El gesto, lejos de ser desechado en el marasmo de luces y sombras que pululan en su mente, se vuelve más valioso. Sergio Pitol sonríe cada vez que escucha a Luciano Pavarotti en el cuarto de su casa de Xalapa, la capital de Veracruz, donde vive asistido por su sobrina Laura Demeneghi y cuatro personas más: un chofer, una cocinera y dos enfermeras. ¿En qué consiste este nuevo matiz que le imprime la sonrisa a la cara del escritor mexicano de 84 años, aquejado desde 2009 por una afasia primaria progresiva no fluente? El Premio Cervantes 2005, uno de los narradores más exquisitos y excéntricos cuyo estilo, para Enrique Vila-Matas, “consiste en contarlo todo pero no resolver el misterio”, no puede caminar, moverse ni hablar a causa de esta enfermedad neurodegenerativa que empezó horadando la producción verbal. Que no pueda articular palabras es una de las ironías más atroces del destino del autor de El arte de la fuga. Esa sonrisa que esboza cada que vez que escucha al tenor italiano es su manera de expresar que entiende y que está contento. De vez en cuando –aseguran sus cuidadores–, le leen obras literarias, y le muestran imágenes de su vida y de sus amigos, especialmente de Carlos Monsiváis (1938-2010). A la par del desmoronamiento de su salud, se inició un oximorónico “culebrón policial”: el robo de la medalla que le concedieron cuando ganó el Cervantes, plumas estilográficas, libros y ropa.

“A mí me reconoce porque vengo todos los días, pero ya apenas puede decir sí o no. Está 24 horas atendido por las enfermeras, que le ayudan a moverse, a bañarse y le dan su medicación”, cuenta Demeneghi, hija del primo con quien el escritor se crió de niño, tras quedar huérfano de padre y madre a los 5 años. La afasia primaria progresiva no fluente, una enfermedad más agresiva que el Alzheimer, fue dinamitando al novelista, traductor y políglota, autor de los cuentos Vals de Mefisto; las novelas El tañido de una flauta, Juego florales, El desfile del amor, Domar a la divina garza y La vida conyugal; y textos bellísimos e inclasificables como El viaje, El arte de la fuga y El mago de Viena. La sobrina de Pitol, que recibió a distintos periodistas y corresponsales de diarios de México y España, mostró la caja roja de terciopelo que tiene la corona española impresa en el interior de la tapa. “Aquí estaba la medalla del Premio Cervantes. Lo sé porque yo estaba allí con él, en Madrid, cuando se la entregaron en 2006. Me encontré la caja en la cómoda cuando iba a buscar ropa interior para mi tío. Y faltan también sus plumas estilográficas, ropa y libros. Ya he denunciado a los anteriores cuidadores en un juzgado por manipulación, negligencia y robo”, enumeró.

El principio de una madeja demasiado enrevesada comenzó en 2015, cuando Pitol estuvo internado en un hospital de Xalapa, donde vive desde hace más de veinte años. Entonces se supo que la familia había presentado un año antes una demanda de interdicción para lograr la tutela del escritor. La familia advertía, amparándose en estudios neurológicos, que estaba en peligro la identidad física y económica del Premio Cervantes. Luis Demeneghi –el padre de Laura– acusó que una “camarilla” tenía “secuestrado” a su primo. El elástico de lo insólito se tensó tanto que el propio Pitol había firmado una demanda en contra de su primo por haberle suministrado un medicamento supuestamente contraindicado. Rafael Hernández, el abogado de los Demeneghi, plantea que no solo manipularon al escritor para ponerlo “en contra de su familia”, sino que “han dicho y hecho barbaridades”. El primer fallo judicial le negó la tutela al primo. La custodia temporal quedó en manos de los servicios sociales del Estado de Veracruz. Como cuidadores, se nombraron a dos amigas del escritor: Nidia Vicent Ortega y Elizabeth Corral Peña. “Sabemos, porque lo vemos y visitamos con frecuencia que, a pesar de problemas con el habla, presentes hace más de quince años, Sergio Pitol goza de cabal salud mental. Cualquier afirmación contraria es totalmente falsa y prejuiciosa”, afirmaron Elena Poniatowska, Juan Villoro, Margo Glantz y Mario Bellatin en una carta que circuló, a principios de diciembre de 2015, para defender la lucidez de Pitol.

El cambio de gobierno estatal en Veracruz provocó un cambio en la custodia en noviembre de 2016. Los Demeneghi regresaron a la casa de Pitol y, según cuenta Laura, encontraron a su tío “postrado en la cama, con úlceras en la espalda, con una infección urinaria, sin ropa en el armario, con puros andrajos, y con la alfombra de su habitación oliendo a orín de perro”. Las célebres reuniones que el escritor hacía en su casa para escuchar ópera y ver películas, al menos hasta mediados del año pasado, y las ferias del libro que frecuentaba para firmar ejemplares de sus libros aparentemente fueron una puesta en escena. “Así pretendían simular que mi tío estaba bien, que seguía activo. Le ponían su nombre en un papel para que él copiara su propia firma. Era evidente que ya no estaba bien”, explica la sobrina y agrega que “el círculo cercano” –orquestado por la antigua administración del polémico gobernador Javier Duarte, encarcelado por corrupción y desfalco público–, estaba interesado en orientar la voluntad de Pitol hacia la creación de una fundación a su nombre para que lucrase a su costa. Los familiares señalan a Rodolfo Mendoza, un alto funcionario cultural veracruzano, que se ha defendido negando que “no hay una sola prueba” de la supuesta fundación y atribuye la postura de la familia al resentimiento y la venganza. “Sergio no era una persona incapaz, que lo sea ahora es otra cosa, porque la enfermedad ha empeorado. Pero hasta hace poco, sabía lo que hacía y sabía quién estaba con él en todo momento, que no sintiera ese apego por su primo no es culpa de ninguno de nosotros”, se defendió Mendoza.

Para echar más leña al fuego de la polémica, la Corte Suprema de Justicia, el máximo tribunal de México, desestimó definitivamente la demanda de interdicción y declaró al escritor capaz y lúcido. La familia confirmó que presentó otra demanda. “Vamos a empezar de nuevo para proteger a mi tío”, anunció su sobrina.