Nacha Roldán está cumpliendo hoy 75 años. Tiene dos hijos, un gato de 21 llamado Felipe Roldán, cinco discos, varias giras por el mundo y una vida hermosa, de cara al sol y a la música. Pero, sobre y ante todo, un cálido y singular caudal de voz –ese que encandiló al mismísimo Alfredo Zitarrosa-- que aún conserva al cantar, al hablar. “Pensar que llegué a fumar tres paquetes de cigarros por día… pobre de mi cuerpo, ¡le di con todo!”, ríe ella con su habitual simpatía, mientras toma un cortado en un bar de Uriburu y Córdoba. Siete décadas y media, entonces, que la cantora formoseña festejará por tres: el miércoles 18 de enero en la Fiesta Nacional del Chamamé, en Corrientes; el sábado 28 en el Festival de Cosquín, y el sábado 11 de marzo en Rondemán Abasto (Lavalle 3177). “Es increíble, nunca me cuidé la voz, y no me la cuido… no sé cómo mis cuerdas se sostienen todavía. Debe haber un Dios, alguien que me está ayudando, porque tampoco siento la edad”.

Un ayudín celestial que tal vez permita el aire necesario como para (re)diseñar un repertorio específico para cada ocasión. Conservar su eclecticismo. Para el del chamamé, por caso, está pensando en gemas litoraleñas como “Carrero cachapecero”, “Villanueva”, “Sauce”, “Lejanía” o “Viejo Caa Catí”. “Cada vez que llegó a Corrientes me invade una emoción infinita… estoy impregnada de chamamé, y me gusta escuchar a mis colegas, a quienes nunca dejaron esos pagos”, paladea. Para el de Cosquín, en cambio, el operativo desempolve pasará por temas que ya ha grabado en sus diferentes discos: “Guitarrero viejo”, “Pal que se va”, "No quiero que te vayas”, “Valsinha” o “Quisiera amarte menos”, entre ellos. “Son temas que hace mucho no canto, y les tengo muchas ganas, sobre todo porque son cosas viejas que casi nadie canta hoy. Las voy a hacer acompañada por Roberto Calvo, en guitarra; y Facundo Torresán, en acordeón”, detalla.

--“(…) Que casi nadie toca hoy”, dicho como lo decís, parece una crítica.

--Es que noto que cada chico que se presenta en los festivales hace sus propios temas, que no son conocidos, y para mí esto es un error, porque es muy emocionante cantar esos temas viejos. Muchos músicos se esfuerzan por ser autores, pero no reconocen a aquellos que les dieron envión. Un poco en eso pienso para armar mi repertorio.

Nada se lo impide, claro. Su voz, aquella que brilló en Japón y España como cantante de la Orquesta de Tango de Buenos Aires (fue la primera mujer en cantar en ella) durante los primeros ochenta, aún le da. Y si le falta un poquito, tiene sus mañas a mano. Si no alcanza un tono, por caso, afloja las cuerdas de la guitarra para que suene más grave. “Pero nunca dejo de cantar lo que quiero, nunca”, se ríe. “El único problema es cuando lo hago con un músico. Me suelen decir ´¿en qué tono estás cantando, Nacha?´ y yo le respondo `en bi dermol`”.

--Te han padecido, entonces. ¿Quiénes?

--Uhhh, el maestro Carlos García, pobre. Siempre me decía "¿no podés cantar un poquito más alto, o un poquito más bajo?" porque, claro, tenía que hacer el arreglo para la orquesta, y era un lío… pero yo le decía que no, y se volvía loco.

--Vos siempre fuiste muy ecléctica a la hora de elegir repertorio, y así consta en tus cinco discos. Ahora, ¿es el chamamé tu género de referencia?

--Si, por cuna. Yo nací en Clorinda, Formosa, pero me crié en Corrientes desde el año de vida, y me siento correntina desde las costumbres y desde la música, al punto que , diría. También escuchaba mucho guarania, porque mi padre es paraguayo, y tengo cinco hermanas mayores, también paraguayas. La única argentina soy yo.

--¿Unica en ese único sentido, o también la única que se dedicó a la música?

