Hace un par de años, desde esta columna dábamos cuenta que en una franja urbana del sur del conurbano en el Municipio de Lomas de Zamora se podía descubrir una de las áreas residenciales de casas bajas más pintorescas, simbólicas y bonitas de toda el Area Metropolitana (<https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/m2/10-2802-2014-10-16.html>). Decíamos que en estas manzanas que incluyen los “barrios-parque” de Banfield y Lomas, y el exquisito Barrio Inglés de Temperley, estaba pasando lo mismo que en muchos barrios residenciales de Buenos Aires: los desarrolladores inmobiliarios desaforados, en complicidad con funcionarios de turno que hacen una interpretación puramente cementera de lo que implica el “progreso” o son directamente corruptos, amenazaban convertir esta hermosa zona en una masa uniforme de edificios de departamentos. 
Como en los barrios porteños, el mayor límite a la depredación urbana lo pusieron los propios vecinos autoconvocados que se dieron una mínima organización muy eficaz bajo el sugerente y simbólico nombre de Fuenteovejuna (<https://www.facebook.com/FuenteovejunaVecinosDeLomasDeZamora>). Así comenzaron un raid de importantes protestas por distintos medios, incluyendo carteles en sus casas, volantes, pasacalles, mails, expedientes, redes sociales, logrando que el Concejo Deliberante aprobara en 2012 la Ordenanza 13869 que impide la demolición de toda casa construida con anterioridad a 1960 sin antes pasar por una Comisión Evaluadora.
Dado que la Comisión Evaluadora estaba conformada por los mismos funcionarios que venían autorizando todo tipo de obras en la zona,  esta especie de “amparo administrativo” lo único que lograba era retrasar las demoliciones. Por eso fue necesaria nuevamente la presión vecinal para que el gobierno municipal accediera a convocar a un equipo de asesoramiento que, bajo la coordinación de la arquitecta Agustina Lasgoiti, está conformado por arquitectos especialistas en conservación del patrimonio, docentes del postgrado en conservación de la UBA y miembros del ICOMOS con reconocida trayectoria en la materia e inclusive especialistas surgidos de los propios vecinos como el arquitecto Bruno Cariglino.
Desde entonces este equipo asesora a la Comisión de Evaluación sobre proyectos que autoriza o deniega y también sobre los proyectos de obra a construirse en su reemplazo. El grupo puso manos a la obra -valga la redundancia- para completar un exhaustivo estudio sobre la historia arquitectónica local y el reconocimiento del patrimonio paisajístico y arquitectónico, en vistas al desarrollo de un plan de gestión sustentable a mediano plazo. 
En ese marco, se identificaron y delimitaron como área de estudio una decena de “Unidades de Paisaje”, que no son otra cosa que barrios o fragmentos urbanos con alto valor paisajístico o ambiental, conformado no sólo por tiras continuas de edificios de valor arquitectónico, sino también por características ambientales como jardines (ver <https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/m2/10-3169-2016-08-23.html>), forma de ocupación del suelo, arbolado público, adoquinado, usos y también valores sociales y culturales representativos para la historia y la comunidad viva de Lomas de Zamora.
Parte de la singularidad constructiva tiene que ver con que esta zona fue alguna vez junto con su vecina Adrogué suburbio favorito de fin de semana de la alta sociedad porteña y sobre todo de la comunidad británica argentina, ligada íntimamente a la zona desde la instalación de la Colonia Escocesa de Santa Catalina en 1825. Esto se reforzó en la época de auge del ferrocarril, con presencia muy fuerte en su arquitectura y paisaje urbano, y en instituciones renombradas como el Lomas Athletic Club, el Club Banfield, el Club Social Inglés, las iglesias Metodista, Anglicana y Presbiteriana (a punto de ser declaradas Monumento Histórico Nacional) y una decena de Colegios ingleses como el Barker o San Albano.
Y junto con estas “unidades paisajísticas” se propone catalogar unos 70 edificios singulares  y conjuntos, dentro y fuera de ellas, recomendando sean incluidos en un catálogo preventivo, que los proteja y determine el modo de operar en cada uno de ellos y su entorno inmediato.
Ahora bien, estos indudables avances que a criterio de quien suscribe esta columna pueden marcar una bisagra en la gestión del patrimonio arquitectónico del Gran Buenos Aires, se ven amenazados por  la falta de instrumentación normativa de las recomendaciones de esta Comisión Asesora: desde la creación de una oficina permanente dedicada al patrimonio hasta la necesaria modificación de las ordenanzas que hoy permiten edificios sin límite de altura y usos inadecuados en zonas históricas y en sus bordes, condenando y sacándole sentido a su conservación.
Tal como señalan los vecinos: si el intendente y los concejales no toman la decisión política de cambiar urgente las normas de zonificación, todo perderá sentido porque “el patrimonio quedara a la sombra de las torres”.