Sobre la mesa dos pequeñas máquinas de humo se convierten en protagonistas, en tema de disquisición, en objetos demorados allí para provocar el primer impulso del absurdo. Juan Onofri Barbato aparece entre esa bruma precaria, con un traje compuesto por billetes de dólar. Es una especie de payaso trágico porque su discurso va a estar signado por el dinero, más específicamente por la inflación, ese tema que puede llevarnos a la farsa, al realismo o a un delirio fantástico o fantasmático.

Es que Vendo humo tiene algo de juego de invocaciones. La inflación que surge como un dato del destino, como ese mal que nos persigue, como una especie de dios que muta y vuelve a lo largo de la historia, será la que marque el conflicto. Él tendrá el rol de un personaje atolondrado tratando de resistir, de huir, de mostrar esa habilidad y entrenamiento para cumplir con el objetivo que en esta obra deviene en peripecia.

Los efectos del biodrama sacuden este material armado por Onofri Barbato y Elisa Carricajo pero lo que prevalece es la voz como soporte en el marco de una conferencia performática un tanto dislocada, que se parece a la estética de un maestro de ceremonias, unida al dato situacional. El protagonista habla del espacio que estamos compartiendo con él, esa sala teatral llamada Planta Inclan que Onofri Barbato lleva adelante con su pareja, Elisa Carricajo. La construcción material de ese lugar, las condiciones económicas que funcionaron como obstrucciones, los subsidios que parecían un privilegio pero que resultaban insuficientes, se convierten en parte de la trama. A lo largo del espectáculo sabemos lo que implica estar allí, somos conscientes del esfuerzo pero este relato no surge desde el lamento. La noción de show nunca se pierde y la secuencia dramática se estructura en un juego doméstico y también instrumental ¿Qué es lo que está detrás de todo proyecto artístico? ¿Cuánto cuesta, tanto a nivel de cantidad de billetes (esos papeles que pierden valor en nuestro país de una manera inusitada y que nos convierten siempre en sobrevivientes) y cuánto implica concretar un proyecto artístico al mismo tiempo que se decide formar una familia y asumir con plenitud y responsabilidad ese deseo?

Vendo humo no deja de ser una obra que se narra desde lo visual aunque el discurso parece comerse buena parte de la ilusión de este proyecto. Los momentos en los que Onofri Barbato baila suspendido en esa niebla mágica y lleva adelante esos malabares bellos donde parece encerrar el humo en una bolsa y después soltarlo, son secuencias sutiles donde el espacio y la atmósfera, combinan algo similar al ensueño y la fatalidad. Como si estuviéramos en un lugar inhóspito en plena noche, absorbidxs por esa maraña blanca o como si las cosas alrededor fueran desechos, elementos del ambiente que nos agobian y que debemos usar para recrear un imposible.

Si la voz es un procedimiento crucial, ese momento donde se escucha una grabación de Elisa Carricajo, que comparte junto con Onofri Barbato la dirección y la autoría de esta obra, surge como una figura que cuestiona el discurso del protagonista al cambiar el punto de vista de la narración. Cuando Juan confiesa que eligió quedarse para el nacimiento de su hija, en lugar de cumplir con un compromiso como bailarín en Europa, la palabra de Elisa instala un dato crucial: ella no podía elegir porque su cuerpo estaba tomado por esa hija a punto de nacer. 

Esta escena dialoga con una grabación de la infancia de Juan (en la época de la hiperinflación alfonsinista) cuando su padre se fue a trabajar como titiritero a Estocolmo y decidió radicarse en esa ciudad. En su casa del sur, su madre rodeada de amigxs y de su nueva pareja le brindaban un discurso cálido a pesar de la desolación de esos días. Juan hace el camino inverso de su padre, él se queda con su familia pero esta situación no es mostrada como un aprendizaje, ni tampoco como un logro generacional. Lo interesante de Vendo humo es justamente ese montaje de escenas donde las similitudes instalan una noción de tiempo signada por la economía, por el lugar a edificar (se trate de una casa o un teatro) y por ese punto de vista que es el que marca el recuerdo, la asociación, la posibilidad de convivir en un espacio escénico.

Vendo humo se presenta los sábados a las 21 en Planta Inclán