--No. Una hermana mía lo intentó y era muy buena, pero ya estaba casada y tenía hijos… se le complicaba venir a Buenos Aires, donde hay que venir si se quiere trascender. Eso sí que es difícil.

Nacha no tuvo ese escollo. Cuando llegó a Buenos Aires contratada por EMI, a fines de la década del sesenta, no tenía hijos ni estaba casada. Tal situación le tornó menos complejo firmar el contrato que le permitiría grabar cuatro de sus cinco maravillosos discos. El primero fue Saldré a buscar el amor. Tres años después, en 1978, llegó Con propia lumbre, donde mora su bella y definitiva versión de “Palabras para Julia”. “Sigo amando esa canción”, sentencia. “La escuché por primera vez en Madrid, donde los vientos me habían llevado para seguir soñando. Primero se la había escuchado cantar a Paco Ibañez, uno de sus autores (el otro es José Goytisolo), pero su voz sin novedades, sin altibajos, no me conmovió. Después se la escuché a otro músico y me gustó muchísimo. Entonces la traje, EMI la aceptó, y la grabé con la orquesta de Osvaldo Requena. Aún hoy es un hermoso tema que hago siempre”. Los dos últimos discos que Roldán grabó para la multi fueron el alquímico Matices (1980) y Fuego lento, el de “Resolana” y “No quiero que te vayas”, editado en 1984. “Pensar que mi padre, que no quería saber nada con que yo cantara sola con mi guitarra, tuvo que venir a firmar el contrato”, recuerda.

La conexión Nacha, de Corrientes a Buenos Aires vía EMI fue posible porque ciertos productores andaban por la región a la caza de talentos, y no podían creer lo que escucharon cuando escucharon a ella. Fue durante un homenaje a Ramona Galarza, la novia del Paraná, que por entonces “era Gardel”, según la formoseña. “Los tipos me empezaron a querer llevar a Buenos Aires a toda costa, pero el problema era que mi padre no quería ni loco. Él era paraguayo y en esa época la educación guaraní, bueno, más machista imposible, ¡y encima era mi padre con seis mujeres!”.

--¿Sufriste mucho esa situación de género?

--Sí, porque entre lo correntino y lo paraguayo había mucha diferencia en esos términos. Los carnavales o los festivales en Corrientes transformaban a la sociedad en algo más suelto, y mi padre no cuajaba con eso. ¡Su hija cantando sola, con una guitarra!... noooo.

--Sin embargo, vino a Buenos Aires y te firmó el contrato.

--Pero porque los amigos, incluso el director de cultura de la provincia, le hincharon un montón para que lo hiciera. Le decían "Beto, dejate de jorobar con esa chica, porque va a ser cantante quieras o no". Le limaron tanto la cabeza al pobre, hasta que al final bajó los brazos y se entregó. No tuvo otra alternativa, pero la sufrió tremendamente.

--Pagó así por tu felicidad…

--Y la disfrutó a su forma, también. Resulta que lo primero que grabé fue un simple que contenía “Pampa de los guanacos”, en el lado A, y “Duerme negrito”, en el B, y mi padre silbó tanto la primera, que se la aprendió el loro que tenía en su casa. Y el loro lo mandó al frente, porque lo cantaba cuando iba gente (risas).

--¿Cómo fueron esos primeros años en Buenos Aires?

Al principio, duro. Vivía sola, en una pensión “de morondanga”, y no conocía a nadie. Después, la cosa empezó a cambiar y cuando conocí a Zitarrosa se me dio vuelta el mundo. Recuerdo que los dos grabábamos en el mismo sello y yo escuchaba una voz impresionante, desde otra sala. Me gustaba tanto que un día le pedí al productor que me llevara a conocerla, ¡y era la de Zitarrosa! El productor me dijo "es un uruguayo que no puede cantar en su país, porque está prohibido por la dictadura". De hecho, él no podía pisar el Uruguay, venía acá a grabar, y después se iba a España o a México. Cuestión que yo escuchaba esos temas y me volvían chiflada: ¡eran una maravilla!

--Algo había que hacer con eso, se infiere.

