“Soy tan fiel a mi club como infiel a mis amantes”. Así se presentó en sociedad Cornelius Littmann tras ganar las elecciones presidenciales del Fußball Club Sankt Pauli, de Hamburgo, Alemania, con el 78 por ciento de los votos. Estamos en 2003. Littman se acaba de convertir en el primer presidente de un club de fútbol alemán que se declara homosexual. Tiene apenas 50 años. Es un empresario del mundo del espectáculo. Sankt Pauli está endeudado, a punto de desaparecer. Littmann consigue los fondos para salvarlo. Pero su gestión se contradice con los hinchas. Harto de las polémicas, renunciaría al cargo en 2007, pero al final se quedaría hasta 2010, cuando dejó al primer equipo -un eterno del Ascenso- en la Bundesliga. Su imagen cool no le garantiza el éxito pero al principio lo ayuda. Estamos hablando de tiempos aún conservadores para el ambiente machista del fútbol. ¿Un homosexual dirigiendo a un club de fútbol? Pero también estamos hablando del Sankt Pauli, que no es un club cualquiera.

Para entender qué es el Sankt Pauli hay que leer St. Pauli: Otro fútbol es posible, libro de Carles Viñas y Natxo Parra que publica y distribuye la editorial española Capitán Swing. Fue fundado en 1899 por obreros del puerto de Hamburgo e integrantes de la burguesía. Tiempos de revoluciones. Hamburgo se dividía en dos clases: los trabajadores y los burgueses. Pero el fútbol los une. Recién en 1910 jugarán su primer partido oficial. El pantalón es blanco y la camiseta marrón, un color poco común en el mundo. Viñas y Parra señalan que entre esos pocos está el caso de Platense, en Argentina. El debut en un torneo sería en la temporada 1924-1925. Después llega la Segunda Guerra Mundial y algunos de sus jugadores integrarán las SS. Otto Wolff y Walter Köhler, entre otros. También su presidente, Wilhelm Koch. Muchos años después, se les quitarían los reconocimientos que les otorgaron en tiempos inmediatos al nazismo.

El australiano Jackson Irvine, que jugó contra Argentina en Qatar 2022, es el capitán. (@fcstpauli)

“Los futbolistas son soldados políticos del Führer”, dijeron los nazis al asumir. Pero el Sankt Pauli “no siguió la norma al pie de la letra. Al contrario de lo que hicieron otros clubes, como el FC Nürnberg o el Eintracht de Frankfurt, continuó admitiendo socios de origen judío”. En el '39 todo se va al demonio. Estalla la guerra y el nazismo se impone a los clubes. Encima, el Sankt Pauli desciende de categoría y el plantel queda diezmado cuando algunos jugadores son convocados para alistarse. En esos años al barrio de St. Pauli se lo conocía como rojo: tuvo, durante el nazismo, “la única calle en la que se permitió ejercer la prostitución”.

Recién en los '60 empezará a resurgir. Pero a la vez crece la marginalidad en Hamburgo. Drogas, prostitución, juego y asesinatos. En los '80 queda a punto de desaparecer. No había dinero para contratar y pagar a jugadores y cada vez iba menos gente a ver sus partidos. Entre los que van hay punks y okupas de la zona. La situación llama la atención. El Sankt Pauli se va convirtiendo en “un club de culto”. “Se identificó como un club con un estilo de vida alternativo y antisistema”, escriben los autores.

El cambio es social. Los okupas pelean por conservar las casas que las autoridades quieren recuperar. Tienen el apoyo de activistas antinucleares, antimilitaristas y ecologistas. El fútbol y el Sankt Pauli se convierten en su espacio común. Chicos y jóvenes juegan en sus instalaciones. “Empezó una transformación: la de un club de fútbol de barrio hasta entonces despolitizado que acabó convirtiéndose en un referente del fútbol rebelde a nivel internacional”. Hay cada vez más hinchas. Vienen de todos los barrios. No importan los resultados deportivos. Importan las personas. Entre ellas, el arquero Volker Ippig, pelo largo despeinado, rebelde, okupa y consecuente con la revolución sandinista. “Un antihéroe que parecía estar hecho a medida para el St. Pauli”, se lee en el libro.

El club toma la iniciativa en vetar expresiones racistas. Y en enero de 2001 se convirtió en “el primer equipo de fútbol alemán que contribuyó económicamente al fondo estatal para compensar a los judíos que fueron forzados a trabajar durante el nazismo”.

Volker Ippig, el arquero hecho a medida del Sankt Pauli. (Twitter @fcstpauli)

Sus hinchas se unen para pagar deudas. Consiguen la aprobación para realizar un recital y recaudar fondos. Quince mil personas van a ver a Die Toten Hosen, entre otras bandas. Se junta más de lo necesario; lo que sobra se destina a ayuda comunitaria. Los barras alemanes de la ultraderecha no ven la situación con buenos ojos y toman a los de Sankt Pauli como rivales.

Cuando los dirigentes pretenden instalar una comisaría en el mismo estadio, el Millerntor, los hinchas se oponen y ganan. Además, venden camisetas autoproducidas. Imponen el logo de la calavera. Hay remera, bandera, gorro y vincha. Y reniegan de las publicidades de empresas que no tienen los valores del club: “En 2002, en plena crisis financiera, la afición inició un conjunto de protestas contra una de las empresas publicitarias del estadio, la revista Maxim, dirigida exclusivamente al público masculino y que publicaba en sus portadas fotografías de mujeres en ropa interior. Según estos seguidores, la publicación ofrecía una visión denigrante y sexista de la mujer e iba en contra de los principios aprobados por la entidad. Por este motivo, se movilizaron para conseguir su salida del club. Finalmente, las quejas prosperaron y el St. Pauli retiró toda la publicidad de la revista de sus instalaciones”. Además, los hinchas se niegan a las ubicaciones VIP que podrían aumentar los ingresos económicos.

“Cuando debuté, la afición me recibió con una bandera de Argentina y otra del Che Guevara”, citan al argentino Gustavo Acosta, exFerro y Chicago que jugó en el SP. Se organizan torneos internacionales con clubes de izquierda de Europa y no dejan de hacerse campañas en contra del nazismo. En 2006, se hizo un Mundial paralelo en el que participaron selecciones no afiliadas a la FIFA; lo ganó Chipre del Norte. Y cuando el equipo sale a la cancha suena AC/DC.

Los seguidores del Sankt Pauli, resumen Carles Viñas y Natxo Parra, tienen una particular manera de vivir el fútbol: “Si ganamos, vamos al bar, bebemos cerveza y lo celebramos. Si perdemos, vamos al bar, bebemos cerveza y lo olvidamos”.