Si uno tuviera acceso a su agenda privada, se sorprendería. En sesenta días el hombre estuvo en Lisboa, Bogotá, Santo Domingo, El Salvador, y en cada una de esas ciudades enumeró los consejos a los que se inician en el periodismo o a los que lo transitan desde hace muchos años. Algo de eso expone en Rosario con su taller de crónica periodística, con el auspicio de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (Fnpi), el Sindicato de Prensa y la Universidad Nacional de Rosario (UNR). "El gran desafío para ustedes es poder responderse ¿para qué hago lo que hago?", interroga a sus alumnos el colombiano Alberto Salcedo Ramos, maestro permanente de la Fnpi. "Por terquedad, respondan. Las historias hay que ir a buscarlas, sigan el rastro de la curiosidad". "El periodismo es un oficio que se alimenta de rigor, ética y esfuerzo, pero no excluye la formación académica", dijo en una entrevista con Rosario/12.

Salcedo Ramos es autor de varios libros de no ficción, tales como La eterna parranda y El oro y la oscuridad. Además ha sido incluido en las antologías Mejor que ficción (Anagrama, España) y Antología latinoamericana de crónica actual (Alfaguara, España). Ganó el Premio a la Excelencia de la Sociedad Interamericana de Prensa (dos veces), el Premio Ortega y Gasset de Periodismo, el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (cinco veces) y el Premio Internacional de Periodismo Rey de España, entre otras distinciones. Algunas de sus crónicas publicadas en las revistas SoHo, El Malpensante, Gatopardo y Etiqueta Negra fueron traducidas al inglés, al alemán, al francés y al italiano.

Cuando escribió la primera nota en el periódico El Universal de Cartagena, el editor le dijo: "No hombre, aquí no tienes que escribir La Odisea de Ulises, acá es más humilde la cosa, sólo escribe cuánto saldrá el litro de leche". Treinta y cinco años después de su debut profesional, puede decir: "El periodismo es un oficio que se aprende, sus herramientas de trabajo se depuran en el momento en que uno lo empieza a ejercer, se aprende de los errores, pero yo creo en la formación, sin formación el saber es incompleto, no hay nada más terrible que el que sabe hacer y no sabe explicar cómo se hace, los muchachos deben aprender, capacitarse".

El hombre que da talleres de crónica alrededor del mundo latino, acepta el desafío del cronista y se atreve a dar diez consejos a las nuevas generaciones de periodistas:

1) Hacer un viaje y perderse. Estar dispuesto a no saber cuál es el destino final y en ese perderse, encontrarse, confrontarse con ellos mismos para saber quiénes son y adónde quieren ir.

2) Averiguar si escriben para el estómago o para el corazón. En Colombia hay un escritor que dice: "Cuando se escribe para el estómago ni comes ni escribes". Si perteneces a la categoría de los que dicen "yo no voy a escribir tal artículo porque no me lo pagan", tienes que revisarte. Ojo, es legítimo no escribir gratis, pero no es legítimo dejar de escribir.

3) Leer mucho. En los libros oigo voces que me ayudan a oír mejor mi propia voz. Los libros son el único escenario donde podemos conversar sin las barreras del espacio y del tiempo. En una biblioteca puedo dialogar con Kafka, Tolstoi, Dostoyevski. Si no leen no les veo muchas posibilidades de que lleguen lejos en sus vuelos.

4) A Paul Auster le preguntaron cómo se volvió escritor. Y respondió a la pregunta con la siguiente historia: cuando era un niño fue llevado al estadio de béisbol por su papá y un par de tíos para ver un partido que ganaron Los Gigantes de Nueva York. Cuando el partido se acabó, Auster se sentía feliz, era su primera vez en el estadio, el rito de iniciación en el deporte, con el equipo favorito de uno. El chico descubre el mejor regalo de todos. Tenía frente a él a Willie Mays, el mejor jugador del béisbol. Se volvió loco de alegría, se zafó de la mano de su padre, corrió hacia Willie Mays y le dijo: "Señor, ¿usted me regala un autógrafo?". "Con gusto, nene, préstame un bolígrafo", le respondió Willie Mays. El niño no tiene un bolígrafo, no lo tiene su padre, ni sus tíos ni las otras personas que están saliendo del estadio. Cuando fue evidente que nadie iba a tener un bolígrafo, Mays le aplastó la mano en la cabeza y le dijo: "Nene, en otra ocasión, cuando tengas un bolígrafo, yo te doy el autógrafo". El niño se quedó triste viendo cómo Willie Mays se alejaba. Esa noche, Paul Auster juró que nunca más iba a andar por la vida sin un bolígrafo. A la mañana siguiente madrugó y le pidió dinero al papá para comprar un bolígrafo. Entonces se convirtió en un niño de nueve años que anda por la vida con un bolígrafo en el bolsillo. Al cabo de los años descubrió que se había vuelto escritor gracias a ese bolígrafo porque con él anotaba las cosas que le producían curiosidad, intriga, que le molestaban o inquietaban. ¿Cuál es entonces mi recomendación en este cuarto punto? Que se regalen un pretexto para hacer las cosas y no para no hacerlas.

