Eury dice… es lo que me barrena, ígneamente me chuza la mente, como un camuatí, pasmándome; como un relámpago, pero también inundándomela, como un tsunami, pero criollo, como cuando pasan los grandes cargueros, -un estilo a ése que pintó Hokusai, pero en vez de tener al fondo al monte Fuji, visto desde Konagawa, tuviera al Monumento- sea que yo ya haya cruzado, o me esté por cruzar Carone, y ya lleve internándome alguna media legua, y a veces, automáticamente, también como que se me cuelga la pantalla cerebral, congelada como por un gélido rayo de pura Kryptonita... Más seguido me pasa cuando ya me han cruzado, y voy como boyando -pero no zarpado mal, o zombie, o chupado -mi fe en Cristo me ha alejado de esos excesos- a la deriva como un jangadero. Y quedo groggy, como lo dejó Briscoe a Carlitos. 

Capaz que esté... como vertiginosamente soñando despierto, y por eso esa frase me empacha la croqueta: y eso me pasa desde que Eury se borró. Y estoy seguro de que quien más lo lamenta soy yo. Porque ningún otro de la barra se atreve ya a repetir: (como) Eury dice… Porque citarla se convirtió en un clásico, alguien opinaba algo y otro saltaba con el ritornello: (pero) Eury dice… porque la chica, infaltablemente, tenía una para retrucar... Ni siquiera nadie se atreve a preguntar por ella. Una especie de buraco. Un estilo al que le produjo al Sheffield el impacto del suculento Exocet lanzado por Bedacarratz desde su Super Étendard. Como si se la hubiera tragado la tierra, la Pacha, un agujero negro: un día nos apiolamos de que hacía ya un par de semanas que no pintaba, la bella Euripidesa -así se le había antojado anotarla, al viejo, pero con los del Registro no hubo caso, no hubo arreglo, hasta que ambas partes transaron en Eulalia Eutifra (Eleuteria Eulogia, Eupheuesa) Eucarística, quien todo el mundo conocerá luego como Eury- y, uen, como yo, el capataz del taller Hor(acio)-Feu(erbach), alias el (tara-service del) Hor-feu, en mi calidad de cadete irredento del grupo (pero sin llegar a hijo de la opa: ojo conmigo, que yo, engaño, no soy ningún-ningún paparulo, eh), asumí la comisión de averiguar cómo venía la mano con nuestra bella amiga, también conocida como Flordeus... Entonces se me ocurrió caerles a los kayakistas -de la que la borrada-del-mapa había sido miembro activa- a chamuyármelos, pero poco y nada me cantaron, lo que me hizo sospechar que había un pacto chúcaro, entre ellos, onda la omertá de los mafiosi.

Y resulta que, a la semana, capaz, cuando yo iba terminando de cantar La balsa, un punto, desde una mesa del restó-bar (de la Florida), insistía en hacerme un gesto: yo creía que era por la canción, pero, dequerusa, como en clave (de fa, jojojo), golpéandose el vaquero con el dedo índice, hasta que me di cuenta de que me batía que a Eury le había mordido una víbora. Porque ella era mucho de cruzar, en su propio kayak o colada en otro, doble, sobre todo con amigotas. Muy unidas, se las calaba, de arreglárselas solitas: ningún comedido podía darles una mano cuando llevaban a guardar los kayaks. Y después atropellaban algún bar, el más caté que encontrasen, un ejemplo: el Sibila, o el Le bistrot de Le Théo & Vincent, o el Sedah. El Vieja (del agua) Cervera empezó a batirles Las Naides... Y otros: las Argonáuchicas... Mucho tiempo después alguien nos avivó de que iban siempre todas de blanco, como si fueran a tomar su primera comunión, o a casorearse. A lo fillhas de Iemanjá. Y esto llegó a oídos de ellas, y lo adoptaron, algo modificado, para rebautizar al grupo -a alguna se le ocurrió rebautizar a toda la flotilla de sus kayaks, pero alguien les batió que traía mala suerte, era yeta... Y sino, basta ver lo que le pasó al glorioso A.R.A. Belgrano, cuyo nombre original era U.S. NAVY Phoenix... 

Agarraron y se vendieron la flotilla enterita, y le compraron una especie de catamarán, al loco Sissano (el alias era porque la iba de Onassis, de armador, pero sin mosca...), y lo botaron como Feuilles mortes (de rire). Y entonces sólo navegaban en ese bicho, entonando la canción de las hojas muertas, que popularizaron Montand, Aznavour, etc. Inclusive Eric –el manco- Clapton te grabó un cover: Autumn leaves… (as Winter arrives, Eury dixit…).

