Todas las grandes ciudades del mundo tienen un barrio que en el pasado supo ser bohemio, peligroso, malandra, refugio de marginales y que hoy sigue teniendo sus bordes filosos pero es visitado por turistas y más o menos seguro, mas allá del ocasional borrachín, las peleas y los arrebatos. El Abasto en Buenos Aires, el Raval en Barcelona, Kabukicho en Tokio, Pigalle en París… En Sydney, Australia, ese barrio es Kings Cross. A 20 minutos de la Opera, en las primeras décadas del siglo XX Kings Cross tuvo pandilleras, periodistas, prostitutas, poetas, dibujantes, pintores y activistas como Juanita Nielsen que aparentemente fue asesinada por escribir en el diario local para denunciar la especulación inmobiliaria (los negocios nunca cambian mucho). En 1964 se abrió en Kings Cross “Les Girls”, un bar drag cuya reina durante mucho tiempo fue la gran Carlotta. Pero ella nunca fue cross-dresser: a principios de los ‘70 se convirtió en una de las primeras personas en Australia en hacerse una operación de reasignación de sexo. Esta mujer trans y sus amigas drag fueron la inspiración para la famosa película Priscilla, la reina del desierto que quizá hoy se haría con un casting distinto, pero no deja de ser un hermoso homenaje adecuado a su época.

Entre los personajes más importantes y más olvidados de Kings Cross está Rosaleen Norton, apodada La Bruja con su consentimiento, una artista outsider, pagana y pansexual que espera su reivindicación más allá de libros inconseguibles de su arte, un documental reciente pero bastante malo, y el enorme esfuerzo que hacen editoriales españolas para recuperar su figura y su trabajo.

Rosaleen nació en Nueva Zelanda (está lleno de australianos que nacieron en otro país: Nicole Kidman en Hawai, Mel Gibson en Estados Unidos, Guy Pearce en Gran Bretaña, Russell Crowe en Nueva Zelanda; como los mexicanos, los aussies nacen donde quieren –recordemos que Luis Miguel nació en Puerto Rico y Chavela Vargas en Costa Rica--). Dicen que su parto estuvo marcado por una espantosa tormenta. Fue terrible desde chica: no quería estar con su familia y menos con otros niños y dormía en el jardín de la casa, en una carpa, con una araña como mascota (suponemos que de las no venenosas, no hay tantas Australia). 

La pequeña Merlina real fue expulsada de la escuela por dibujar demonios y vampiros –eran los años 20-- así que se decidió a estudiar arte y publicar cuentos de terror en una revista dirigida por otro amigo raro, de esos que nunca faltan. Hacia fines de los 40 Rosaleen hizo su primera exhibición en la muy liberal universidad de Melbourne, pero la policía se enteró e incautó muchas de las obras: la muestra duró dos días. Como muchos otros místicos ocultistas, las obras de Norton, magníficas por cierto, no son estrictamente objetos artísticos sino rituales, o retratos de algunas de sus prácticas mágicas y estados alterados de conciencia, trances, contactos. 

Con su amante Gavin, Rosaleen se mudó a Kings Cross, porque sabía que la comunidad de excéntricos del barrio la recibiría bien. Así fue. Su casa –de la que hoy no queda nada-- era una central de fiestas y orgías, en la puerta un retablo decía: "Bienvenidos los fantasmas, las hadas, los hombres lobo, los vampiros, las brujas, los brujos y los poltergeist”, sus obras eran murales en cafés como el Arabian, el Apollyon y el Kashmir –tampoco existen y si los edificios están, ya no las pinturas--.  

En 1952, el editor Walter Glover decidió publicar un libro de pinturas de Rosaleen combinado con la poesía de su novio, Gavin Greenlees. Los títulos de las obras dan una idea del contenido: “Magia Negra”, “Ritos del Baron Samedi” o “Fohat”, un demonio con un falo en forma de serpiente. Fueron solo 500 copias en altísima calidad pero fue prohibido por obsceno en Nueva Gales del Sur y después se prohibió su importación a Estados Unidos. Glover fue detenido y Rosaleen tuvo que ir a la corte a explicar su obra. Fue un drama, pero también fue publicidad. 

No toda la publicidad es buena a pesar del dicho. La policía llamó a declarar a los dueños de cafés que le habían pedido murales, una chica la acusó de sacrificios animales y misas negras (Rosaleen no era satanista y aborrecía los sacrificios animales: la chica luego se desdijo) y hasta le robaron fotos tomadas en prácticas sexuales no convencionales con su novio para venderlas a los diarios. Hasta llegaban turistas al barrio tratando de conocer a la Bruja. 

Mientras ella se metió en un problema importante sin querer. El muy famoso compositor y director de orquesta inglés Sir Eugene Goossens estaba en Australia, le interesaba mucho el ocultismo, consiguió una copia del libro de Rosaleen y le escribió. Se conocieron y los tres, con Gavin, se convirtieron en amantes. En marzo de 1956 Goossens fue arrestado, acusado de traer 800 fotos eróticas al país, además de máscaras rituales. Fue llevado a juicio, se declaró culpable y tuvo que renunciar a su posición tanto en la Orquesta Sinfónica de Sydney como en el Conservatorio de Música de Nueva Gales del Sur. Volvió a Inglaterra humillado: su carrera brillante ya no existía. Tampoco su relación con Rosaleen y Gavin. Pronto Gavin también se derrumbó: en 1955 lo internaron en el hospital Callan Park, diagnosticado con esquizofrenia. Rosaleen lo visitó y apoyó emocional y económicamente hasta que fue dado de alta diez años después, pero no pudo sostener la vida fuera de la internación y en un brote atacó a su novia con un cuchillo.

En Nueva Gales del Sur, el estado donde se encuentra Sydney, la “brujería” aún era ilegal, según un acta británica de ¡1735!, que se había dejado de lado en Gran Bretaña en 1951, pero siguió vigente en Australia hasta 1971. Rosaleen nunca dio un paso atrás: podría haber dicho que era pintora, autora, incluso poliamorosa bisexual –quizá ilegal, pero tolerable-- pero nunca dejarían de perseguirla como bruja y ella estaba convencida de sus creencias. Adoraba al dios Pan, daba entrevistas explicando sus creencias, explicaba el sistema mágico de Aleister Crowley, mostraba su poderoso arte. Sobrevivió vendiendo sus pinturas y también ofreciendo talismanes y videncia, algo que no deseaba, pero no le quedaba otra.

Después de un tiempo viviendo con su hermana se mudó a una casa en ruinas en Bourke St., y después anduvo de acá para allá con sus mascotas, tratando de evitar a la gente. Murió de cáncer de colon en 1979. En el hospital dijo: “Llegué a este mundo con valentía y me iré de la misma manera”.

Hace algunos años, unas placas la recuerdan en la calle Darlinghurst, la principal de Kings Cross: toda la historia del barrio está reconstruida con las placas en las veredas. No hay mucho más. A fines de los ‘80 se editó su biografía, La hija de Pan, muy difícil de conseguir salvo, curiosamente, en español gracia a la editorial Aurora Dorada (el autor es Nevill Drury). El hermoso libro Mágicas de La Felguera también le dedica un capítulo entero. Recién en 2017 hubo una exhibición de su obra en Nueva Zelanda, su país de nacimiento. Su historia, su libertad sexual, su talento, y su rebeldía e inconformismo, todo está reducido a una placa que más allá de su nombre recuerda que quienes eligen una vida distinta están al borde del olvido o el ridículo si nadie los rescata del acantilado, les da la mano y les dice: “no fue fácil ser tan brava, pero acá te recordamos”.