Producción: Javier Lewkowicz

Pocas herramientas

Por Leando Ziccarelli (*)

Buena parte del trabajo que está realizando el tándem Massa-Rubinstein no va a ser reconocido o recordado por la mayoría de los argentinos, dado que es un trabajo bastante invisible a los ojos del día a día. Sin embargo, hasta el momento no deja de ser relevante y bastante acertado.

Desde su asunción, el nuevo equipo económico centró sus esfuerzos en evitar que se materialice una fenomenal crisis financiera, cambiaria y, por ende, económica. Muchas de las soluciones que el equipo fue encontrando lucen de corto plazo, es decir: insostenibles. Pero no había alternativa. La creatividad en las medidas, la capacidad de gestionar políticamente los vínculos con organismos internacionales, etcétera, son todas herramientas que ayudaron a evitar un mal mayor. De fondo, hay cuestiones estructurales (la nominalidad, precios relativos desordenados, insolvencia externa e interna, por puntear los más relevantes) que para ser solucionadas requieren una combinación de credibilidad y programa económico que el gobierno actual no tiene y difícilmente vaya a tener. Ante esa situación, se eligió ir por la vía de lo más factible: un programa de ordenamiento gradual. El mismo consiste en ir quitando inercia a la inflación (de a 1 punto por bimestre) a través de acuerdos que se apoyan en un proceso (antes declarativo, ahora verdadero) de ordenamiento fiscal, menor monetización (al menos, la que realiza de manera directa con el Tesoro) y con un ancla estructural en el cumplimiento del acuerdo con el FMI. Para el corto plazo alcanza, ahora: ¿es suficiente para 2023?

Veamos punto por punto: ¿alcanza este esquema de acuerdos para bajar la nominalidad? Sí y no. Sí, porque con este esquema desde el 7,5 por ciento mensual de inflación recibido por Massa hoy estamos en una nominalidad más en torno al 5/6 por ciento y, sin estacionalidad, esto puede seguir mejorando en el corto plazo. Sin embargo, luce difícil pensar que se podrá romper el piso de un 4 por ciento mensual en el mejor de los casos. Es decir, pareciera que el éxito del gradualismo debería encontrar un techo más temprano que tarde. No sólo por la indexación de la economía, sino principalmente porque para solucionar los problemas externos y de financiamiento en moneda local, el Gobierno apela a otras medidas que generan un escenario de “mayor brecha cambiaria”. Esto es: mete más pesos para rescatar deuda o pone regulaciones para que haya menos dólares disponibles. En cualquier caso, eso da por resultado un mayor dólar paralelo y una mayor brecha. Cuando la brecha se dispara, hacer costos de reposición para las empresas se convierte en astrología económica y la inflación suele escalar. Concluyendo, será todo un desafío bajar de 5 a 4 por ciento y más aún de 4 a 3 por ciento mensual con este programa gradual.

Siguiendo ese argumento, para tener un buen 2023, entonces, debería mejorar lo externo y/o lo financiero. Eso permitiría contener la brecha y que el programa gradual se pueda sostener en el tiempo. En relación a lo financiero, de fondo, no parece haber grandes soluciones posibles. El problema es básicamente que el mercado considera que la oposición, de ganar las elecciones en 2023, no va a pagar la deuda en moneda local. Por ello, dejó de prestarle en términos netos al gobierno hace un tiempo. No quiere ningún instrumento que venza después de las elecciones. La gestión de Massa implementó una estrategia de contingencia con canjes, rescates, corrección de tasas y otras, pero poco más pueden hacer si el mercado no le cree a la oposición. Ahí solamente quedan explorar una mayor contracción del déficit o un acuerdo con los referentes económicos de la oposición (tal vez, para canjear vencimientos y pasar todo a 2025, dando un año de margen a quien tome el gobierno en diciembre de 2023); ambas políticamente inviables en año electoral. Por ello, en este frente cuesta ser muy optimista. La solución será, como venimos viendo, más apoyo intrapúblico y emisión para financiar indirectamente (más pesos).

Por último, en lo externo también tenemos un cúmulo de problemas importantes. Al nivel de tipo de cambio actual, y con el recorrido que vienen haciendo los precios internacionales de los commodities, Argentina tiene un problema comercial. Es verdad que nadie espera un crecimiento del producto mayor al 2 por ciento en 2023, con lo que el crecimiento de las importaciones sería moderado, pero también es cierto que la sequía amenaza con dar un fuerte golpe a los dólares que genera el agro. Aún peor, la reiterada utilización de herramientas como el “dólar soja” o la “nuevas regulaciones” hacen pensar que nadie va a liquidar sin dólar preferencial y que, en cualquier caso, si el mercado no cierra habrá más regulaciones cambiarias y, por ende, más brecha. Aquí tampoco hay mucha tela para ser optimistas. Nobleza obliga: una vez más, la opción elegida por el equipo económico parece ser la más racional. Soluciones de tipo shock, como sería en este caso una devaluación, difícilmente cambien algo en este entorno. Devaluar 50 por ciento hoy es tener 49 por ciento de inflación en 90 días y volvemos al mismo lugar de partida, sólo que con 50 puntos más de nominalidad. De ahí la frase de Rubistein sobre el “rodrigazo”.

