En los últimos meses tomaron notoriedad los términos rewilding, reintroducción, introducción, liberación. Casos como los del tapir liberado y luego cazado en Tucumán, los guanacos introducidos en La Pampa o los yaguaretés de Iberá son noticias frecuentes en diferentes medios. Esta situación generó que hace poco más de una semana se publicara en una revista científica un artículo liderado por María de las Mercedes Guerisoli, en donde junto a casi 100 especialistas, reflexionamos sobre el “rewilding” en nuestro país (Guerisoli et al. 2023). 

El término “rewilding” designa una herramienta compleja y con múltiples aspectos que en nuestro país se aplica casi exclusivamente a la reintroducción o introducción de animales criados en cautiverio a ambientes silvestres. Esta concepción simplificada en realidad conlleva connotaciones técnicas muy claras y precisas. A pesar de esta simplificación y comprensión parcial la palabra “rewilding” se ha vuelto familiar y presente en ámbitos sociales, económicos y hasta políticos de la Argentina. Tampoco es casual que este tipo de iniciativas se enfoque en especies carismáticas saturando de imágenes las redes y medios, incluso sosteniéndose en imágenes emotivas y romantizadas. Pero ¿A qué nos referimos exactamente cuando hablamos de reasilvestrar un sitio, un ecosistema, o una región? ¿Por qué genera una importante reflexión por parte de los científicos en la Argentina?

El reasilvestramiento como una estrategia aplicada en la conservación de la naturaleza pone el foco en la restauración de ecosistemas basándose en el conocimiento científico, tomando en algunos casos la reintroducción de especies claves como elemento fundamental. Actualmente, una definición general del término reasilvestramiento implica que es un proceso de reconstrucción, después de una gran perturbación humana, de un ecosistema natural mediante la restauración de los procesos naturales y la red trófica completa, o casi completa, en todos sus niveles, y como un ecosistema resistente y autosuficiente (i.e., manejo mínimo o nulo) con la biota que habría estado presente si la perturbación no hubiera ocurrido. Como vemos, el proceso requiere de una serie de condiciones necesarias y jerárquicas para que funcione. 

Estos puntos merecen un grado de análisis particular uno por uno. Empecemos con la idea de la reconstrucción del ecosistema “original”, acá es clave el punto que tomemos de referencia. No es lo mismo hablar de ecosistemas de referencia de hace 10, 50, 100 o 500 años. Las características globales y hasta climáticas cambiaron, ¿Hasta qué punto es posible “recrear” las condiciones de esos momentos históricos? Entonces el término “original” en realidad se debería referir a el número mínimo de componentes de la biodiversidad que nos permitan un funcionamiento adecuado del ecosistema. Entendiendo por adecuado aquel que contenga la mayor diversidad de interacciones y procesos ecosistémicos.

Podríamos simplificar este análisis, lo que nos lleva al segundo aspecto a considerar, y tomar como punto de referencia aquel previo a grandes transformaciones humanas. Esa es una tarea gigantesca en términos generales; los humanos tenemos la capacidad de generar grandes cambios ambientales, lo que lleva el reloj de inicia a mucho tiempo atrás. En las Américas se suele tomar como punto de inflexión un punto ubicado hace más o menos 500 años, antes de la llegada de los españoles, pero ¿Acaso el imperio Inca no generó grandes alteraciones de hábitats? O sea, nos retrotraemos unos 1000 años al siglo XII, y podemos ir aún más atrás. Existen evidencias de que los grandes cambios ambientales generados por los primeros humanos en América llevaron a la extinción de la megafauna, y estamos hablando de entre 30.000 y 15.000 años según diversos autores. Entonces la decisión de cuál es el punto de referencia no deja de ser subjetivo e incluso político. Requiere una profunda discusión y un enorme consenso con la sociedad, su identidad y su cultura.

Ahora consideremos que estamos todos de acuerdo y que definimos un punto de referencia de 100 años. Necesitamos contestar los siguientes puntos; primero reconstruir un ecosistema natural con procesos naturales y redes de interacciones completas, o casi completas. Este es quizás uno de los puntos más simples, requiere el estudio de los sistemas ecológicos, pero sabemos que el financiamiento de este tipo de investigaciones no es prioridad, incluso para los organismos científicos y universidades. En parte se debe a que es necesaria la inversión de mucho tiempo (existe muy poca información de muchos ecosistemas nativos) y que los investigadores poseen pocos incentivos para este tipo de trabajo. Políticas públicas dirigidas a entender el funcionamiento del ambiente antes de su uso deberían ser prioritarias, pero eso es otra historia.

