En busca de las auroras. Así podría llamarse el viaje que inició Adriana Lestido hacia el Círculo Polar Ártico entre enero de 2019 y mayo de 2020. Un viaje de aventura y expectativa. Un viaje de tránsito, del Sur al Norte, de la fotografía al cine, de la belleza al significado. Errante es su primera película como directora y representa todos esos pasajes: un viaje personal hacia un territorio lejano donde se vislumbran las auroras; el reconocimiento del movimiento como impulso secreto de la imagen; la soledad como camino hacia la trascendencia. Pero Errante es también el reencuentro con el cine de aquellos tiempos de formación en la Escuela de Cine y Técnicas Audiovisuales de Avellaneda, de aquel germen que derivó en la excelencia en el fotoperiodismo, las muestras internacionales y las colecciones exhibidas en los museos del mundo, y que ahora se expresa en el registro documental de las islas Svalbard, Islandia y el norte de Noruega. Adriana Lestido regresa al origen de todo, de aquel mundo conocido e inhóspito y también de su propia vocación.

“Hacía tiempo que quería ver y registrar las auroras”, revela la directora. “Pensé que quizás las vería cuando viajé en el 2012 a la Antártida, pero allí fui en verano y las auroras se ven solamente en la noche polar, con el cielo oscuro, sin nubes ni luna. Entonces me compré una cámara de video y empecé a hacer pequeños cortos. En diciembre del 2018 me invitaron a Berlín para llevar la muestra de la Antártida, era pleno invierno y el momento ideal para viajar al Círculo Polar y registrar las auroras. Más allá de su mágica belleza, las auroras son, según el diccionario de los símbolos, la biblia y otros referentes, la manifestación del más allá, una metáfora de la victoria de la luz sobre el mundo de las tinieblas. Me atraían no sólo por su belleza sino por el sentido que se les suele dar. Ya su sola explicación física es bella y enigmática: son fragmentos de energía solar que quedan atrapados en el campo magnético de la Tierra, por el imán de los polos, y se transforman en luz. De alguna forma, las auroras expresan el poder que tiene el campo magnético de la Tierra. Por eso quizás siempre se las ha asociado con mensajes que vienen de otros planos, de otros mundos”.

El viaje fue apenas el comienzo. Una cámara, un pasaje a Tromso, en Noruega, una cabaña solitaria en las afueras del pueblo, la escasa luz azulada del invierno, la cercanía del centro magnético de la Tierra. El deseo de vislumbrar las auroras se transformó en el registro de una experiencia personal, con la cámara como instrumento, como punto de mirada, atesorando los sonidos, los haces de luz esquivos, el tiempo allí latente. “Nunca había tenido tan vívida la sensación de fusión, de acercamiento a la inmensidad del origen. No por nada el antiguo chamanismo surgió en la noche de Siberia. Y así en esos días decidí que quería estar en las cuatro estaciones alrededor del Círculo Polar Ártico, llegar a mis propios confines desde la vivencia que tuviera en los confines de la Tierra”. Errante se propone como una serie de meditaciones visuales, puntos fijos sobre un territorio que cambia, ante nuestra mirada, y se transforma. Testimonio de lo efímero, del cantar de los pájaros, el hielo que se desprende, un muelle que cruje ante la corriente; destellos de lo eterno, la imponencia de las rocas, el cielo estrellado, la bruma ascendente.

RETRATO DE ADRIANA LESTIDO POR FREDDY HEER

LAS CUATRO ESTACIONES

La estructura de Errante es circular. Comienza con un breve prólogo en la primavera para luego recorrer el esplendor del verano, el crepúsculo del otoño, la oscuridad del invierno y el renacer de una nueva primavera. Las estaciones organizan el relato a modo de contrastes, pequeños contrapuntos que despliegan la variedad climática y paisajística: el mar, las montañas, la pradera, la costa rocosa, la penumbra, el suelo efervescente, el hielo que se resquebraja. “Me interesaba conectar con la energía de cada estación como símbolo del ciclo vital. De la primavera y el otoño al blanco del invierno, a la muerte en sentido figurado, para vivir la transmutación que es la base de toda vida, la regla de todo hombre. El renacimiento con la primavera expresa la vuelta a la vida para seguir el ciclo una vez más. Como un movimiento que no se clausura sino que se renueva constantemente. Una forma de transformación, de redención. De dar un salto. Un acto humano que condicionará mi vida”.

