De vez en cuando la poesía rosarina da maravillosas sorpresas. Tal es el caso del nuevo y tercer libro de María Paula Alzugaray, que fue publicado este año en Córdoba por Editorial Alción. Bajo un título injustamente modesto, Todo llegó por sí solo reúne 42 poemas que aúnan un hondo compromiso existencial con una calidad formal excelsa.

Desde la bucólica ferocidad de la infancia corondina hasta las rutinas espesas de la noche de Rosario, no parece haber descenso a lo real de donde Alzugaray no arranque su heroico elixir poético. "Cuatro menos cuánto en una errancia alcoholada/ va preguntar qué hora la trae/ no va a encontrar fuego/ se va a desentender en un taxi/ va a cruzar los pensamientos de la ciudad", escribe en una cauta tercera persona. Amable cronista de las amistades, también diseca con impiedad realista los tipos sociales locales, como en su poema "Los avaros".

¿Puede una poeta ser ubicua, visible y secreta, todo a la vez? Esta licenciada en Letras nacida en Rosario en 1974 ha compilado y editado innumerables antologías de poetas locales de su generación, se ha desempeñado como gestora cultural en ámbitos tanto independientes como oficiales (III Congreso de la Lengua, Casa de la Poesía), ha publicado en casi cuarenta antologías nacionales e internacionales de poesía en lengua castellana, y sin embargo sólo contaba con dos libros artesanales, en inhallables ediciones de autor: Lo albergado (2008) y Estampados‑haikus (2014, con dibujos de María Zulema Amadei). Es decir que hasta que salió este nuevo poemario, si no se pertenecía al selecto círculo de "parias" (término empleado en uno de sus versos) que son invitados a lecturas de poesía, ni se contaba con los links adecuados a ciertos blogs o redes sociales, se desconocía esta obra.

Todo llegó por sí solo está destinado a ser uno de esos libros que reescriben cualquier canon. Y nada le llegó por sí solo. Detrás de sus 65 páginas hay media vida de materiales biográficos durísimos, acrisolados al fuego de un oficio también arduamente conquistado por su autora: alquimia ígnea de una poesía capaz de hacer belleza del dolor. Y no sólo del propio. El pulso de las palabras del pueblo es evocado por esta escritura hasta que esplende como una música grave y sagrada. "Brenda me llamo", dice una mamá pobre y ciega que llega "agitadísima al Cine Diana del barrio del Sindicato de la Carne". "Tan abrumadora su fatiga, la respiración tensada,/ el sobresalto para llegar, su flacura de laurel, tanto/ que salí a perseguir un milagro a lo largo de la avenida,/ fumé dándole vueltas a la idea de algo luminoso, sin sed,/ un futuro sin astillas".