El diagnóstico es: que urge dar más consistencia y más autonomía al ecologismo, de modo que pueda, como otros “ismos” a lo largo de la historia, definir el horizonte político. La estrategia: constituir una “nueva clase ecológica”, un sujeto colectivo capaz de articular las luchas hoy dispersas y dar, desde cero, “la batalla cultural por la hegemonía”. Eso es, a grandes rasgos, lo que proponen el filósofo francés Bruno Latour -recientemente fallecido- y el sociólogo danés Nikolaj Schultz en Manifiesto Ecológico Político, un compendio de ideas que acaba de publicar Siglo XXI Editores como parte de su colección Otros futuros posibles.

Si bien la traducción al español evoca a ese tipo particular de escritura programática, Schultz cuenta a Página|12 que, más que manifiesto, en realidad lo pensaron como “memorándum” (aunque por ahí escriban que “un fantasma recorre el mundo: el fantasma del ecologismo”…). Dividido en diez partes, se trata de ejes temáticos que se concatenan y van desarrollando la tesis central. “No son soluciones definitivas; sugerimos humildemente un conjunto de cosas que hay que debatir, pensar e impulsar para que la ecología salga de su etapa incipiente”, explica el coautor.

Pero más allá de la aclaración de forma, lo cierto es que el libro se inscribe de forma más que evidente en la tradición de El Manifiesto Comunista de Marx y Engels, desde la adaptación misma de la idea de “clase”, hasta el planteo respecto al vínculo que el mundo, con una clase ecológica activa y consciente de sí misma, tendría con la producción, aspecto central de la propuesta de los filósofos alemanes.

¿Por qué dar el debate en términos de clase, aún cuando lo que llaman “clase ecológica” no se ha definido con claridad? Explica Schultz: “Básicamente porque si quiere adquirir una fuerte consistencia ideológica, la ecología política debe aceptar, abrazar y representar su proyecto político en términos de conflicto, crear un `Nosotros´, un `Ellos´, y una dirección en la historia”.

Para él -que como docente e investigador trabaja sobre las clases geosociales- la narrativa de las clases ha sido históricamente muy útil porque describe una estructura social, indica cómo se posicionan antagónicamente las personas en ese paisaje y ofrece a su vez perspectivas para la acción política. “Ahí radica el porqué retomamos el concepto: porque nuestro argumento es que, de la misma manera, un análisis ecológico debe ofrecer tanto una descripción de las condiciones de subsistencia colectiva de las sociedades como la identificación de un conjunto de líneas de conflicto en las que la gente pueda posicionarse”, argumenta.

Sin embargo, los autores discuten con el materialismo histórico lo relacionado a las fuerzas y condiciones de producción. Mientras que para esta corriente la existencia continuada de la sociedad está regida por la producción, Latour y Schultz sostienen que “hoy eso no explica cómo los intereses de clase cambian de forma, ni cómo subsisten las sociedades, ya que en nuestro Nuevo Régimen Climático las mismas no sobreviven gracias a la producción sino a pesar de ella”. Por eso, postulan en el libro que “la cuestión principal no es, como antes, solo la de los conflictos de clase dentro del sistema de producción, sino la de la relación necesariamente polémica entre la preservación de las condiciones de habitabilidad y el sistema de producción”.

Tras esa idea, dedican varios apartados a la reflexión sobre una “nueva materialidad” y al análisis de “una época de catástrofes ecológicas y de cambio climático donde efectivamente todo lo sólido se desvanece en el aire, como decía Marx”. En esa línea, a raíz de esta transformación material, postulan que lo que se necesita desarrollar analítica y normativamente es la comprensión de un “nuevo tipo de conflicto y de interés de clase”. “No se trata simplemente de una lucha de clases para apoderarse de los medios de producción. Por el contrario, se necesita una lucha colectiva contra la expansión de las prácticas de producción, sus horizontes y consecuencias destructivas”, sostiene Schultz.

Por lo demás, a lo largo del libro los autores desarrollan ideas como que no hay dudas de que la clase ecologista es -y debe ser- de izquierda y que la disputa ecológica es inevitablemente un conflicto generacional. Sobre lo primero dirán que es por la resistencia más general de una sociedad que cuida al planeta a dejar que la economía determine el horizonte. Sobre lo segundo, que “los jóvenes de hoy en día son aquellos que están hartos de las promesas vacías y modernistas del progreso y desarrollo” y que tiene sentido que sean ellos quienes lideren el camino.

En definitiva, ¿ser “materialistas” hoy implica tener en cuenta las condiciones de habitabilidad del planeta? “Eso es precisamente lo que intentamos decir. Que hoy la sociedad tiene otra base material, basada en una lista larga de condiciones terrenales de subsistencia que permiten la supervivencia humana colectiva. Esto es lo que las ciencias ecológicas han detectado en los últimos cincuenta años, aunque estos conocimientos no se hayan todavía transformado en acción política”, sintetiza Schultz.