Finalmente, y no por eso de menor importancia, deberíamos generar un escenario donde exista un ecosistema resistente y autosuficiente (i.e., manejo mínimo o nulo). Es de suponer que cumplidos los pasos anteriores esto es casi una consecuencia, pero en ambientes constantemente presionados por los mismos problemas que llevaron a la extinción de muchas poblaciones de animales y plantas esto es casi utópico. La solución más simple es introducir individuos en avientes que aún mantienen estas funciones, ambientes bien conservados y funcionales (p. ej. el Parque Nacional El Impenetrable en el Chaco), pero ¿No sería contradictorio? ¿La idea no es recuperar ambientes deteriorados? Volvemos a la subjetividad.

Entonces no hacemos nada, cancelamos el reasilvestramiento y olvidamos el “rewilding”. No, como toda herramienta debemos entenderla y aplicarla de forma correcta. Por suerte existen una serie de lineamientos consensuados por la comunidad científica global, y desarrollados como un protocolo para llevar adelante un proceso adecuado de reasilvestramiento. Entre los puntos a tener en cuenta están: i) Deben existir objetivos claros de conservación; ii) debe hacerse un monitoreo extensivo en todas y cada una de las etapas; iii) cada paso debe estar documentado y sus objetivos deben ser públicos y disponibles; iv) debe analizarse el conocimiento biológico de la especie incluyendo sus necesidades bióticas, abióticas y sus interacciones interespecíficas; v) tiene que evaluarse la calidad del hábitat, teniendo en cuenta que los rangos de distribución nativa pueden ya no ser adecuados luego de un período de producida la extinción; vi) se debe prestar particular atención a las características genéticas, morfológicas, fisiológicas y comportamentales de los individuos introducidos; vii) debe garantizarse el bienestar animal en todo momento; viii) tiene que examinarse la posibilidad de introducción de enfermedades, parásitos y/o patógenos y tomar medidas para evitarlas; ix) debe reconocerse que las comunidades humanas en las áreas de translocación tendrán legítimo interés en la situación; x) deben cumplimentarse los marcos regulatorios y legales provinciales, nacionales e internacionales; xi) tiene que realizarse una evaluación de los riesgos, aceptando que la translocación puede no tener éxito o generar efectos negativos (mayores mientras más tiempo exista desde la extinción y los cambios ecológicos ocurridos en ese período); y finalmente xii) debe entenderse que la ausencia de datos no indica ausencia de riesgos.

Como vemos, el proceso es complejo y requiere de una fuerte participación interdisciplinaria, y en consecuencia, de costos. Deben existir objetivos claros y consensuados, y no hablo solo de objetivos de conservación de biodiversidad, sino también de objetivos políticos y sociales. Es importante entender que no es la única herramienta de conservación de la biodiversidad, es más frecuente el escenario donde existen grandes extensiones de hábitat en buen estado de conservación donde no hace falta el reasilvestramiento, pero sí políticas adecuadas de conservación. Entender que la inversión en conservación no es un gasto, la provisión de bienes y servicios ambientales son una gran fuente de ingresos para la sociedad. En definitiva, entender que existe un abanico de herramientas de conservación y que el reasilvestramiento es una más, incluso es casi la última opción en situaciones muy específicas.

La conservación de la biodiversidad es prioritaria, debe ser prioritaria, nuestra supervivencia depende de nuestras acciones directas sobre el planeta y en ese desafío todas las herramientas son útiles. Cierro con una frase muy apropiada de un gran naturalista, divulgador y conservacionista, Félix Rodríguez de la Fuente (Poza de la Sal, Burgos, 14 de marzo de 1928 - Shaktoolik, Alaska, 14 de marzo de 1980): "La Catedral de León o las Pirámides de Egipto las podemos destruir cuando queramos, todo es cuestión de dinamita y reconstruirlas, cuestión de tiempo; pero cuando desaparece una sola especie animal, la hemos perdido para siempre, porque crear sólo Dios puede hacerlo".