Suenan los primeros acordes de El amor después del amor y el tiempo parece volver atrás. Volvemos a tener 20 y pico. Cantamos en voz alta, celebramos un disco que marcó nuestras vidas. Al lado del Paraná, en el Anfiteatro Humberto de Nito de Rosario, la presencia de Fito Páez es milagrosa. Durante un rato, aunque el calor sea abrasador, podemos olvidarnos del desmonte, de los incendios en el delta y entregarnos al milagro de la música, esa que atraviesa la mayor parte de tu vida.

Es feriado nacional, y aunque hoy todo es Fito, es inevitable traer el temazo de las Kumbia Queers. Jueves 8 de diciembre, inevitable recordar que ese día se instituyó por obra y gracia del ex presidente Carlos Saúl, ese que evitamos nombrar. El día de la Inmaculada Concepción, un guiño a la jerarquía eclesiástica, del mismo que quiso incorporar una cláusula constitucional para impedir para siempre el derecho al aborto.

En el mes que se cumplen dos años de la ley que tanto nos costó, cuando suena Brillante sobre el mic se suman muchos recuerdos que no vamos a olvidar: las noches frente al Congreso, el frío acalorado por los cuerpos en 2018, las lágrimas por la derrota en el Senado, el verano en que pudimos hacerlo.

Fito canta, sigue cantando una por una las canciones del disco más vendido de la Argentina. “Yo creo y con eso basta”, suena distinto en este mes en que tantxs imponen la frase “elijo creer”.

Linda semana para ejercer la rosarinidad, ese pequeño chauvinismo del terruño que a veces cansa. En estos días, en cambio, florece. ¿Qué mérito tiene haber nacido en -o adoptar para vivir- la misma ciudad que dio a luz a Fito, Lionel Andrés Messi y Ángel Di Maria? Una casualidad, celebrada el infinito por radios y centros culturales con el nombre de Roberto Fontanarrosa y -apenas- salones de biblioteca con el de Angélica Gorodischer. Fito Páez elige el tema de Piluso para empezar la segunda parte de su recital y nosotrxs cantamos “ceeeerca”.

¿Derecho de nacimiento? “Yo te pido un favor, no me dejes caer, en las tumbas de la gloria”, canta un Fito encendido en la noche. Esa gloria escrita en el himno nacional como único destino posible fuera de la muerte. Disfrutamos una vez más, su música parece -treinta años despúes- todavía más sofisticada. La banda suma éxtasis, mientras las cervezas corren entre el público. El agua mineral, las gaseosas, todo vale cuando el termómetro marca más de 35 grados.

Somos felices y lo sabemos, será efímero pero esas dos horas quedarán en el corazón reverberando. “En esta puta ciudad…”, canta Fito para hacer una versión intensa de su canción más heavy, esa que escribió después de que mataran a su abuela y a su tía abuela. Fue el 7 de noviembre de 1986, en la casa de calle Balcarce, a media cuadra del Normal 2, donde ese año yo terminaba la escuela secundaria. “Para mí eran como dos madres”, dijo Fito y tiempo después escribió la canción. “En esta puta ciudad, todo se pierde y se va… matan a pobres corazones”. La letra parece premonitoria de una ciudad que cada día cuenta un nuevo asesinato. A ellas las nombra de otra manera, más festiva, en Mariposa Tecknicolor, donde habla de “el sacrificio de mis madres”. Con esa canción terminará el recital.

Éramos miles remontando una época con nuestros recuerdos. Y muchos más que ni siquiera habían nacido entonces, disfrutando, prendiendo sus celulares. Pensar que lo hacíamos con encendedores. Suena La balada de Donna Helena de otra manera, deja los corazones palpitando. Pasa Pétalo de Sal. El disco sigue siendo una joya inoxidable.

Al día siguiente jugará Holanda. El rosarinismo se juega en la piel. La gigantografía de Messi mira al Paraná de costado y también al Monumento a la Bandera. Un vértice entre el río y el símbolo nacional que marca también el lugar de los festejos.

Después del sufrimiento con Holanda, Lionel Andrés, aquel pibe que hoy tiene 35 años, muestra que nunca se fue: enojado, dice “Qué mirá, bobo, andá pa’llá” en un “rosarino” perfecto. Se recibió de ídolo hace mucho, y él lo sabe. Los niños -y las niñas- del Mundial lo veneran, las camisetas con su nombre se visten desde Bangladesh hasta cualquier confín del planeta. Y cuando tiene que decir un insulto, le sale el “bobo”. Hasta parece naïf: no hay sexismo, no hay dominación sexual, nadie la tiene adentro. Porque “el Dibu fue papá y no le pudo hacer upa”, y en esta selección que tanto identifica a buena parte del pueblo de un país tan futbolero, también creemos encontrar los atisbos de masculinidades menos violentas. Puede ser un espejismo, porque ser feministas es también estar dispuestas a aguar la fiesta, así que debemos recordar que en el banco está Thiago Almada, con una denuncia por abuso sexual. Puede ser solamente que el momento de enamoramiento conlleva una idealización. En mi cabeza suena Corazón y hueso, por Isabel de Sebastián, mientras abrazo mis contradicciones.

Lo cierto es que la música de los próximos días será “En Argentina nací, tierra de Diego y Lionel” y todo se teñirá de fútbol. Diego y Lionel, dos seres tan diferentes. Más de una vez maldecí que a Messi lo midieran eternamente con la sombra del mito. El mismo que violentó mujeres, dejó hijes sin reconocer, el mismo que usó la idolatría para abusar de una niña en Cuba. Sobre Maradona ya escribí, el día que se murió, pero igual suena en mis oídos La vida es una tómbola de Manu Chao.

Y a Messi lo amamos desde hace mucho: sin comparaciones, él construyó su propio mito como un orfebre, gambeta a gambeta. El mejor del mundo, sí, y el que se la jugó por la camiseta. Así se lo dijo Sofía Martínez, la periodista de la televisión pública, y muchas sentimos que hablaba por nosotras. Las que no vivimos el fútbol todos los días también estamos palpitando la Scaloneta. Pedimos permiso como recién llegadas para alentar a los gritos. Porque la alegría del pueblo es nuestra también. Fito también escribió “Y dale alegría a mi corazón”.

Es martes a la tarde, la ciudad se traslada en masa hacia el Monumento. Los autos, a los bocinazos. Los colectivos, repletos de pibas y pibes con la camiseta, un vaso en la mano y los gritos de “quiero ganar la tercera”. La felicidad en las caras, los saltos, la sensación de pertenencia. María Pía López escribió en su cuenta de Facebook “Un carrito de cartonero tenía su bandera colgando. ¿Qué es una nación, sino esa emoción extraña de una pertenencia y el deseo de una justicia pendiente? Cada bandera hoy me tocó el corazón, como una suerte de orgullo, de deuda, de exigencia”. Y no encuentro palabras más justas.

Es fútbol, un deporte patriarcal, un negocio multimillonario, en un país donde se criminaliza a las disidencias sexuales, donde las mujeres son aun más oprimidas. Pero también es ese juego que de repente te regala un gol. También es la alegría de las dos pibas que vienen tocando bocina en una motocicleta. También es, como en la canción de Fito Páez, esa felicidad efímera que dura para siempre. “Dos días en la vida nunca vienen nada mal, de alguna forma, de eso se trata vivir”.