No sé si a veces tienen ganas de abandonar el estilo de vida argentino por un rato. Digo, de hacer un viaje. No por vías alucinógenas, ésta es una publicación seria; ¿la comprarían si no? Digo, un viaje físico, de esos que según se dice renuevan, y todo eso.

Estilo de vida argentino. Sí. Justamente. Frase curiosa, acuñada a raíz de Pasolini y sus teoremas. Muy bien...

Digo: un viaje físico. Porque tengo un amigo perfectamente snob y perfectamente viajero que me dio como al pasar tantas recetas para que nos creamos, ustedes o yo, perfectamente snobs y perfectamente viajeros cuando nos llegue el turno, que bueno, pensé: "Podría pasarle estos datos a La Donna". Pero a) La Donna es ya perfectamente snob; b) La Donna es profundamente despectiva, y yo soy susceptible a las miradas desdeñosas; c) La Donna es periodista (entre nosotros, oficio indigno de un perfecto snob, ¡ja!) y por lo tanto que se rebusque sus temas como hacemos todos. Y, por eso, pensando en que ustedes pueden tener muchas ganas de abandonar por un rato el esti... yo...

Sí, es una frase curiosa, acuñada como digo sobre Pasolini no hace mucho tiempo. Quien la acuñó, suponiendo que sea afecto a la meditación, cosa que ignoro, podría preguntarse a estas horas qué es preferible: si la visión de un ángel casi del todo hermoso (si no fuese por la brusqedad quirúrgica que le cercena la nariz), ángel que pasa su ala -eufemismo- sobre -otro eufemismo- todos los componentes de una familia burguesa, fámula incluida, provocando extrañas crisis; si es preferible, sigo, esa visión, a la del estilo argentino que quiso preservarse, y que muy pronto demostraría poseer reserva de verbos tales como raptar, reptar, rotar, y otros peores, actividades todas que no cumplió el ángel aquel, salvo quizás reptar pero con gracia erótica y mistificante, cosa que siempre se agradece por más bajo concepto que tal bendición merezca entre los ceñudos círculos afectos a pronunciar un poco demasiado fuerte la delicada palabra patria. Y, para retomar el principio del párrafo , que era lo que se llama un paréntesis, digo que quien acuñó tal frase puede preguntarse ahora qué es lo que quería preservar con tanto ahínco, él que a las doce horas de haberse reintegrado al recato hogareño solo encontró la visita de cuatros sobrinos y de un hombre a quien había nombrado meses antes, mientras el rio de caballeros que atiborran cada día la vida de un funcionario desviaba su curso impetuoso buscando nuevos horizontes.

Nuevos horizontes. Les preguntaba si no tienen ganas de viajar. Supongo que sí. Todos tenemos ganas de pronto de ahuecar el ala. Quién sabe por qué. Somos tan neuróticos.

Ante todo, me habló de las valijas. Tienen que ser, o muy buenas, livianas, excelentes, dedicadas al único ojo que importa: el de otro connaisseur; o inexistentes, suplidas por dos o tres bolsas de papel que dan la impresión de que uno es tan caprichoso y libre que decide viajar ahorita nomás, y tan rico y elegante que nada importa el efecto que cause en los mirones, raza lamentable. Sin embargo, este segundo estilo exige sangre fría completa: cualquier evento puede desfondar las bolsas, y hete ahí con una siembra de cepillos de dientes, ropas interiores, etcétera, en el primer aeropuerto, o la primera vereda, o el primer vestíbulo de hotel.

No, no me parece adecuada. Digo, esa idea que ustedes me sugieren de llevar paquetes de papel de diario. Es una idea terrible, que me hace dudar que se merezcan el recetario que me disponía a verterles. ¡Paquetes de papel de diario! Solo los descuartizadores, los linyeras y las viejas que alimentan gatos confían en semejante envoltorio, propenso por otra parte a la mancha furtiva. Si usted aparece en un aeropuerto con un paquete de esos, lo van a detener suponiendo -con justicia- que es un desviador de aviones que lleva una bomba; que huye. ¡Papel de diario! Además, viajar ¿no era ventilarse? Y llevar los diarios cotidianos, con todos sus mensajes implícitos: por ejemplo, la gran noticia de primera plana que va siendo pasada a segunda, tercera página y pronto se esfumará, y aquí no pasó nadita. ¡No! Ya saben: o valijas muy elegantes, o dos o tres bolsas de papel. Y hablando de diarios, en cuanto se instale usted en el avión y la azafata venga a ofrecerle diarios, por favor, no la mire con esa cara de tonto. Estas formas castísimas -un decir- del geishismo exigen, como las recepcionistas y tantas otras imágenes, apariencias, fantasmas que el mundo contemporáneo espolvorea sobre sus tristísimos consumidores, exigen, digo, de usted, el comportamiento diferente adecuado a todo fantasma. ¿O cuando se le aparece uno cargado de cadenas usted hace algo más que mover las cejas y darle la espalda o, en caso de cristianismo, rezar un pater por su pronto solaz? Bien, cuando ella le ofrezca diarios, elija inmediatamente uno extranjero, de cualquier país, aunque el único idioma que domine sea el del oeste de Barracas. Solo la tipografía desconocida, solo la distribución interior son ya una forma del viaje, ese desconcierto descoyuntivo que, al cabo, hará que usted encuentre con alivio, al volver, los hábitos y facilidades que muchos llaman patria, y quizás con razón, y de los cuales huyó al tomar su boleto.

¿Ven? Ya llegamos al final. ¿Ven? Y ahora tengo que dejar el recetario para la semana próxima. ¿Ven?, culpa de ustedes, charlatanes, interrumpiendo todo el tiempo para preguntar si pueden llevar paquetes de papel de diario y porquerías por el estilo. Mejor para mí: no tenía tema para la semana próxima y ahora sí lo tengo. ¿Ven? ¿Ven?

Digo, si tienen ganas de viajar, espérenme. No para partir juntos, no teman. Esperen a la próxima semana, y les daré el recetario del snob viajero.