lo que debería ser el inicio de una “Modernidad reflexiva”.