“Intento reconstruir una historia de ideas que inspiraron revoluciones o que surgieron de ellas. Antes de la Revolución Francesa la palabra existía pero tenía un sentido astronómico y no el de un corte social y político, de una emancipación de los de abajo, de las capas subalternas u oprimidas”, afirma el historiador italiano Enzo Traverso a Página/12 desde París. “Y hoy otra metamorfosis se produce con el riesgo de que el concepto de revolución desaparezca o cambie de sentido. La que presento es una idea que creo que hay que reafirmar y rehabilitar en todas sus potencialidades interpretativas”, sostiene sobre su búsqueda en Revolución. Una historia intelectual (Fondo de Cultura Económica), su último libro, en el que aborda la historia de las revoluciones entre el final del siglo XVIII con la Revolución Francesa y el final del siglo XX con la de Nicaragua como la última revolución “clásica”, procesos de transformación política y social que se inscribe en esa serie de rupturas en la Historia.

-¿Por qué escribir un libro como este? La idea de revolución parece estar fuera del horizonte político. Tanto que algunos autores dicen que es más imaginable el fin del mundo que el fin del capitalismo...

-Probablemente esa es exactamente la razón. Vivimos en un mundo en el cual es capitalismo se naturalizó, aparece no solamente como un modelo económico sino también como un sistema de vida y un modelo de civilización sin ninguna alternativa. Lo que es muy diferente respecto al siglo pasado, en el que había alternativas. Durante décadas en el siglo XX la Unión Soviética no aparecía como un modelo o una alternativa deseable, o un modelo de democracia. Aparecía como un régimen muy autoritario. Pero su existencia misma comprobaba que el capitalismo no era el único modelo de organización del mundo posible. Ahora vivimos en un contexto en el cual ya una generación, la que participa en los movimientos feministas y LGTB, el de Occupy Wall Street, el Black Lives Matters, los indignados españoles u otros movimientos no conocieron otra cosa que el capitalismo. Entonces, uno de los objetivos del libro es mostrar cómo las revoluciones son la respiración de la historia, y cómo marcadamente después del advenimiento de la Modernidad, son uno de los medios de transformación social. La historia avanza por medio de esos saltos al futuro. Quería rehabilitar el concepto de revolución como una clave de interpretación de la Modernidad y de la historia.

Formado en su Italia natal, donde militó en partidos de izquierda, y en Francia (fue discípulo de Michael Löwy), Traverso es profesor de diferentes universidades en Estados Unidos y Europa. Autor de numerosos libros (La historia desgarrada, La historia como campo de batalla y Melancolía de izquierda, entre otros), en Revolución aborda diferentes revoluciones por senderos menos transitados que los tradicionales de la historiografía. Así, piensa ese pasado desde el arte, la fotografía, afiches políticos, el cine, pero también textos, metáforas, la representación de los cuerpos, las trayectorias de sus intelectuales en relación con sus características nacionales y hasta la arquitectura. Con una mirada marxista que no idealiza ni condena esas experiencias sociales, busca dotarlas de sentido desde el presente para desplegar una imaginación transformadora del futuro. Pero sin proponer un sendero único a recorrer ni un fatalismo que convierta las apuestas de los movimientos de izquierda en una teleología a la que solo hay que esperar que concrete su destino.

-Usted utiliza entradas poco utilizadas para pensar las revoluciones. ¿Qué le permitió trabajar con imágenes –tanto en su sentido literal como metafórico- para pensarlas?