Resumiendo: por no haber podido sonsacarles ningún dato a los fanas del remo, Pichino (Carone) me entró a cruzar día por medio, con mi viola al hombro… Agarraba y me sentaba a cantar, y al rato empezaba a caer la gente... Y en los descansos, siempre a alguno se le antojaba comentar algo, aparte de la creciente o la bajante. Y empezaron comentar, con variaciones, algo sobre una de las chicas del catamarán, quien después de que la cruzaran, no había vuelto más. ¿Porqué? Porque había cruzado tras los pasos de un... caballero, carcomida por los celos. 

Y cuando comprobó que el punto, Arístides (Zommot, quien vendía Titanlux, para Dion y Sosba, Co), estaba curtiendo con una islera (aparentemente los sorprendió en pleno trajín...), lo maldijo, como poseída: dae aleamaa yadribuk, que en turco significa que te golpee la ceguera. Y pegó la vuelta (porque, efectivamente, poseída estaba siendo la otra). Pero, nunca volvió a la orilla, para pedir que la cruzasen, pues envuelta en llamas como iba pisó una yarará, y el ofidio, al toque, le hincó sus letales colmillos. Y ahí cayó, como fulminada: no-on, carne de carancho, tipo la Difunta Correa... 

Otros creían que ella y las del cata, habían naufragado, se las había tragado, como al Titanic, el Bimairuzú, onda Maelstrøm, río muy arriba, para después escupirlas en el remanso Valerio, pero ella convertida, en vez de en ceibo, como Anahí, en una suculenta curiyú. Ésas eran algunas historias que se contaban. Pero había quien afirmaba que era todo macana, que él sabía verla, islas adentro, andar a lo zombie, bajo un cielo de raso, siempre vestida como una filha o una orixá, blanca y errante, di bianco vestita, sin la compañía de ninguna de Las Naides. Y otros, como emergiendo límpidamente desde el camalotal y los irupés, sollozando River of tears, esas lágrimas como gotas de rocío precipitándose desde un pétalo, con cortina de arpas gimientes... Y que se las rebuscaba como baqueana, para los que se internaban pasando el Embudo. Los excursionistas, agradecidos, se cotizaban, con comida, yerba, etc. Y se traían pieles, de carpincho, o de curiyú, inclusive.

Buen, sigo con ese entripado, casi en exclusiva, onda Troyan, onda tornillo sinfín encefálico. Preferentemente cuando voy a todo trapo (olvidado de que volvió a cruzarme Carone), en lo alto la mirada pero relojeando dónde poso los camambuses y echando mis versos del alma, porque las coplas me van brotando como agua del manantial, captando que Eury me viene siguiendo, pero no a media cabeza, a un pescuezo de distancia. Viene siguiendo mi huella, pero como guiándome de cayetano. Y que Eury dice, algo dice que no comprendo con precisión, mientras siento el alma inundada por un frescor de trébol, pero también de rosas-de-orquídeas (como batía el gran Chivita), sintiéndome manso como agua´e laguna, como el llamerito del cover del Gato (Barbieri).

Pero también me pasa -Pichino me ha hecho la consabida gauchada de cruzarme-, en mi calidad de… (Robinson) Crusoe, después de haber ido internándome, bajo-un-cielo-azul-turquí, sin saber si estoy soñando, como Calderón de la Barca (no, si le va a errar: recién desembarcado), o qué sortilegio estalla, capaz que esté yo alucinando -tal como habría definido Eury y su coro de las fallen leaves de Las Naides- porque es como si yo escuchara -estoy ya en medio de un ceibal-, que Eury dice -con sus labios de pétalos de irupé, como trinando sorda, criogénica, iridiscentemente como un colibrí, como un haz de arpegios de sapukays-, rogándome: ámame, ámame, como azorado amabas en silencio a ésa que yacía en la ínsula del lago de artificio, hipnotizado por esa desnudez incesante del cemento en la que la ninfa estaba vaciada, su eterno yacer, inmarcesilble, vuelve a esa noche en la que yo, como una Crista eslava me hallaba clavada, encarnecida en presente infinito, sin Cruz del Sur, sin más guía que los astros de tus ojos, ¡ámame, ámame, ámame!