Promedia la década de 1960 cuando al joven protagonista de Los Fabelman, la última película de Steven Spielberg, le regalan una cámara Súper 8. Ya nada vuelve a ser como antes: con ese aparato pequeño, que puede empuñar y accionar sin grandes complejidades, descubre la capacidad de crear sus propios relatos, a la vez que las mil posibilidades visuales que surgen de manipular el fílmico. Una revelación similar a la que, a miles de kilómetros y ya sin mediación de la ficción, tuvieron los realizadores argentinos ante la llegada de una tecnología que terminaría inaugurando su propia corriente artística: el cine en Súper 8. De narrar qué ocurrió desde aquellas experiencias bautismales a fines de los ’60 hasta un presente digital en el que, sin embargo, el registro analógico mantiene su vigencia, se ocupa Paulo Pécora en el libro Súper 8 argentino contemporáneo. La investigación del realizador y periodista tendrá una presentación el martes 11 a las 18.30 en la sala Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional (Agüero 2502), acompañada por la proyección de varios cortos de Narcisa Hirsch.

“Narcisa formó parte de un grupo que funcionaba en el Instituto Goethe durante los '60 y '70, y podría ser considerada una de las pioneras junto a Claudio Caldini, Horacio Balderregio, Mario Piazza, María Luoise Alemann y Jorge Honick. Es una artista fundante que llegó desde la fotografía, el stencil, los happenings, la poesía... No venía del cine, pero terminó volcándose a eso por la facilidad que le daba el Súper 8”, justifica Pécora. “Ella se nutrió mucho del cine experimental, y fue y sigue siendo una referente indiscutible del formato. No por nada muchos acuden a ella solo para charlar e intercambiar opiniones. Es muy generosa: abrió su conocimiento, su taller y sus películas a todo el mundo. A pesar de sus 95 años, sigue siendo creativa. La proyección quiere ser de algún modo un homenaje y agradecimiento a ella”.

El de Hirsch es uno de los tantos apellidos que se repiten en la parte inicial del libro editado por la Universidad de Cine, en la que Pécora propone un pormenorizado recorrido histórico que llega hasta la actualidad y en el que enumera centenares de trabajos filmados a lo largo de sesenta años. La segunda parte propone más de veinte entrevistas con los principales referentes de este formato “de paso reducido”, como lo define el periodista. “Eso refiere a su tamaño pequeño, ya que el paso standard suele ser el de 35 milímetros. Se le llama 'Súper' porque los fabricantes achicaron las perforaciones y las pusieron en otros lugares del fílmico para ampliar la superficie de la película que se podía exponer. No es una disciplina ni un lenguaje en sí mismo, pero generó formas novedosas de hacer cine por sus facilidades técnicas. Permitió a muchos cineastas, pero también a muchas personas que llegaron al cine desde otros lugares, plasmar inquietudes artísticas que no hubieran podido con un formato mucho más caro”, explica.

En la presentación se verán cortos de Narcisa Hirsch.

-El Súper 8 tiene, además, la posibilidad de "intervenir su propia materia", como escribió Gustavo Galuppo Alives en el prólogo.

-Efectivamente. Si bien la intervención directa sobre los rollos viene desde antes, es una de las posibilidades que muchos empezaron a explorar. Lo que hizo el Súper 8 fue democratizar el cine. Con esa invención técnica las empresas vieron la posibilidad de ampliar su alcance comercial, porque las cámaras podían llegar a mucha más gente y eran muy fáciles de usar: si una persona cualquiera quería registrar a su familia, algún viaje o un cumpleaños, con el Súper 8 podía hacerlo sin ningún problema ni necesidad de conocimiento previo. Abrió posibilidades relacionadas con el trabajo material directo sobre la película, pero también otras creativas que quizás con otras cámaras era mucho más complicado. Ese abanico va desde el registro en sí hasta el revelado, pasando por el montaje y hasta la proyección, ya que podés jugar con varios proyectores a la vez, hacer loops…

-En el libro se lee que el Súper 8 “transita una zona lateral, en los márgenes del cine industrial y comercial, sin recibir todavía demasiada atención del periodismo ni la crítica”. ¿Por qué se da esa situación?

-Supongo que por varios factores. Primero, porque es un cine muy alternativo y marginal que nunca tuvo los canales de difusión masiva del cine más comercial. Después, creo que la evolución del periodismo hizo que haya cada vez menos espacio para cosas más llamativas. El Súper 8 nunca recibió mucha atención, sobre todo las zonas más experimentales. En su momento se formaron muchas asociaciones en la Argentina y hasta festivales específicos, como el de Cipolletti o Uncipar en Villa Gesell. Pero siempre a escala reducida, muy endogámica. Salvo algunas revistas de la época que le daban un espacio mínimo, nunca recibió la atención que algunos trabajos merecen, sobre todo aquellos experimentales con valores estéticos, formales y cinematográficos que trascendieron a la Argentina. Hay cineastas reconocidos en festivales internacionales, como Pablo Marín, Pablo Mazzolo, Claudio Caldini o Ernesto Baca, que acá tienen un espacio muy acotado.

-Ese escenario se relaciona con tres palabras que se repiten a lo largo de toda la investigación: autónomo, autogestivo y amateur.

-Es que el formato en sí implica ciertas cosas. Autónomo, porque las facilidades de una cámara pensada para el uso familiar dan una autonomía total. Uno de los entrevistados dice que vos podés salir con la cámara al mundo y hacer una película sólo con eso, sin necesitar nada más. Lo de autogestivo tiene que ver con el modelo de estas experiencias: no hay productores que se interesen en financiar este tipo de proyectos, lo que hace que sean producciones gestionadas por gente que invierte su plata movida por la pasión, la necesidad o el deseo de investigar. Al no haber mercados para vender esas películas, es una práctica generalmente amateur, sin fines de lucro.

-En el recorrido cronológico definís tres etapas: la primera, que va desde fines de los ’60 hasta mediados de los ’80, a la que le sigue un retroceso que se revierte a fines de los '90. ¿Cuáles son las características de cada una?

-El Súper 8 se inventó en 1965 y acá debe haber llegado ese año o al siguiente. La primera etapa se extiende hasta la irrupción del VHS, una tecnología que superaba al Súper 8 en términos de facilidad de uso y de disposición inmediata del material: vos podías ver al instante lo que estabas grabando, no había necesidad de esperar un revelado. Todas esas ventajas hicieron que muchos directores se pasaran al VHS, lo que a su vez generó una caída en las ventas de cintas, menos importaciones y que algunos laboratorios dejaran de revelar. Quienes trabajaban con Súper 8 tenían que conseguir los materiales en el exterior. Se siguió filmado, pero cada vez menos. En 1997 apareció el laboratorio Arcoíris, que empezó a importar y revelar películas, lo que hizo se retomara la actividad.