Léctor léctoris lectóribus de mis esternocleidomastoideos:

Si bien a ese niño que llevamos dentro, yo lo llevo afuera --como suelo decir--, y casi que comanda mi diario accionar, pensar y sentir, no por ello pensaréis que la creencia en los Reyes Magos sigue vigente en mis neuronas. A decir verdad, caducó hace ya unas cuantas décadas.

Sin embargo, estos últimos días, tres hechos me llevaron a rever mi racional postura vital: primero, el fin de la ola de calor, a la que ya creía perenne; segundo, como seguramente sospecharéis, Francia. Y tercero, last but not least, cuando el fin de semana comenzaba a transformarse en lunes, y marzo estaba al borde de abril, me vengo a enterar de que el Sumo Maurífice se bajó de la carrera presidencial 2023.

Quizás fue porque tenía claro que iba a quedar detrás del último, que algunos que ni siquiera se presentaban iban a obtener más votos que él. Que si cincuenta mil palos verdes no lograron su reelección en el 2019, una cifra similar, pero saldo deudor, no lo iban a llevar al triunfo ahora. Y, la peor de todas, que en caso de que sí lo llevasen al sillón mayor, iba a ser su tarea devolverlos. Y devolver nunca fue lo suyo. Sea cual fuere el motivo de la decisión se me hace que no es una mala noticia. Casi diría que es una buena.

Quienes me conocen de cerca saben que yo andaba diciendo por ahí que hasta yo (que no soy ni quiero ser candidato a nada y estoy muy feliz siendo humorista), si me postulaba, le ganaba. Y creo que esto es cierto, y que lo único que hubiera necesitado para ganarle es prometer que al elegirme presidente a mí, no lo elegían a él. El hecho de que él haya decidido no presentarse me libera entonces de mi responsabilidad política o, al menos, me puede dar cierto prestigio imaginario: “Prometí que él no sería presidente en 2023, y lo logré”, y no sería la más grave de las soberbias que circulan por aquí.

Hace casi cuatro años, el sábado 18 de mayo de 2019, en un diálogo ficticio le pedí dos cosas al entonces ungido candidato y actual presidente: que le ganara las elecciones al Sumo Maurífice, y que no lo dejara volver en el 2023. La primera se cumplió el 27 de octubre del 2019; la segunda, hace un par de días.

En lo que a mí respecta, el presidente se podría dar por satisfecho, decir para sus adentros: “Por lo menos a Rudy le cumplí”, retirarse con gloria y desestimar su candidatura en los comicios venideros, dejando entonces en manos de otra posible candidata (perdón si excluyo a los demás géneros, pero para mí es “ella”) las tareas faltantes, a saber: distribuir mejor los ingresos, proteger la soberanía, generar algo que pudiéramos llamar justicia, tomar medidas para que la salud, la alimentación y la educación mejoren para todos los argentinos, tinas y tines; proteger el mercado interno, dar algunos pasos hacia la Patria Grande, y… ¡bueno, de postre, no sé si pedir arroz con leche o fresco y batata!

Por otra parte, celebro la dimisión del Maurífice al cargo que no iba a tener. Quizás sea la primera medida suya que celebro en toda mi vida y la suya (no, perdón, ¡cuando lo puso a Bianchi de DT en Boca me alegré! Bueno, es la segunda). Me he enterado de que gran parte de su propio espacio empresarial (si algunos lo ven como frente político, les consigo un turno con el licenciado A.) aplaude la medida. Yo creo que se quedan cortos: ¡no se conformen con aplaudirlo, imiten el ejemplo de ese varón argentino! ¡Bájense todes y reposen en la reposera como su exlíder!

Sé que no lo van a hacer, porque no les alcanza con su porción: quieren toda la torta, el plato, la velita y el dulce de leche que haya sobrado. Pero si fueran más inteligentes y no tan ególatras, se darían cuenta de que así pondrían al campo Nac and Pop en tremendo brete, ya que los/nos obligarían a tener que hacer una gigantesca sesión de terapia grupal, a ver si conseguimos que por una vez nos una el amor, y no el espanto.

Sugerimos al lector acompañar esta columna con el video “Adivina, adivinador” de Rudy-Sanz (RS+):