-Las revoluciones son la irrupción de un nuevo sujeto histórico en la escena de la historia. Son realización de proyectos, proyecciones utópicas hacia el futuro pero también una movilización extraordinaria de sentimientos, de pasiones, de ideas que son encarnadas por cuerpos que actúan colectivamente. Para dar cuenta de esa característica de los procesos revolucionarios las ideas no son suficientes, es necesario tomar en cuenta otras dimensiones. Y creo que la iconografía, desde la fotografía y el cine hasta la pintura o los afiches, expresan esa dimensión emocional de la revolución mucho mejor que los textos teóricos en los cuales las ideas revolucionarias son codificadas, elaboradas. Hay toda una literatura sobre las revoluciones que restituye esa dimensión, pero considero que es importante no interpretar las revoluciones simplemente por medio de las fuentes convencionales, como son los archivos y los textos. Además, la historia de las revoluciones ya está hecha, hay muy buenos historiadores que escribieron sobre la Revolución Francesa, la Rusa, la Mexicana, la China, la Cubana. Entonces, mi proyecto era escribir un ensayo histórico sobre las revoluciones capaz de reflexionar críticamente sobre la experiencia revolucionaria, que tiene múltiples formas, variantes y expresiones según las épocas, los continentes, las culturas...

-Esa dimensión se articula también con los intelectuales que participan de las revoluciones, y en el libro hay un capítulo dedicado a esas intervenciones. ¿Cuál era su rol en esos procesos de los siglos XIX y XX? ¿Y cuál le parece que es hoy, que el horizonte revolucionario está un poco perdido?

-Pienso que es crucial a pesar de los cambios históricos que ocurrieron y del cambio de la naturaleza misma del intelectual en las sociedades. Hasta la posguerra el intelectual revolucionario tenía un perfil social bastante definido. Los intelectuales revolucionarios del siglo XIX y de larga parte del XX eran intelectuales marginales, bohemios, que tenían una posición social muy frágil. Actuaban, pensaban y vivían en una relación orgánica con los movimientos y los partidos revolucionarios pero fuera de las instituciones. En su mayoría fuera de las universidades, por ejemplo. Hoy, la gran parte de lo que podríamos llamar intelectuales son académicos de diferentes niveles, algunos muy precarios que pertenecen a lo que podríamos llamar una especie de “proletariado intelectual” del capitalismo tardío, y otros académicos bien instalados en las instituciones de investigación en las grandes universidades. Pero digamos que su posición social es muy diferente respecto a Karl Marx, Bakunin, León Trotski, Lenin, Walter Benjamin o José Carlos Mariátegui, todo un conjunto de figuras que dibujan esa constelación, esa trayectoria del intelectual revolucionario del mundo moderno. Hoy hay intelectuales que juegan un papel fundamental en la elaboración de un pensamiento crítico pero su rol es diferente que hace unos años.

En cada capítulo, Traverso vuelve sobre esos acontecimientos para iluminarlos con otra luz, lo que le permite reconstruir diferentes dimensiones de acontecimientos extremadamente complejos que, en ocasiones, son simplificados para su narración. Con un trabajo bibliográfico amplio, Traverso piensa los diferentes momentos a partir de las ideas que movilizaban, los cuerpos que los realizaban y sobre los que fantaseaban, las imágenes que proyectaban y el futuro que imaginaban. A veces, contradictorias entre sí. “Con las ideas más delirantes también: la de la inmortalidad del socialismo, o como creación de un hombre nuevo en el sentido eugenésico de la palabra. Cosas que pueden también generar perplejidad hoy, pero esa es la fuerza de las revoluciones”, señala, sin perder el optimismo de la voluntad acerca de las posibilidades (complejas, difíciles, hoy tal vez distantes) de que procesos de transformación social puedan tener lugar en el futuro.

-Las revoluciones tenían una idea de futuro, un horizonte hacia el cual orientarse. Hoy eso parece no existir, o no resulta como guía para partidos y movimientos sociales de izquierda y sí para los partidos reaccionarios. ¿Cómo ve esa disputa sobre la construcción de un futuro “deseable” para las sociedades?