Como artífice de breves descansos en el camino, la escritura que asoma en Errante nos obliga a detenernos. Poemas, fragmentos de prosa y letras de canciones anticipan las imágenes, las comentan, o apenas ofrecen una cálida compañía. La primera cita del escritor húngaro Frigyes Karinthy evoca la primera persona, la iniciativa personal en esa travesía compartida. “En la noche fría y oscura parto hacia el Norte. Los versos de un poema de mi adolescencia acuden tropezando a mi mente. Un poema que expresaba la sombría sospecha de que el mundo entero era atraído hacia el Norte, a la nieve y el hielo, hacia donde señalan todas las brújulas”. El texto se presenta como un hilo conductor que ofrece algo más que una pista narrativa o un respiro en el contacto con la naturaleza, es una ardiente señal del presente de Lestido, tanto del momento en el que registró el material como de su posterior transformación en película. Un tiempo que también se atesora, el del instante de la hechura del documental, el manifiesto de su propia creación. “Las citas pertenecen a lo que estaba leyendo cuando hice la película. Siempre estoy atenta a lo que se presenta cuando estoy trabajando. Creo en la importancia de lo que surge cuando se está inmerso en un proceso creativo. Ya sea por asociación, por accidente o por azar. La idea previa y la energía creativa en acción es la base, la raíz para lo que pueda surgir”.

MEDITACIONES DOCUMENTALES

El tránsito de la fotografía al cine no es solo de la quietud al movimiento sino también el pasaje de documentar un estado a atesorar el tiempo. Ese germen ya existía en las series fotográficas de Adriana Lestido, en sus trabajos sobre lo inhóspito y extremo de la Tierra recogido en su experiencia antártica. “La serie de fotografías que hice en la Antártida las sentí como un pasaje de la fotografía hacia otros medios, de hecho junto con el libro de fotos Antártida negra publiqué un diario de viaje. Había llegado a un límite con la fotografía y empecé a sentir cada vez más fuerte la necesidad de volver a mi amor original: el cine”.

Ese regreso suponía también lidiar con el abismo del rodaje -extendido a lo largo de más de un año y medio-, las condiciones austeras del registro visual y sonoro en soledad -sin equipo de apoyo-, las complejas decisiones de montaje -aprendido de manera artesanal-, el camino de sacar la experiencia del interior de la cámara a la exhibición pública que supone la pantalla.

“Para el registro del material fue vital mi presencia en cada situación, entregada a lo que sucedía frente a mis ojos. Fundiéndome con lo que miraba. Cuando la energía de aquel que mira es sostenida, intensa, siempre suceden cosas. Se devela lo que uno está buscando, lo que late y puja en el inconsciente. Siempre me interesó abrirme y entregarme fuera del libreto, estar abierta a lo inesperado. Crear el vacío para que lo inesperado se manifieste, hacerle espacio. Mientras filmaba el agua, la luz llegó e inundó el plano por completo. Surgió algo hermoso e inesperado”. El instante de la incidencia de la luz es el que más se asemeja a la magia en la película, una clara conciencia de lo imprevisto. Pero Errante está poblada de esos hallazgos. Un pájaro que cruza a vuelo rasante, una oveja que mira fijo a la cámara, una nube que forma una sombra exótica en el cielo. Aquella danza de lo sorprendente que luego fue encontrando su ritmo, un orden interior, una cadencia que modela la experiencia.

El trabajo de Lestido con Elizabeth Wendling, su montajista, fue también un aprendizaje, encontrar la forma adecuada más allá de la circularidad de las estaciones, del respiro que ofrecían los textos escritos, del ritmo visual germinado en las series fotográficas. Un documental que escapa a las convenciones de la voz en off, de la entrevista tradicional, de cualquier forma de recreación con ecos ficcionales. Una travesía en crudo, ardiente y apasionada, entre aquellos helados paisajes como la caja de resonancia de una búsqueda interior. “Comenzamos a trabajar el montaje durante la pandemia, Elizabeth Wendling trabajó conmigo todo el material y me dio las herramientas para que yo pudiera seguir sola. Nos pusimos al servicio de las imágenes, tratamos de que fueran los mismos planos los que nos guiaran y ayudaran a encontrar el tono. Contemplar las cosas desde un determinado punto de vista interior hace posible que la imagen cobre vida. El montaje tenía que encadenar los planos de tal forma que permitiera al espectador vivir la experiencia, una y otra vez”.

VIDA SILVESTRE, VIDA HUMANA

Desde siempre el cine ha buscado condensar en las imágenes las tensiones entre el mundo humano y el natural. A veces su convivencia armónica, a menudo sus pulsiones encontradas, definidas por la violencia y el conflicto. En El carnicero, una de las películas emblemáticas del cine de Claude Chabrol, las primeras imágenes definen esa compleja alquimia entre paisaje y obra humana. En una amplia panorámica sobre el valle de Trémolat, el entorno revela un ideal, aquel en el que civilización y naturaleza parecen fusionarse: un puente sobre un río tranquilo, un puñado de casas armónicamente distribuidas, el sonido del campanario que parece imponer el “orden” en el caos de la naturaleza. Pero nada es lo que parece. La tranquilidad de esa vecindad se verá interrumpida por un brutal asesinato. La violencia anida en ese pacífico entorno rural y no es posible determinar quién es el culpable porque todos los residentes llevan una navaja como la del criminal. Como habían anticipado las pinturas rupestres de los créditos de la película filmadas en detalle por Chabrol, el impulso asesino es algo intrínseco a la vida humana.

