En las vísperas del mes de Ramadán, que este año en Argentina empieza el 23 de marzo de madrugada y termina en la tarde del 21 de abril, como musulmán, siento una mezcla de alegría, entusiasmo y nerviosismo. En mi caso personal, como amante del café, el ayuno incluiría extrañar enormemente esa infusión a la mañana o durante las reuniones de trabajo. También, como futbolero, tendría que omitir el deporte en los primeros días hasta que el cuerpo se haya adaptado al nuevo ritmo. No obstante, mi preocupación mayor es si lograré cumplir con el propósito profundo del ayuno que requerirá muchos sacrificios y un esfuerzo constante.

Ayunar durante el mes de Ramadán, que es el noveno mes del calendario islámico, es uno de los cinco pilares de la religión y es un mandamiento obligatorio para todos los musulmanes, aunque se contemplan algunas excepciones. Por ejemplo, están exentos aquellos que estén enfermos o tengan una salud delicada, las mujeres embarazadas o lactantes, niños y adolescentes que aún no alcanzaron la madurez física, mujeres durante su período menstrual o también aquellos que estén viajando. Dichas personas deben recuperar los días perdidos de ayuno con posterioridad o, como expiación, alimentar a una persona necesitada por la misma cantidad de días perdidos.

Sin embargo, Ramadán es un mes sumamente importante en la vida de cada musulmán porque durante este tiempo uno no solo se abstiene por un mes desde el amanecer hasta el atardecer de la comida, la bebida y las relaciones sexuales, sino que también se centra en el mejoramiento de su estado espiritual y moral. Por ello, dijo el profeta Muhammad (la paz sea con él):

“Dios no necesita la renuncia al alimento o bebida de la persona que no renuncia a la práctica de la mentira y a las malas acciones.”

El espíritu del Ramadán, con la realización de oraciones intensas, la recitación frecuente del Sagrado Corán y el esfuerzo vehemente contra el propio ego, proporciona a los creyentes la oportunidad de experimentar un renacimiento espiritual. El ayuno no solo requiere que un musulmán padezca hambre y sed, también requiere que la persona se aleje de todo vicio y maldad. Además, durante este mes se hace también mucho hincapié en actos de caridad y generosidad con el fin de acercarse no solamente al Creador, sino también a su creación, sin distinción de credo, ni de etnia. Por ello, el profeta del islam daba la siguiente recomendación a sus seguidores:

“El ayuno es una protección (contra los pecados). Por tanto, cuando uno de vosotros esté ayunando, que no hable de forma inapropiada, ni actúe neciamente. Si alguien disputa con vosotros u os insulta decid: estoy ayunando, ciertamente estoy ayunando.”

El ayuno no es meramente una dieta, sino que es un camino para vivir en paz. Así, transitar el mes de Ramadán significa buscar y encontrar la cima de tu vida moral y espiritual.

* Teólogo islámico y presidente de la comunidad musulmana Ahmadía en Argentina.