-El problema hoy es una ausencia de futuridad. En el libro, pero también en trabajos anteriores, problematizo la noción de presentismo, es decir el régimen de historicidad del siglo XXI como un tiempo sin futuro, que está comprimido en el presente. Eso es un problema para todos, porque creo que la derecha radical también está caracterizada por una incapacidad de proyección utópica hacia el futuro. El fascismo clásico tenía una idea de futuro, con mitos del hombre nuevo, la dominación racial, la regeneración de la nación... Un conjunto de mitos que eran una manera de pensar y de soñar el futuro. Y la izquierda, por supuesto tenía la ilusión de poseerlo. La idea era que la historia estaba marchando hacia el socialismo, entonces la clave para el futuro le pertenecía. Esas ideas se derrumbaron. Hoy tanto la izquierda como la derecha no tienen un proyecto de futuro. Las nuevas derechas son neoconservadoras. Su idea es que el futuro nos amenaza y entonces hay que volver a las soberanías nacionales, a la defensa de los valores tradicionales, de la familia, de las identidades étnicas amenazadas, y van contra la inmigración, el Islam y todo lo que puede poner en cuestión una idea tradicional de nación.

-¿Cuál cree que sería, entonces, una proyección de futuro deseable?

-La izquierda no tiene la capacidad de proyectarse en el futuro porque la idea de futuro que tenía en el siglo XX fracasó. Y el modelo actual nos empuja a una catástrofe ecológica y el futuro hay que pensarlo como preservación del planeta. El problema es cómo reintroducir, no digo solamente en el debate político e intelectual sino en el imaginario colectivo, en el universo mental de este mundo global de hoy, una idea de futuro como futuro de emancipación, de libertad e igualdad, de transformación de los modos de producir, de consumar la salvación del planeta. Hasta ahora creo que la izquierda no fue capaz de hacerlo, no por falta de ideas o teorías, o del liderazgo de sus referentes políticos. Es más una parálisis psicológica. Hay que sobrepasar este trauma de la derrota de las revoluciones del pasado. Ese es el problema: cómo reintroducir una idea de futuro que sea capaz de integrar en un programa común esa idea de libertad, igualdad y de salvación ecológica del planeta. Hasta ahora no lo logramos pero es la intención.

-En el libro se analizan las revoluciones desde imágenes, afiches, pinturas, textos, conceptos, ideas, las vidas de los intelectuales... ¿Qué le llamó más la atención en su investigación para escribir Revolución?

-Lo que me golpeó mucho fue descubrir la amplitud del fenómeno. La Revolución Rusa abrió el horizonte de espera del siglo XX, que está dominado por este horizonte utópico que fue creado por la revolución del ´17. Y piensa al mismo tiempo cómo luchar para sobrevivir, porque la guerra civil rusa fue terrible y la destrucción de la economía y de la sociedad rusa fue espantosa, y en ese momento de catástrofe y de peligro extremo, también fue capaz de crear ese horizonte utópico sin límites. Después de la Revolución Rusa todo parecía posible. La humanidad no tenía límites a su capacidad de invención del futuro. Las revoluciones son los momentos en los cuales los dominados toman conciencia de su fuerza, de sus potencialidades. Tienen la capacidad de cambiar el mundo, y esto es algo que ocurre en coyunturas extraordinarias. El corte de la continuidad de la historia es algo excepcional, y creo que la tarea o lo que los historiadores pueden hacer hoy es un trabajo de reflexión crítica sobre el pasado que nos transmita esta conciencia de que la historia del mundo es marcada por esos momentos extraordinarios en los cuales se piensa que todo es posible. Que cambiar el mundo es la tarea al orden del día, el objetivo para mañana. Esa sensación, que más que una idea es una experiencia vívida de las revoluciones, puede ser transmitida a las nuevas generaciones. Creo que sería un logro extraordinario.

Sin igualdad, la libertad no existe

En el pasado, los intelectuales tenían un vínculo muy estrecho con los procesos revolucionarios (ver nota principal), y desde allí concebían la “libertad” como una forma de transformación en la que participaban directamente. “Franz Fanon en 1961 publica Los condenados de la tierra, y es leído por los movimientos anti imperialistas. Es un pensador que juega un papel crucial en la historia de las revoluciones coloniales”, explica Traverso, y compara: “Hoy el pensamiento poscolonial es casi dominante en las disciplinas humanas del mundo académico, exactamente al revés de la situación de los ´50 y ´60. ¿Pero qué papel jugaron los más destacados representantes de los estudios poscoloniales en las revoluciones árabes de 2011? Ninguno. Es decir, hay una desconexión, un corte que es el problema. Este vacío entre por un lado una teoría crítica muy sofisticada, elaborada, que puede ser también muy influyente en las academias, y movimientos sociales que no actúan de una manera directamente conectada con esta teoría crítica”, cuestiona.