En Errante también conviven bajo una aparente armonía la más inhóspita naturaleza y la presencia organizadora de la actividad humana. Las construcciones pueblan los planos a medida que el clima se hace inclemente, los vientos arrecian con sus intrépidas ráfagas, la nieve tiñe todo del impávido color blanco. Casitas de madera, corrales para el ganado, muelles solitarios erigidos sobre el agua brumosa. Enclaves de protección frente a una naturaleza devoradora. Pero también asoman imponentes construcciones, torres petroleras que se elevan hacia los cielos, una iglesia que asoma firme como toda creencia. Intentos de la mano humana de intervenir en el ecosistema, dominarlo, regularlo. La ausencia de figuras humanas hace más radical la presencia de sus obras, intromisiones en un ambiente siempre calmo, agitado apenas por el viento o el sonido de la corriente de agua. Una violencia sutil y dispersa que impone con su pretendido orden una radical transformación de lo autóctono. ¿Cómo funciona la cámara en esa dinámica? ¿Qué extraño despertar implica su presencia? Las ovejas parecen notarla con cierta indiferencia, los caballos la observan de reojo con aparente recelo, los carneros la huelen a la distancia mientras mastican las hierbas. Los pájaros cantan. ¿Es una bienvenida o un llamado de alerta?

En algunas escenas irrumpe la música. Una melodía lejana pero insistente, esquiva al concepto de banda sonora, nacida de esa materialidad orgánica allí registrada. “La música que se escucha en la película es la que estaba escuchando en el momento en el que grabé los dos únicos planos tomados desde un interior”, explica Lestido. “Quería registrar todo lo que sucedía, visual y auditivamente, en el mismo momento en que sucedía. Que lo que se escuchara, ya fuera el sonido del viento, la nieve cayendo, el agua, los pájaros, los otros animales, fuera lo mismo que yo escuchaba mientras filmaba. Y si bien hubo un gran trabajo de diseño de sonido, la base estaba en el sonido directo. Hubo que limpiarlo y recrear los sonidos rotos, pero mi principal objetivo era reproducir lo que se escuchaba en el momento de capturar la imagen. Que la fiel reproducción de la realidad permitiese rasgar una pátina protectora y conectar con el propio interior”.

El momento más abstracto de la película llega en invierno, cuando aparecen las anheladas auroras boreales. Aquel esplendor del verano se apaga, la oscuridad parece adueñarse de los planos, las luces inundan el cielo. Se asemeja a la cercanía de la meta anhelada, a la marca del destino, aquel propuesto como horizonte en la partida. También al momento de mayor introspección, esa oscuridad plena previa a la emergencia de la luz. Pero sobre todo las auroras boreales empujan la película a un extraño clímax, a la frontera de lo figurativo, a una experiencia que desborda la mirada hacia el interior. “Las luces de colores en el cielo son las auroras, que estaban sucediendo en ese momento”, recuerda la directora. “Con ese movimiento, ese ritmo que sugieren, ese alumbrarse y apagarse, aparecer y desaparecer. No tiene que ver con representar un viaje hacia el espacio sino con mirar desde la Tierra la magia que se produce en el cielo. Están presentes en el capítulo del invierno no sólo porque es cuando es posible verlas sino porque simbolizan la parte más densa y esencial de la película. Fueron, como decía al principio, el origen de todo”.

Origen y llegada. La cita final confirma la circularidad. Pertenece al escritor japonés Haruki Murakami y destaca la supervivencia como asunción de un mandato, como exigencia de una promesa. “Hemos sobrevivido. Tú y yo. Y los que sobreviven tienen un deber que cumplir, que es seguir viviendo hasta el final”. Como en el cuento “Drive My Car” –publicado en el libro Hombres sin mujeres de 2015 y difundido hace apenas dos años gracias a la película homónima de Ryusuke Hamaguchi-, el trasfondo de esas palabras recuerda a la obra de Antón Chéjov, en particular al texto de Tío Vania, y a la despedida de sus personajes también con el legado de la supervivencia. Lestido afina su pluma sobre el final, revelando entre imágenes y escritura el secreto triunfo de haber completado un nuevo ciclo. Cuatro estaciones que expusieron sus condiciones bajo cada color del paisaje, impusieron sus límites como antesala de cada cambio, extendieron su influencia más allá de lo exterior. Como Sonia y su tío Vania cuando asumen la fragilidad y la resistencia como la esencia misma de la vida humana.