A modo de conclusión, la situación para 2023 luce muy endeble. El equipo económico apuntó bien, fue pragmático y logró algo muy importante: desactivar la bomba que le dejaron (en conjunto con la breve -pero buena- gestión de Batakis). Sin embargo, pareciera que para generar mejoras sustanciales en 2023 van a requerir bastante más que eso. Aquí es donde, finalmente, podemos darnos el beneficio de la duda. El ministro Massa mostró mucha muñeca para manejar la cartera económica y puede innovar con cosas que ayuden a mejorar el diagnóstico de base que hicimos. De hecho, su mejor virtud hasta aquí ha sido esa: el diagnóstico y su pragmatismo. Lamentablemente, puede que con eso no alcance en 2023, ya que en año electoral “no se trata de entender la realidad, sino de cambiarla”.

(*) Analista económico.

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La resaca será terrible

Por Guido Lapa (**)

Aunque cueste, la finalización del campeonato mundial nos obliga a volver a nuestras ocupaciones y preocupaciones cotidianas. Se terminó ese mes hermoso en que los ojos se posaron casi exclusivamente en la pelota, en que el scroleo permanente solo nos llevaba a más y más videos de los jugadores y en que no dejó de sonar ni por un segundo la invocación constante a héroes de la patria como Don Diego y Doña Tota. Nos hicieron muy felices.

Sin embargo, todo concluye al fin y un cierre de año bañado de realidad nos empuja proyectar el que vendrá, que no será fácil. Como sabemos, la economía nacional no opera en el vacío, sino que está atravesada por una situación mundial cada vez más convulsiva. La incertidumbre acerca del futuro de la guerra, su impacto sobre los precios de nuestras exportaciones e importaciones y el devenir de la sequía que afecta al sector agrícola, son algunos elementos insoslayables.

Por otra parte, luego del acuerdo con el FMI las auditorias del organismo son constantes y muchas de las políticas que se vienen llevando adelante son una consecuencia directa de ese acuerdo. La laxitud que viene teniendo en las revisiones no implica que el Fondo no vaya a jugar en el proceso electoral.

Como se ve, pensar nuestra realidad económica es abordar diferentes variables que hay que controlar en simultáneo, cuando el gobierno cuenta con menos recursos que nunca para hacerlo. Distintas mechas que, en caso de encenderse, nos colocarían frente a una situación extremadamente delicada. Es como si para llegar a las elecciones con alguna posibilidad de continuar en el poder, el FDT tuviera que atravesar un campo minado en donde cualquier paso en falso podría sepultar la más mínima expectativa.

Para conservarlas, o mejor dicho, empezar a generarlas, Massa debe ver el octavo de vaso lleno, por más difuso que sea, y aferrarse a que lo peor ya pasó. El ministro de economía puede aducir que Argentina crecerá por tercer año consecutivo, algo que no ocurría hace más de una década. Debe obviar que ese crecimiento no redundó en un mejoramiento de las condiciones de vida de la mayoría y que la concentración económica aumentó. Puede abrazarse también a que desde su llegada los dólares paralelos no tuvieron mayores sobresaltos y crecieron menos que el oficial. Finalmente, también podría mostrar que en los últimos meses las reservas frenaron su tendencia descendiente y el BCRA pudo acumular una cantidad atípica de divisas para estos meses sin cosecha.

Distinto sería el panorama si vemos cuál fue el precio a pagar por cada uno de estos “logros”: para mantener a raya los dólares paralelos la tasa de interés aumentó hasta un 107 por ciento anual, empujando a la economía a una recesión inminente. Al mismo tiempo, si el blue y los financieros aumentaron menos que el oficial es sobre la base de una aceleración inédita de la devaluación oficial (entre 6 y 7 por ciento mensual). Para la acumulación de reservas tuvo que implementar en dos oportunidades un dólar soja, un plan a medida de las cereales que implica una emisión billonaria de pesos y la tendencia a que cada sector reclame por su propio tipo de cambio, dejando al oficial solamente como una referencia menor.

Las minas que deberá no pisar el gobierno, las mechas que deberá evitar que se enciendan son mucho más fáciles de identificar que las metas cumplidas. La deuda en pesos que a pesar de haber sido tantas veces subestimada -justamente por ser en moneda doméstica- ya es una de las principales preocupaciones.

No es para menos. En pos de evitar una emisión monetaria todavía mayor el tesoro aspira a cubrir el déficit con los pesos que hay en el mercado. Para eso ofrece tasas de interés altísimas e incluso bonos que cubren a los prestamistas al mismo tiempo de una eventual devaluación o de un salto en los precios. Aun así, lo que se ve es una reticencia a prestar hasta después de las elecciones, generando dudas frente a próximos vencimientos importantes y la posibilidad de que si no se renuevan los pesos pagados vayan a parar al dólar.

Los dos grandes riesgos están a la vista y de alguna manera se retroalimentan: el descontrol inflacionario y un salto fuerte del tipo de cambio. Se sabe que una inflación tan alta, además de erosionar los ingresos populares, atrasa el tipo de cambio real. Asimismo, una devaluación implica rebrote inflacionario de características catastróficas, algo que el gobierno busca evitar de cara al 2023 aunque es claro que no depende exclusivamente de él.

Terminado el mundial hay que volver a ocuparse de la inflación, del salario real que decaerá por quinto año consecutivo y de las jubilaciones y los planes sociales que dejan a los más vulnerables en una situación peor incluso que la del fin del macrismo. Terminado el mundial, la resaca será terrible.

(**) Economista, docente UBA.