Esta semana este columnista viajará al Sur para participar de la ya iniciada Marcha Patriótica hacia donde el millonario agente británico Joe Lewis tiene a su nombre una estancia de 12 mil hectáreas e impide la libre circulación violando así la Constitución y las Leyes de la República Argentina.

El reclamo no es sólo para recuperar un hermoso espejo de agua, sino para exigir el cumplimiento de las leyes de este país y el fin de graves irregularidades que podrían justificar incluso que el Sr. Lewis fuera expulsado del territorio nacional, porque además no es creíble que sea un "inversor" extranjero. Y aunque tampoco es el único caso de ocupación irregular en nuestro país, sí es el más emblemático y el más odioso, toda vez que este súbdito británico ya construyó dos importantes aeropuertos (uno en el vasto predio mencionado y el otro en Sierra Grande, sobre la costa atlántica). Ambos en línea con el paralelo 41, que fácticamente divide el territorio argentino en dos.

Ambos aeropuertos tienen igual operatividad que el Aeroparque porteño, pero es obvia su función potencial al servicio de fuerzas ocupantes de nuestras Islas Malvinas. Por lo que su existencia no admite excusas ni privilegios a extranjeros. En consecuencia, esta posesión es inadmisible para la Soberanía Argentina. Por eso esta marcha anual al Sur es siempre patriótica y urgente, más allá del insólito e inexplicable silencio del gobierno nacional.

Es en este gravísimo contexto que, en el Norte del país, ahora y mañosamente quienes se adueñaron del río Paraná se organizan y van por más: las últimas dos semanas varias entidades empresarias criticaron la sola posibilidad de incluir en la concesión los accesos a los puertos públicos de las provincias ribereñas. No aprueban la delegación de poderes a la Administración General de Puertos y cuestionan la tarifa de peaje impuesta para el tramo de Puerto Santa Fe a Confluencia, que es como llaman a la hermosa Isla del Cerrito chaqueña, donde el Paraná recibe las aguas de los ríos Paraguay y Bermejo.

Persistente manía, cabe decirlo, de cambiar nombres con el inconfesado objeto de confundir a quienes habitan las riberas a lo largo de más de mil kilómetros de costas de lo que desde hace siglos se llama "Río Paraná". Así, a lo que hasta hace poco llamaban "Hidrovía" –y les enseñamos que era una cretinada– ahora lo llaman "Vía Navegable Troncal" o VNT. Y es que no aprenden que los pueblos pueden cometer tonterías pero no son tan tontos, y que los nombres históricos sirven para reafirmar pertenencias.

Tan cretinos como esos cambios de nombres son los flamantes esfuerzos para tapar responsabilidades: ya no hay información pública sobre quiénes son las autoridades del río, dada la evidente estrategia de silencio que viene imponiendo el Ministerio de Transporte respecto del Paraná, el Plata y el Canal Magdalena, al menos desde inicios de enero, cuando el ministro de Transporte, Diego Giuliano, designó a Hernán Orduna como nuevo titular de la “Unidad Ejecutora Especial Temporaria Canal Magdalena” (sic). Desde entonces no hay información, como tampoco se sabe si el Sr. Abel De Manuele, ex puntero radical y hombre cercano a Guillermo Dietrich durante el gobierno macrista, sigue o no como gerente general del Ente Regulador del Paraná, lo llamen como lo llamen. Las redes digitales sólo informan de él que acaba de ser designado vicepresidente tercero del santafesino y futbolero Club Atlético Colón. Y del ingeniero Orduna, ni una palabra desde su nombramiento el pasado 3 de enero.

No dejan de ser graciosas esas estrategias de negación informativa. Como si los ocultadores no supieran que en política las mentiras y silencios tienen poca vida. No obstante ésa parece la decisión adoptada: no informar, escamotear decisiones y nombramientos, confundir a la población. Estrategia infantil, porque en cuestiones de Soberanía a la corta o a la larga todo se sabe.

Lo cierto es que soslayar y eludir parecen haberse convertido en obsesiones para quienes detentan ciertos poderes, así como hay algunos grandes temas que convocan fuertes antipatías y resultan negativos para ellos por donde se los mire. Lo que en una nación desesperada que no se explica su propia desdicha, es riesgoso, y acaso eso determine que el buenismo presidencial no resulte estimulante sino todo lo contrario. Salvo su eficiente conducción durante el primer año y medio de crisis pandémica, la visión que se tiene hoy es más bien cuestionadora, y harto contradictoria. A veces comentarista, otras mero destacador de estadísticas optimistas que al rato chocan contra la dura realidad que viven las mayorías populares, y siempre sonriente con todo colega presidencial, AF parece no advertir las diferencias entre sus afectos sinceros y sus saludos protocolares que debieran ser de hielo con ciertos personajes.

El Presidente se ha mantenido siempre lejos, además, del modelo de Estado soberano orgulloso y dinámico, y además consciente de que todos los recursos estratégicos ­–en superficie, subsuelo y aires– son dones de la naturaleza que deben preservarse y cuidarse con mano firme, o sea exclusivamente estatales.

Ése fue el Presidente al que millones de compatriotas votamos esperanzados, porque además tenía a CFK como garante y veníamos del descalabro cambiemita. Pero por ser casi siempre más indeciso que prudente, desperdició muchísimas oportunidades. Esta columna lo apoyó y estimuló, como lo hicieron muchos sectores políticos y sindicales. Pero hacer silencio y no tomar decisiones fueron su norma mientras sí escuchaba y atendía a los enemigos del pueblo y de él mismo, que nunca supo darse cuenta de que en cada banquete comía con hienas, o sea avariciosos banqueros y empresarios cuya única patria es el dólar.

Ahora, ya iniciada la carrera electoral y con la oposición como bolsa de gatos, y rodando por ahí un tal Javier Milei –cipayo neoliberal con banca en Diputados que propone nada menos que la eliminación del Banco Central y la dolarización de la economía– es irreprochable que Alberto Fernández pretenda y busque su reelección.

Pero eso no despeja las muchas serias dudas respecto de la cuadrilla que se alinea en las gateras: los candidatos conocidos hasta hoy, en opinión de este columnista, sólo garantizan más de lo mismo, o peor, y eso es lo más preocupante del escenario. Porque de las catervas neoliberales y de las presiones imperiales sólo cabe esperar caos y disolución de soberanía. Y si los comicios acaban siendo entre malos y peores, no hay democracia que sobreviva.

Por eso hay que recordar al primer Perón y su firme política de nacionalización de los recursos naturales (petróleo, gas, minerales); nacionalización del comercio exterior y de todos los servicios públicos (energía, gas, ferrocarriles, transportes, flotas marítima y fluvial) y potenciación del rol industrialista del Estado. Tenemos tecnología y talentos de sobra para producir tractores, autos, motos, aviones, trenes, grandes barcos y satélites, como se ha probado. Por lo tanto, es hora de planificar la economía y la banca nacionales y acabar con el cuento maldito del "libre comercio" y los emprendedurismos. Y sabiendo que no estamos solos en esta América Latina que busca emerger como nosotros, condenados solamente a ser una república hermosa y justa y libre y soberana, abierta a todos los pueblos de la Tierra. Para lo cual es urgente una Nueva Constitución Nacional.