Tres enormes pantallas duplican en serie la realidad de la sala, del mundo. La previa del comienzo de la obra de Patricio Suárez, director, músico, performer y docente, refleja al propio público acomodándose en las butacas de un teatro que en pocos minutos se convertirá en el escenario privilegiado del ocaso de todo privilegio y comodidad. “Carne Argentina (Preludio para un cyborg de las pampas)” es, al mismo tiempo, el final y el comienzo de este y de otro universo: cuatro cuerpos buscan sortear lo precario de un pasado caído en un presente detenido en la descomposición, bajo la tiranía de una cotidianidad tecnocrática que instaló para siempre su saldo irreversible. Desechos por doquier, basura y cyberbasura como último recurso de supervivencia y cybercirujeo, masculinidades sobreexigidas en competencias pisoteadas por la pesadilla de la razón machista en una carrera contrarreloj de sobreadaptación y rendimiento frenético: un eterno vagar pixelado sobre los escombros de los escombros que el capitalismo patriarcal obsequió como único presente.

Profundamente física, cruzada por el videoarte, la plástica, la instalación que hibrida lo analógico con lo digital, el archivo documental y la performance, “Carne Argentina” atestigua escenarios posibles sobre la corrosiva domesticación corporal masculina, sobre la educación siniestra del físico y sobre el sueño monstruoso de la adaptación al modelo hegemónico, en un hábitat en el cual la digitalización de todo vínculo finalmente ha realizado su mejor tarea, el olvido y la desolación, la mitología arcaica en comunión con un futuro distópico inmediato. El proyecto cartesiano del cuerpo-máquina devenido pesadilla post-humana en todo su esplendor, en un preludio existencial de lo que todavía ni siquiera concluyó, como bien lo anuncia su título.

Cuatro corporeidades unidas y separadas mediante exacerbados cordones umbilicales: Ramiro Cortez, Mateo De Urquiza, Gastón Gatti y Javier Murphy Figueroa se mueven, corren, bailan, extreman y mutan entre otros cuerpos, materiales y objetos, ejecutando un esfuerzo sobrehumano en un escenario que se destruye y se construye en ambientaciones y territorios tan extraños y temerosos como también de espeluznante reconocimiento. Estas pampas argentinas perdidas en tiempo y espacio bajo la dirección, dramaturgia y ambientación realizada por Patricio Suárez, pasaron por diversos y experimentales procesos que su creador compartió con este suplemento: "La combinación entre la “simbiogénesis” de Margulis, el concepto de “general intellect” de Marx, más el contexto de aceleración tecnológica y acumulación de riqueza extrema que se vio durante la pandemia me trajo la imagen de miles de millones de seres conectados a través de una simbiosis casi inmaterial, produciendo valor en cada segundo de su existencia, para que lo capitalicen otros. Un inmenso laboratorio humano. A nivel conceptual, el título de la obra nombra los dos tópicos centrales que la recorren: la revisión de la educación sentimental masculina y el adiestramiento represivo de los cuerpos “viriles”, exacerbado por la violencia policial y callejera de mi adolescencia. Por otro lado, el laboratorio social en el que vivimos, que combina la fantasía de la carrera tecnológica con una precarización cada vez mayor de los modos de vida". Haraway, Brecht, Benjamin, Didi-Huberman, Lowy, Vertov, Victoria Pérez Royo y Diego Sztulwark son algunos otros nombres que sobrevuelan la obra en complicidad con su director, que atravesó un proceso creativo que comenzó en plena pandemia de forma casi clandestina junto al artista visual Lucas Pisano y también en soledad, filmándose una y otra vez, revisando las cintas y experimentando con todo tipo de materiales. De ahí surgieron cuatro ejes titulados “Simbiogénesis” (laboratorio de fusión y fisión social), “Urbanizarse vale la pena” (tecno-bios en la metrópolis neoliberal contemporánea), “Cyborg de las pampas” (cuerpo precarizado y técnica) y “Carne argentina” (apuntes sobre la educación sentimental masculina), que sintetizan con mucha potencia el resultado final que ahora se encuentra en la cartelera porteña.

Junto con la filosofía que la circunda, la performance extrema y la minuciosa comunión que cada elemento, cuerpo, sonido, proyección y tacho de luz protagoniza sobre las tablas, la obra busca proyectar un impacto corporal, visual y potente sobre la audiencia, "para que la atención del público esté puesta no tanto en el significado, sino más en la experiencia perceptiva, sensible, inmediata de lo que va ocurriendo en escena, y donde la repetición de ciertos signos conduzcan un flujo narrativo de tipo onírico", señala el padre de esta criatura, un imperdible laboratorio escénico de danzas, territorios, manifiestos y transformaciones.

Carne Argentina se puede ver todos los jueves de abril a las 21 en El Galpón de Guevara, Guevara 326.