Hay dos frases que asoman alrededor del título, Errante. “La soledad del viaje” y “La conquista del hogar”. Ambas poderosas y significativas. Condensan la experiencia de la travesía y del documental, confiesan un registro sin compañías, expresión de la mirada y el camino interior, compartidos luego en el espacio de la sala, en la epopeya socializada. “Soy consciente de que la película pide la inmersión del público, exige mucha entrega por parte del espectador. Es también lo que para mí significó hacerla. Y es exigente porque es una película que va en contra de los tiempos inmediatos, que pide calma y quietud, silencio, bajar la ansiedad. Entregarse para poder entrar en la imagen y así vivir una experiencia que puede llegar a ser transformadora para el espectador”. La sala es así el último destino, tan silenciosa como las costas nórdicas en las que apenas se percibe el ir y venir de las olas, el ulular del viento, los tímidos graznidos de las aves. La sala como entorno sagrado, recipiente del placer cultual, de la comunión con las imágenes.

Producida por Lita Stantic, quien fue clave en el aprendizaje de Lestido sobre el mundo del cine – “la única película que ella dirigió, Un muro de silencio, fue fundamental en mi vida, me ayudó a atravesar mi propio muro, aunque siempre haya otro y otro y otro-, Errante vio la luz por primera vez en el Festival Internacional de Mar del Plata, junto al mar, un costa mundana y embravecida según el clima y los visitantes. “Fue una inmensa alegría, era donde quería que sucediera, con el mar de fondo. Pero estaba muy asustada, temía que el público se aburriera y se fuera. Sin embargo, fue conmovedora la concentración con la que se la vio, el silencio que reinó en las salas en todas las proyecciones. Fue hermoso el intercambio con el público en la sala, la inmediatez de la experiencia viva. Más allá de que una película sea documental o sea ficción, creo que el anclaje en una verdad es lo que permite el vuelo de la experiencia. Mi deseo es que el espectador se olvide de sí mismo y de que hay alguien detrás de la cámara. Que sienta algo propio. Que abrace la naturaleza”. Y quizás que en ese abrazo emprenda su propio viaje.

 

Errante: La conquista del hogar podrá verse todos los sábados de junio a las 18:00 en Malba Cine, del 1° al 8 de ese mes en Sala Lugones y desde el jueves 8, todos los jueves de junio a las 20:15 en la Sala Gaumont.

 

AQUEL VIAJE A LA ANTARTIDA

En 2011 comenzó la primera aventura de Adriana Lestido hacia los extremos del mundo. En ese año, una bióloga marina que la visitó en su casa de Mar de las Pampas terminó siendo su puerta de entrada hacia el lejano continente helado. Pero el destino original en Bahía Esperanza se desvió hacia Bahía Decepción, nombres premonitorios de ese pasaje del blanco al negro, de la nieve a la tierra volcánica. El resultado de la expedición fueron dos libros, Antártida negra, donde se exponen las extrañas imágenes de un descubrimiento desconcertante, y Antártida negra: Los diarios, que recogen el día a día de la expedición, los altibajos de la convivencia con aquel paisaje inesperado. Las fotografías representan una mirada única, atípica a cualquier registro convencional, cargadas de una emoción inusual, de una fuerza devastadora. Pero el mayor hallazgo está en la construcción de una serie visual, un viaje en imágenes que aspiran con insistencia al movimiento cinematográfico.

Los diarios funcionan como un registro preciso y desconcertante, un paso a paso de un camino que siempre se reserva lo sorprendente. La Antártida de Lestido no muestra su rostro afable, su blancura inmaculada y su armonía vital, sino una turbulencia feroz que adquiere materia en la mirada y eco en las palabras. La travesía abandona los ideales y los reformula en contingencias, cada imagen atesora una sorpresa, cada línea una respuesta inhallable. En paralelo, esas dos Antártidas negras, la desplegada en fotografías voraces y alucinantes y la recogida en el itinerario expedicionario y los contratiempos de la estadía, son ambos lados del espejo, la adherencia al cuerpo y la trascendencia del espíritu.

La llegada de Errante tiempo después confirmó ese impulso originario hacia lo desconocido, ese abrazo urgente a lo incierto. Ahora la cámara de video atesora el movimiento antes latente entre las series fotográficas, pero el germen de la exploración estaba allí, esperando. Las palabras de Lestido lo confirman, el norte de las brújulas como el origen obligado, esa luz escondida en el misterio del Sur y sus volcanes. La conquista de la morada interior revelada en el tránsito errante, en ese largo camino de la vida que nos permite construir una noción de hogar.

 

 

Antártida negra se podrá ver, desde el miércoles 7 de junio, en el Centro Cultural Borges, Viamonte 515. De miércoles a domingo, de 14 a 20. Gratis.