5) Eviten al máximo ser personas que convierten su habilidad en una fórmula, porque la fórmula lleva a la automatización, a trabajar en serie, a quedarse en una terrible zona de confort que reseca el alma.

6) Hemingway, García Márquez y Vargas Llosa han coincidido en un mismo consejo: aprender a decir no. No hay un peligro más grande para un autor que esté empeñado en hacer una obra de importancia que no saber decir no, porque terminas comprometiéndote con cosas que te arrebatan el tiempo. Te dicen escríbeme dos cuartillas sobre la temperatura adecuada a la que se debe cocinar los frijoles rojos. Y tú la escribes. Entonces te conviertes en una persona que no tiene tiempo para sus proyectos por andar hipotecándose a los demás. Hay dos clases de escritores: los que saben decir no y los que nunca aprenden.

7) Otro consejo está en el manual de escritores de Stephen Vizinczey, escritor húngaro. "No tendrás costumbres caras". Me parece absolutamente útil. Yo sé de periodistas que por ejemplo hacen la cobertura de temas económicos y quieren gastar como si fueran magnates. No, magnate es el personaje sobre el cual tú escribes.

8) Tratar de buscar editores que los ayuden. Para mí este punto es clave porque el periodismo y la escritura literaria están llena de gente alérgica al ojo del editor, se lo ve como a un enemigo. Resulta que un buen editor te ayuda a quedar mejor con tu audiencia, te ayuda a depurar el texto. Para mí todo autor debe ser un ciervo de sus textos. Yo trabajo para mi texto, es más importante que yo. Es un fundamento de la ética del trabajo.

9) Si te dicen "no" por la puerta, métete por la ventana. Desarrollar eso que Guy Talese llama "el fino arte de frecuentar". Cuando te boten a las tres de la tarde, regresa a las cinco y media. Es decir, ser persistente.

10) Si no te hace feliz, no insistas.

Bonus track I. Si van a ladrar, ladren como un perro nuevo, no ladren como un perro viejo, el perro viejo ni siquiera se levanta del sitio donde está echado para ladrarle a la visita, el hijo de puta está allá atrás, escondido detrás de la estufa y desde allá ladra, le da pereza levantarse. Por favor, no sean el perro viejo de la historia.

Bonus track II. La primera historia que se contó, la contó Adán. Cuando llegó Dios, él le dijo: "Sabes qué, me he comido la manzana que tú me dijiste que no me comiera". Y Dios se comportó como un editor desalmado y lo echó del periódico, lo echó del paraíso, y le dijo vete "a la concha de la lora", para decirlo con una frase argentina. Uno se tiene que hacer cargo. Si te quieres comer la manzana, cómetela, pero más te vale que sea porque al comértela vas a tener una buena historia que contar.

Bonus track III. Un periodista que no hace reportería es como un atleta que no se entrena. Hay que hablar con la gente, acompañarla en sus actividades cotidianas, verla vivir su vida. Robert Louis Stevenson dijo que contar historias es escribir sobre gentes en acción.

Bonus track IV. Kapuscinski tenía una doble agenda, una para hacer las notas para el diario, con las dos preguntas de prisa, y otra con sus proyectos personales. Siempre hay que tener un proyecto personal para ir desarrollando en el tiempo.

‑ ¿Cuáles son para usted los tres maestros de la crónica latinoamericana?‑ pregunta el cronista.

- Caramba, tres son muy poquitos. Juan Villoro, Leila Guerriero y Martín Caparrós son tres grandes maestros. Tienen registros diferentes. Juan es epigramático, agudo, risueño, con una inteligencia superlativa y una enorme gracia para expresarse. Leila, igual, tiene precisión quirúrgica, como de tajo hecho con bisturí, no le sobra nada, no le falta nada. Es impresionante. Martín es una máquina de crear belleza y un atado de sabiduría técnica.

- ¿Qué otro cronista le gusta?

- Talese, es el que mejor combina al narrador con el reportero, no se contenta con contar la historia con los datos fácticos, con lo que el personaje muestra externamente o dice. Talese es como un pájaro carpintero, picotea la madera, taladra la psiquis del personaje, se mete en ella y allí reina. Talese eleva la apuesta. Me gusta mucho en este momento, diría que es el que más me gusta, David Remnick (editor de la revista The New Yorker), es una maravilla. Su libro sobre Muhammad Ali, Rey del Mundo, para mí es el mejor perfil que he leído en mi vida. Es una obra maestra.

 

“El reto de quienes hacemos nuestro trabajo es mostrar la condición humana de la mejor forma que nos sea posible”.

 

‑ Habría que incluir a escritores de ficción en su bitácora.

