El geógrafo inglés David Harvey, uno de los más populares cientistas sociales marxistas vivos, se hizo famoso a raíz de una aportación crítica a dicha escuela, cuyas consecuencias se verifican día a día, lo cual acrecienta aún más su fama.

El aporte al que se hace referencia es, en realidad, un cambio en el concepto de acumulación originaria. Para Marx, quien no pudo prever esta modificación por vivir en el siglo XIX, el origen del capitalismo se da por la acumulación de recursos expropiados o saqueados que van a parar a manos del capitalismo, a partir de los cuales se fundan los cimientos de la verdadera explotación capitalista, esto es la extracción de la plusvalía, su circulación entre las clases propietarias y su acumulación en manos del capital. El autor de El Capital le da a este concepto el carácter de fundacional, a partir del cual pierde su rol preponderante en la acumulación capitalista.

Harvey rompe con la secuencia temporal clásica, postulando que la exacción y el saqueo de recursos sigue un camino paralelo de acumulación similar al formulado en la tradición marxista y de importancia creciente a medida que el capitalismo necesita revalorizar o esterilizar capital sobrante que no puede reproducirse por el camino tradicional, fenómeno que se agudizó con la extensión del neoliberalismo a lo largo del globo.

Desposesión

El saqueo, la expropiación y la expoliación como actividades que contribuyen a la reproducción de capitales dejó de ser originaria, por lo que el geógrafo inglés llamó a este nuevo concepto acumulación por desposesión

A las clásicas formulaciones de autores como Lenín y Rosa Luxemburgo respecto de las estrategias de colonización como formas de valorización de capital sobrante, Harvey le agrega la financiarización de la economía, cuyo mayor despliegue se dio en la década del '70, la especulación inmobiliaria, la privatización de espacios públicos y el reordenamiento urbano en general. 

A ello habría que agregar, a 20 años de formulación del concepto, la explotación ilegal o semilegal de recursos naturales, la creación de plazas offshore y fundamentalmente, la extracción de datos personales para la formulación de políticas comerciales por parte del llamado grupo GAFA.

La preponderancia cada vez mayor de la acumulación por desposesión presenta un importante problema que enfrentan los estados nacionales, aun los más poderosos, dada la dificultad para regular las actividades, establecer un sistema de bienes públicos con los cuales poder negociar y cobrar impuestos y determinar las externalidades negativas en términos sociales y ambientales.

Las prácticas depredadoras no necesitan la cantidad de educación pública, salud, rutas ni mucho menos regulaciones ambientales que los estados nacionales proporcionan. Ni que hablar de cómo afecta las relaciones y mecanismos de coordinación entre los estados.

También el auge de las actividades expropiatorias señaladas afecta a las formas tradicionales de explotación basadas en la producción de bienes útiles dado que encarece el precio de la tierra y los créditos financieros, además de proporcionar inestabilidad a los mercados, lo que dificulta expandir la reproducción ampliada por medio de los circuitos productivos.

El capital financiero, como alianza entre el capital dinero y el capital industrial, que Hilferding describía a principios de siglo XX, a la que se le sumó la burocracia estatal en la segunda posguerra, mutó a finales de los '60 hacia una autonomización del capital dinero, que, en forma de flujos especulativos, fue el vehículo a través del cual se fueron canalizando los capitales sobrantes hacia las otras actividades de desposesión descriptas.

Disputa hegemónica

Si para un estado nacional más o menos consolidado en materia de regulación del conflicto social esto fue un problema, lo fue mucho más para el caso argentino, sumergido como está, desde hace 50 años, en plena disputa hegemónica entre un bloque social que, para decirlo genéricamente, representa los intereses del capital concentrado y el otro que representa los intereses del resto de la sociedad cuyo liderazgo visible son las representaciones institucionales de los sectores subalternos, esencialmente los sindicatos, los movimientos sociales, las organizaciones de la economía solidaria y las que representan a las pequeñas y medianas empresas.

A lo largo de este medio siglo, dicho conflicto no se mantuvo igual. Con un comienzo reconocible en la perpetración del genocidio argentino como un intento de desempate hegemónico por parte del primero de los mencionados, hasta hoy, el giro de la economía capitalista hacia las actividades de acumulación por desposesión tuvo una incidencia sumamente importante en el desarrollo de la disputa hegemónica. 

Mucho se ha escrito, acertadamente, sobre el papel del endeudamiento externo, una clásica estrategia de valorización de capitales sobrantes, en el ejercicio de disciplinamiento de parte de los sectores dominantes como uno de los vectores principales en la confrontación con el bloque popular.

Pero así como el bloque popular incorporó a los movimientos sociales luego de la crisis del 2001, modificando su fisonomía, su composición social y su estrategia política, el bloque del capital concentrado fue también cambiando su integración y los ejes productivos, desde las actividades de valorización tradicionales a la acumulación predatoria, sobre todo en el área de las finanzas y de la explotación de recursos naturales no renovables y de bienes públicos y de la especulación inmobiliaria, a tono, dicho sea de paso, con la mayor parte de las burguesías latinoamericanas. 

Pero ninguno de los países vecinos tiene en su estructura social la particularidad argentina, esto es, sectores sociales subordinados con capacidad de intervención sobre el Estado y de formulación de políticas públicas. Da ahí que los conflictos políticos en esos países suelen procesarse entre las elites dominantes con periódicos estallidos inorgánicos de violencia popular, que, en algunos casos, cristalizan en intentos de nuevos modelos como el caso de Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, o más cerca en el tiempo, Gabriel Boric en Chile, Pedro Castillo en Perú o Gustavo Petro en Colombia, coaliciones que, con las diferencias particulares de cada caso, enfrentan presiones desatadas con recursos institucionales muy limitados.

Capitalismo local

La particularidad argentina se expresa también en una red de actividades productivas capitalistas tradicionales, sobre todo de carácter manufacturero, promovidas por el Estado cuyo peso relativo es mucho mayor que en las economías vecinas y que funge de base de sustentación material tanto del bloque popular como de parte del bloque que representa a los sectores concentrados que no pueden ser dominantes y no quieren el disciplinamiento que implica la presencia de un Estado hegemónico.

Precisamente, la dualidad de fuentes de acumulación que tiene el bloque concentrado es una de las causas determinantes de los sucesivos fracasos que enfrenta al tener que pasar de la categoría de dominante a hegemónico, dado que el grado de antagonismo objetivo entre sus fracciones impide la formulación de una propuesta política que trascienda sus intereses sectoriales, condición sine qua non de cualquier intento de gobernabilidad estatal por parte de este conjunto social. 

Pruebas al canto, la puja tarifaria que perjudica a las actividades productivas aún de los sectores concentrados o la causa trucha de los cuadernos, cuyo objetivo principal era arrebatar parte de los capitales productivos de los sectores concentrados.

Por eso es que la presencia de la acumulación predatoria en el capitalismo local, paradójicamente, representa una oportunidad para constituir un proceso de construcción de hegemonía reconfigurando el bloque popular, de modo de incorporar a esta fracción del bloque dominante, la productiva, una estrategia hasta ahora impensada pero que dado el grado de conflictividad descripta debería ser un ítem a considerar.

Antecedentes no faltan, basta con fijarse la estrategia del partido de los Trabajadores de Lula para ganar las elecciones en Brasil, país que durante el bolsonarismo pasó del lugar 8 al 14 en el ranking de las economías mundiales y que se convirtió de exportador de productos industriales a vendedor de mercaderías agrarias, en un retroceso que provocó hambre y desigualdad social al interior de un país ya de por sí injusto.

* Economista