Al acercarse por la calle Jovellanos al 1300 en Barracas –donde aún arde el depósito de documentos Iron Mountain por segunda vez en 9 años-- huele a goma quemada. Las cintas de plástico de la policía cortan la calle y un peluquero a una cuadra cuenta que “ayer lunes, a las dos menos diez de la tarde, vi de golpe una columna de humo muy alta saliendo del galpón aquel; me di cuenta que la historia se repetía”.

El Comisario de Bomberos Osvaldo Dominici es el jefe a cargo, a media tarde del martes, dando indicaciones a la dueña de un salón de fiestas, en diagonal a la media manzana que fue el depósito arrasado ya completo: un cuarto se quemó en 2014 –hoy un mero playón sin techo-- y tres cuartos en este segundo incendio, mucho peor que el anterior. El amable comisario explica que “la grieta en la pared de la esquina con la calle Azara está cada vez peor; en cualquier momento se viene abajo también; si tenés evento esta semana, ya suspendelo”.

"No puedo meter a los bomberos ahi".

La memoria del 2014 cuando murieron ocho bomberos y dos miembros de Defensa Civil aún está candente. Y Dominici cuida a su gente a cargo: “no puedo meter a los bomberos ahí; puse dos monitores echando agua desde afuera, ahí adentro se cayeron todos los estantes y después el techo de chapa y las vigas; por abajo está todo prendido; no puedo entrar porque hay peligro de derrumbe; si empiezo a mover las estanterías, se me vienen encima; el agua entra superficialmente, pero el fuego está abajo; tendríamos que hacer un pasamanos y sacar todo, pero ahora hacemos como los yankees, que ya no entran más a los edificios, salvo si hay gente atrapada; y apagamos desde afuera para evitar la tragedia. Mi papá estuvo acá hace 9 años como bombero y fue testigo de lo que pasó. Vamos a estar una semana más acá, hasta terminar de apagar todo. Si esa pared de Azara y Quinquela Martín no se cae, habrá que tirarla. La anterior no avisó antes de caerse y ya estábamos todos acá. De Iron Mountain no queda nada de nada; eran cuatro naves y esta vez se quemaron tres, y la cuarta se derrumbó la vez pasada”.

Otra vez el derrumbe

En esta ocasión no hubo heridos –no había nadie dentro trabajando-- aunque un paredón de 10 metros de alto y 60 metros de largo, se derrumbó hacia la calle Quinquela Martín, cubriendo con montañas de ladrillos rojos la vereda y casi todo el ancho del adoquinado, a lo largo de casi toda la cuadra. Un auto negro quedó aplastado y una Combi blanca que perdió el techo, está como si la hubiesen llenado completamente de ladrillos, tanto su depósito y como el sector de asientos. Desde una grúa como las que arreglan cables de luz, una pareja de bomberos arroja otro chorro de agua desde la altura a los escombros humeantes.

Tras la abertura de la pared caída, se ve un amasijo de hierros retorcidos por el calor y el techo semiderrumbado. La impresión es que al edificio le hubiesen arrojado dos bombas: una que lo hizo implosionar y otra que lo explotó desde adentro, hacia afuera, haciendo volar ladrillos. Pero es el efecto normal del fuego. El comisario Dominici no tiene elementos para pensar que haya sido intencional: “eso lo están estudiando los peritos que acaban de llegar”.

Las dudas de siempre

Alrededor del gran galpón hay casas, fábricas y depósitos como uno de Telefónica, donde los empleados aún están alertas, en la vereda, convencidos de que el incendio fue intencional: “yo vi como se prendió fuego de golpe el techo a todo lo ancho, unas llamas altísimas pero también muy anchas; eso tiene que haber sido a propósito; las empresas tienen que guardar todos los papeles bancarios por 10 años y por eso los traen acá; para mí hay muchas que tienen cosas que ocultar”.