- No sólo de periodismo vive el hombre. Habría que leer a Albert Camus, Borges, Cortázar, Gabo, la lista es enorme. Ahí uno va armando un kit de maestros. Tú me has preguntado por maestros. Cuando yo era niño recuerdo que me agarraron de la mano y me llevaron a un sitio. Para dónde me llevan, pregunté. Y me dijeron: para el colegio. Era el primer día de clase. La profesora era buena, tierna, dulce, cariñosa, que me enseñó algunas cosas, luego vino otra que ya no me gustaba tanto, y otra y otra. A lo largo de la vida he visto muchos profesores y profesoras pero en ninguno de los salones estaba Ernest Hemingway. Tampoco estaban Mark Twain ni Jean‑Paul Sartre. Ninguno de ellos fue mi profesor pero resulta que si uno los lee con juicio, si uno estudia lo que hicieron y cómo lo hicieron, es como si los hubiera tenido en un salón de clases. Es decir, uno inventa a sus maestros. Ese el consejo que les doy a los muchachos, invéntate una buena nómina de maestros y dedícate a aprender de ellos, dedícate a asistir diariamente al taller de ellos para que veas todo lo que vas a aprender.

- Y ahora usted es el maestro.

- No, no me gusta que me digan maestro, sinceramente. En Colombia le dicen doctor a todo el mundo, hasta tenemos un dicho: doctor es cualquier hijo de puta. Si me van a decir algo que no me gusta, mejor que sea maestro antes que doctor (risas).

‑ Usted remarca a sus alumnos frases como persistencia, terquedad.

- Te lo voy a decir con una frase de Van Gogh que me gusta mucho. Cuando oigas una voz dentro de tí diciéndote no sabes pintar, pinta, y la voz se calla. Uno con la terquedad lo que hace es seguir bailando la canción que todo el mundo piensa no puedes bailar, debes bailarla y bailarla hasta que llegue un momento en que si no la bailas bien por lo menos a los demás se les olvida que la bailas mal.

‑ ¿Todo periodista debe tener su mirada de los hechos?

- Para mí la mirada es la habilidad que permite encontrar la liebre donde no se piensa que va a saltar, pero lo difícil de la mirada es que no debe ser vista como un alarde, no debe ser artificiosa. No me gusta el que tiene una mirada excéntrica y entonces se pone a ver rarezas circenses con la idea de enviar el mensaje de que es muy listo y está viendo lo que nadie más puede ver. A mí me gusta el que se acerca a la realidad con ojos de reportero sin la pretensión de mirar algo distinto, simplemente se deja sorprender por lo que la realidad ofrece en el momento en que él se acerca.

‑ Usted ha dicho que escribir es algo que nunca se aprende.

- Augusto Monterroso decía "uno es dos", el que escribe, que puede ser bueno, y el que corrige, que debe ser bueno. El reto nuestro consiste en gran parte en mantener a raya a ese mal escritor que nos habita. ¿Qué sugiero yo para mantener a raya a ese mal escritor? Corregir. Tú escribes el jueves la primera versión y esa primera versión la revisas el viernes, el que la escribió fue uno, el que la corrige es otro. El que la escribió fue el tonto, y el que llega a corregirla es el tipo que ya durmió, y vuelve con la mente fresca y el lápiz rojo a matar su propio texto como si lo hubiera escrito su peor enemigo, y en ese ejercicio, el texto se potencia. En el texto narrativo, donde te dan una semana o dos, yo sí recomiendo la depuración al ciento por ciento. Balzac decía un consejo para escribir: "Pongan el culo en la silla". Hay que trabajar.

‑ ¿Qué le sugiere hoy la frase pinta tu aldea y serás universal?

‑ Me suena tan afortunada como cuando la conocí. La historia de Maradona bien contada es la historia de Jim Morrison o Billie Holiday. Una historia bien contada contiene otras historias que muestran la condición humana. El reto de quienes hacemos nuestro trabajo es mostrar la condición humana de la mejor forma que nos sea posible.

‑ ¿Cómo le gusta definirse? ¿Periodista a secas? ¿Periodista y escritor?

‑ Yo era como muy vergonzante cuando me decían, con buena intención, escritor. Quienes hacemos crónica a veces nos manejamos en un limbo donde los escritores no nos consideran escritores y los periodistas también nos rechazan diciendo "no, este tipo no es periodista, es un escritor". Somos una papa caliente que nadie puede retener en la boca. Todos nos expulsan hacia el paraíso del otro y cuando llegamos al paraíso del otro, nos devuelven. Cuando me decían escritor no sabía si eso era un elogio o un insulto. Si uno puede ver la palabra sin ponerle misterio, soy escritor, porque escribo, así de simple, porque me he ganado la vida haciendo eso, porque si bien no creo universos como los crea un escritor de ficción, los recreo, porque puedo tocar un corazón con lo que escribo, porque puedo mostrar la vida de alguien y hacer que se entienda algo que no se había entendido antes de que yo escribiera eso, porque puedo dejar un texto que dentro de cincuenta años sea leído como la memoria de una época. Ya no me avergüenzo, finalmente uno no tiene que andar por ahí como ofreciendo disculpas por hacer lo que hace.