Habitan en la montaña, Supays, Mikilos, Chiquis, Apiniños, Uturuncus, Mula-Animas, Duendes, Yastay.

Son seres imaginarios que se proyectaron en el incconsciente colectivo desde tiempos inmemoriables en la necesidad de encontrar la justificación a la existencia del mal.

El Chiqui, muy popular en la cultura calchaquí causante de toda desgracia, plagas, pestes, sequía, se lo aplacaba con sacrificios. Lafone Quevedo, refiere a la Fiesta del Juego del Chiqui, que practicaban los indígenas en La Rioja y Catamarca, pueblos como San Blas de los Sauces, Pituil, Pueblo del Pantano y Pilciao, se reunían bajo un algarrobo con tinajas llenas de aloja. Antes de la celebración, cazaban guanacos, avestruces, pumas. Fiesta que también es tratada por Margarita E. Gentile en un artículo dedicado íntegramente al Chiqui.

Los sacrificios que se hacían a la deidad maléfica fue señalada por Adán Quiroga; “… las urnas funerarias de estrecha boca circular y reducida capacidad, guardaban restos de párvulos, sacrificados en la conjuración al Chiqui…éstas cántaras cuando se encuentran llenas de chicha, maíz y de algarroba, no son propiamente urnas cinerarias, sino vasos votivos o ceremoniales…”

En el ritual, mientras entonaban cánticos báquicos y propiciatorios, llenaban de agua las cántaras, para ser colocadas en las cabezas. Otros subían y bajaban las cabezas de animales sacrificados honrando la divinidad maligna.

En La Cruz de América, Adán Quiroga encuentra en las urnas funerarias y cántaras diseños que muestran al Chiqui, como en la Urna de Andalguala, donde en su parte superior se observa una máscara con grandes ojos y boca abierta, largos brazos caídos y sobre el hombre la huma o cabeza de sacrificio. Entre ambos pies transformados en suri hay otra cabeza humana destroncada. En la parte delantera se observa un suri y, en la figura izquierda la imagen es feroz, parece una cabeza cortada provista de un cuerpo artificial.

La creencia advierte que el suri tiene relación con el demonio, porque el Chiqui se transforma en suri. Este es un ejemplo en una multiplicidad de casos presentados por el mencionado arqueólogo. Según Matilde Lanza, existe un sitio arqueológico conocido como “el Diablo”, el Potrero de Payogasta, departamento Cachi- sector norte del Valle Calchaquí- Salta. Se trata de un cerro con aloramientos rocosos que forman planchones verticales y horizontales. Varios de estos aloramientos y bloques sueltos son los soportes seleccionados para la ejecución de los grabados rupestres. Existe un panel principal en posición vertical que se ubica en la parte superior del cerro, este contiene el mayor porcentaje de representaciones grabadas y se destaca una figura antropomorfa felinizada que por su diseño los pobladores lo llaman el diablo; de ahí se tomó el nombre del sitio arqueológico. Este motivo tiene un largo de 150 cm, lo que hace que tenga una alta visibilidad. Estas representaciones de perfil, son en algunos casos, una combinación antropomorfa con cabeza de felino, presenta una emplumadura, ojo formado por un punto pequeño y fauces abiertas con dientes.

El Mikilo, adquiere distintas formas según el lugar, por ejemplo, el Mikilo riojano es el colmo de la perversión, sus maldades son similares a las del tigre uturunco, mientras el Mikilo catamarqueño -según Quiroga- suele vivir en forma de pájaro o vivir en las cuevas de las salamanca. Este demonio se esconde en las zanjas o tras de pencas y tuscas para sorprender a los niños distraídos. En Tucumán cambia su metamorfosis a un gato montés, de pelo áspero y duro, parecido al cuchi.

Para Adolfo Colombres, el Mikilo es un numen de le tierra, humilde y proteiforme, cuyas representaciones son múltiples, es esquivo y poco sociable. Se lo conoce por su grito ululante, o por un extraño rumor que viene del corazón de las tinieblas nocturnas, algo así como el eco de un lamento hace mucho extinguido. Las huellas que deja no pueden ser reconocidas. Lo describen como un animal, mitad humano y la otra como un perro, sus pies son de gallo y su cola larga cubierta de plumas. En Chilecito (La Rioja), es un pájaro gris, maligno y brujo, asusta a la gente, llora su soledad con gritos. Duerme la siesta a la sombra de las higueras y, sus víctimas son los niños que roba.

La mitología andina se nutre de un universo de leyendas, aparecidos, seres sobrenaturales como El Yastay, el Uturunco y Hapiniños, que serán tratados en la Parte II.