"Pater escribió que todas las artes propenden

a la condición de la música, acaso porque en

ella el fondo es la forma, ya que no podemos

referir una melodía como podemos referir las líneas generales de un cuento."

                                                                                                                       J.L.Borges

 

Estás escuchando Just, la de David Lang, y de pronto, tan rápido como se poza un mal pensamiento, tu mano va hacia el pecho, la suavidad, lo suave de la piel de esa zona. Y comienza, movida por la música, a poner presión. Fricción, fuerza. Intuye el interior. El corazón. Y a través de la mano los latidos, la sangre, y más allá, imaginada, rechazada: la muerte.

Y la pregunta cae certera: qué es lo que se despierta con la música. Qué es esto capaz de hacer desaparecer los límites de la piel. Borrar, borrando, los límites entre lo interior y lo exterior. Navegar por las vísceras solo acompañada por el eco de la música, del sonido retumbando en algún lugar del cerebro a través de tus oídos. Con cada golpe tus manos enterrándose en la piel, los músculos, la sangre, los tejidos que forman tu cuerpo. Ese cuerpo que despliega relaciones con los demás. Que habla, ríe, ama, rechaza, odia, miente. Llora, llora y reitera la vaga esperanza de ser sostenido por otro cuerpo que done un sentido de ser. Existir, en este vasto mundo. El vasto mundo, vasto bastó vasto mundo. El universo, ya, tan único para esa humana que escucha música de David Lang y siente que puede abrir su piel sus músculos su sangre hasta llegar a los huesos. Aquellos que permanecerán por más tiempo que el resto de la materia.

Los huesos.

Tal vez eso: como los huesos la música, quizá, permanezca más allá del final.