--Yo tenía unos 20 años –Alfredo me doblaba en edad--, pero en mi ingenuidad, cuando lo conocí le dije que iba a grabar esas canciones que cantaba él. Es más, las empecé a cantar en vivo, e incluso durante la dictadura, sin saber el riesgo que estaba corriendo, aunque en realidad perseguían al autor, no al intérprete.

--Mercedes Sosa era intérprete pero tampoco la pasó bien.

--Claro, pero lo de ella era más grosso, por su figura misma. En mi caso, lo que se veía en mis conciertos eran caras muy raras, que te dabas cuenta que no estaban ahí por las canciones, pero no más que eso. El caso es que Alfredo venía mucho a escucharme, y me decía sobre alguna canción: “¿Cómo vas a resolver esta parte de los violines?”, y yo le respondía `me arreglo solita con la guitarra, che`… le encantaba eso. En fin, no voy a decir que fuimos muy amigos, porque él andaba de aquí para allá todo el tiempo, pero me consta que me admiraba mucho, y por supuesto yo lo admiraba mucho más a él, al punto que en mi primer disco grabé “El violín de Becho” y “Pichón de amor”. Creo que él fue mi puerta de entrada al repertorio latinoamericano.

--Dos de tus cuatro discos para EMI los publicaste durante la dictadura. ¿Cómo fue ese momento?

--Muy bravo. Cerraban las peñas, los reductos donde nosotros cantábamos. De hecho, yo me fui a España justo el 24 de marzo del 76`, y en Madrid me encontré con Mercedes, con Cafrune, con Guarany… y actué junto a Víctor Velázquez y los Quilla Huasi durante casi seis meses, hasta que me volví a Corrientes, porque en Buenos Aires no había nada para hacer. Después se fue abriendo un poco. Volví a grabar y, tiempo después, me incorporé a la Orquesta de Tango de Buenos Aires dirigida por el maestro García, con la que grabé “Madreselva” y “La morocha”, además de hacer noventa conciertos en Japón.

--¿Cuáles eran tus referentes en el canto femenino en esa época?

--No había cantantes en las cuales me pudiera apoyar, salvo Mercedes, claro. Teresa Parodi, que pinta Corrientes y su gente como nadie, llegó a Buenos Aires después que yo. Estaba también Marily Morales Segovia, que hacía lindas canciones, era muy buena autora, pero no para que pudiera cantar yo. Me gustaba escuchar sus temas por otros, pero hechos por mí, sabía que no le iban a llegar a la gente.

--Tenés solo cinco discos en muchos años de trayectoria. ¿Por qué tan pocos?

--Porque no me gusta rellenar con cualquier cosa. Siempre me gustó tirar toda la carne al asador y no solo en el sentido del repertorio, sino en el de elegir los mejores músicos, o al menos los que yo sabía que tal tema lo iban a tocar muy bien, lo iba a conjugar bien con mi voz. Por eso, en mis discos intervienen muchos músicos, algo que se podía lograr también por grabar para un sello poderoso. García, Requena, Horacio Malvicino, en fin, debe ser por eso ahora me cuesta grabar (el último fue el vivo De entrecasa, en 2002). Ya no tengo esa posibilidad. Ya me han dicho muchas veces por qué no grababa, y es por eso y por los temas, además.

--¿Tenés algún disco preferido entre los cinco?

--No. La verdad es que me gustan todos. No tengo uno preferido, porque siempre me jugué y busqué grabar lo más lindo, lo que más me gustaba, lo que sabía que iba a cantar toda la vida. Para grabar un disco podés tener dos o tres temas clave, y después rellenar. Pero yo preferí otra cosa. Por ejemplo, elegir temas que tenían mucho que ver con lo que estaba viviendo en esos momentos. Me refiero a cosas como el dolor, la profundidad, la belleza y sobre todo la realidad, porque otra cosa que no veo bien de hoy es que hay mucha metáfora, mucho vuelo, digamos, y así es fácil escribir. Yo creo en cambio que hay que escribir simple y concreto, para que todos entiendan, y no como si fuera un cuadro futurista, que tiene que venir un especialista a explicarte de qué se trata. Creo que el arte no está ahí, el arte te impacta o no.