De un lado, Eladia Blázquez. Del otro, María Elena Walsh. Y en el medio, equidistante de ambas, Inés Cuello. Es que la cantora acaba de publicar un disco que no hubiese sido posible sin la influencia de tales. Se llama, justamente como uno de los clásicos de Eladia (Mi ciudad y mi gente) y tendrá su primera exposición en público este martes a las 20 en el Teatro Picadero (Pasaje Discépolo 1857), un concierto que Cuello imagina como “un ritual de celebración único e irrepetible”. Acompañada por Pablo Fraguela al piano y con Carlos Aguirre y Flor Bobadilla como invitados, la noche centrará su sino en las diez piezas que pueblan su cuarto disco, además de los clásicos de Manzi, Troilo o Gardel, a los que Cuello suele recurrir. “Me centré en Eladia y María Elena, porque las dos abrieron el habilitante camino por el que hoy transito de descubrir mi propia identidad como intérprete. Si en el disco hay una fuerte presencia de mujeres autoras y compositoras fundamentales en mi búsqueda musical y política, es porque primero estuvieron ellas”, sentencia.

En efecto, el disco se llama como el tema que Eladia grabó en 1970, y que significó la puerta de entrada de Cuello al tango, cuando tenía 13 años. “Cuando años más tarde, trascendido el puro amor por sus músicas, supe del papel que ella había tenido en la historia del tango, cuando pude tomar consciencia del rol bisagra que Eladia tuvo en la presencia de las mujeres en el escenario tanguero, se transformó en una artista faro para mí. Va de suyo que disfruto de cantarle a los hitos que ella honraba: la ciudad, los sueños de infancia, el barrio de origen, el difícil tránsito de llegar a la adultez, y la importancia que entonces cobran los lugares propios y las personas que nos acompañaron en ese recorrido”.

Entre los dos tangos de Eladia (el epónimo al disco y “El corazón al sur”) más las dos canciones para adultos que eligió de María Elena (“Barco Quieto” y “Los ejecutivos”), transcurre entonces un equilibrado repertorio que también alcanza un par de tangos clásicos, otro de tangos contemporáneos y dos canciones de impronta folklórica. “Este repertorio aporta un claro retrato de lo que disfruto interpretar, hoy”, asegura la también cantante del Quinteto La Grela. “La selección de temas partió del hecho de sentir que tengo algo importante que decir desde mi versión; que puedo sumar algo personal a lo que autoras/es y compositoras/es crearon; y esto generalmente sucede cuando una obra me conmueve al escucharla por primera vez. Cuando en ese momento del primer encuentro se mueven fibras sensibles en mí, no siento duda alguna sobre el deseo de pasar esa letra y música por mi cuerpo, transformarla y compartir mi visión de ella al público”.

El equilibrio del repertorio elegido por Cuello es transversal no solo en términos estéticos, sino también generacionales. De ahí la convivencia entre Victoria Morán, Candelaria Rojas Paz y el negro Aguirre, con Manzi, Troilo y Expósito. “Lo importante es que las músicas dejen constancia de los diálogos, preguntas y temáticas que interpelan a nuestra generación”, señala ella. “Y todo esto convive en el disco con clásicos como `Fruta amarga` y `Tristezas de la calle Corrientes`, obras que hicieron que me enamore del tango”.

--¿Por qué amás cantarlas, además de ser tu bautismo de amor por el género?

--Siento un especial cariño por la versión que logramos del “Tristezas de la calle Corrientes”. Es la primera vez que grabo este tango que expresa tan hermosamente el ambiente que se vivía en el centro de Buenos Aires a principios del siglo pasado: esa avenida Corrientes llena de luces, ese hormiguero cultural, sus bares, la gente que la transitaba y la habitaba, sus nostalgias… Y siento que algo de ese espíritu logra sobrevivir a las cadenas de bares con identidad extranjera, el exceso caprichoso de hormigón y basureros blindados que abundan en su actualidad. Algo de aquella calle Corrientes todavía vive, quiero decir, y amo cantarle con nostalgia renovada.

En la otra punta generacional del repertorio escogido por Cuello figuran “Va siendo tiempo”, una chacarera firmada por el “Negro” Aguirre; “Cuando florezca el abrazo”, zamba de Fraguela y Rojas Paz, en la que participa Flor Bobadilla y que habla sobre la sensación de volver abrazarse luego de la pandemia; y “La negadora”, de Victoria Morán. “Me fascina interpretar este vals, porque habla del recorrido que va haciendo quien narra su negación como mecanismo de defensa frente al dolor de un desamor. Me parece una obra muy rica que disfruto fundamentalmente interpretar en vivo y ver las reacciones de las personas del público, muchas veces sonrojadas al reconocer esas conductas propias detrás de la sátira”.

--¿En qué instancia de tu vida profesional te agarra este disco?

--Siento que por fin estoy logrando desarmar el estereotipo de "cantante de tango for export" que habité desde muy chica. Con esto me refiero a ese pedido externo de encarnar a una femme fatale, con la cara desdibujada por el maquillaje, un tajo profundo en la falda que destaque la forma de alguna de las piernas y una actitud volcada a seducir al público con algún sutil pero evidente gesto reo para completar el retrato típico. Encarné ese personaje durante más de diez años en las distintas casas de tango porteñas en las que trabajé desde los 17, y me viene tomando más de 6 años, primero cuestionar este modelo, ver lo lejos que mi verdad estaba de ese estereotipo y poder ir dejando aparecer mi ser intérprete, mis elecciones musicales, mi forma real de pararme en el escenario y el vínculo que quiero tener con quienes deciden escucharme.

--¿Qué papel cumple este disco en la transformación personal que marcás?

--En que lo siento un trabajo muy honesto, porque habla de mí más que nunca y a la vez contiene todo ese tránsito capitalizado en experiencia de vida. Siento que este mosaico de canciones que se combinan creando una atmósfera musical muy íntima, habla de mis gustos, búsquedas y de las músicas que me atraviesan como cantante argentina.