-En ese sentido, hoy el intelectual ocupa un lugar en el estado o sus instituciones como las universidades, y la idea de libertad está casi apropiada por los movimientos y partidos de derecha en casi todo el mundo. ¿Cómo ve esta disputa sobre el sentido de ese significante?

-Este fenómeno no es homogéneo y monolítico a nivel global. Su sentido es la identificación de la libertad con la propiedad y una especie de identificación del concepto de libertad con el de desigualdad social y económica. Esta idea neoliberal de libertad es martillada por algunos líderes de las nuevas derechas en Argentina y en el Vox en España, pero no es la tendencia general de las nuevas derechas. No es el discurso de Georgia Meloni en Italia, o Marine Le Pen en Francia, o Viktor Orbán en Hungría, donde las nuevas derechas sacan provecho y se fortalecen hegemonizando una crítica del neoliberalismo. Eso es importante resaltarlo, porque en Italia el representante del neoliberalismo era Dragui, en Francia el hombre que lo encarna es Macron, y hay muchos otros ejemplos. Trump ganó las elecciones en 2016 porque apareció como el candidato en contra del establishment, que estaba identificado con Hillary Clinton. Creo que no se puede generalizar la idea de que el concepto de libertad fue apropiado por la derecha radical. Eso ocurre en algunos países en los cuales las derechas radicales toman esa orientación muy neoliberal, pero no es el caso de todas las derechas pos o neofascistas. Lo que es fundamental, yo creo, en contra de este discurso es plantear una idea de libertad como igualibertad. Es decir, la libertad es una palabra vacía si no está conectada con la igualdad social. En una sociedad en la cual las desigualdades económicas y sociales están explotando, la libertad no existe. Es puramente formal, aparente, oculta desigualdades fundamentales. Eso es ausencia de libertad para una gran mayoría de la población. Es un tema que pienso que la izquierda tendría que reafirmar con mucha fuerza.

Las Madres y la conciencia histórica

Traverso conoce la historia de América Latina. En su último libro analiza elementos de las revoluciones mexicana, cubana y nicaragüense; en otros textos y entrevistas se refirió al presidente brasileño Jair Bolsonaro, y también es consciente de que en la Argentina las políticas de Memoria, Verdad y Justicia son un pilar de la democracia. Y como considera que la memoria es un terreno de disputa para la definición del pasado, la construcción del presente y la proyección de un futuro común, la muerte de Hebe de Bonafini, fundadora de Madres de Plaza de Mayo, a las puertas de los 40 años de democracia argentina ininterrumpida, no le pasó inadvertida. “Para mí la herencia que nos deja Hebe de Bonafini como figura carismática de las Madres es algo fundamental para pensar la historia y la cultura de la izquierda: la idea de que la izquierda no puede vivir sin una conciencia histórica, sin ser consciente del pasado, que puede ser un pasado cargado de sufrimientos, de derrotas y de traiciones, y al mismo tiempo tiene que inventar el futuro”, analiza.

 

“La experiencia de las Madres es muy importante porque en el momento más oscuro de la dictadura militar empezaron esas rondas que ya eran formas de elaboración del duelo (con los retratos de los desaparecidos), que también fueron una afirmación de memoria señalando 'no queremos olvidarlos´, conscientes del papel que jugaron y de las luchas que encarnaron, y al mismo tiempo una elaboración del duelo que es a la vez un acto de lucha”, amplía el autor italiano. “Eso es fundamental porque es la confirmación de que la melancolía de izquierda no es pasiva, no es resignada, que puede ser un laboratorio para pensar las luchas del presente y la invención del futuro”, concluye.