¿Qué pasa cuando un gran autor muda de formato y lenguaje? Si ese autor además es argentino y habla una lengua tan local y rioplatense (acaso también pampeana, cuartetera, litoraleña y por qué no anarcoperonista), el planteo empieza a ofrecer algunos picantes extra. Tal podría ser el planteo para alguna cátedra futura de historia del arte si alguien se tomara el trabajo de analizar el último movimiento de Mauricio Kartun. ¿Cómo será, entonces, su aventura como novelista? Podría tener algunos preconceptos que entusiasmen. El hombre puede todo: un autor experimentado la rompe en cualquier terreno. Y esa exigencia propia y ajena podría ser demoledora para volver a intentar algo tan sencillo y chiquito como crear jugando con palabras alguna frase a compartir contigo lector, que estás ahí, con quien tenemos una relación ya cultivado y, acaso, para volver a cultivar. Y no necesitaba más lectores, porque estaba lleno de espectadores. Sin embargo, los lectores de una novela quizás no sean los mismos que los de aquella obra.

Salo solo, el patrullero del amor, así son el título y el subtítulo de esta novela episódica, construida como un eslabonamiento de peripecias del jubilado Salomón Goldfarb. Jubilado y judío, viudo de Villa Crespo que, frente al abismo de la soledad y la decrepitud, será intimado por médico de confianza: “Circule, Salomón. Circule. En los lugares de siempre no va a encontrar nada: Ábrase y circule”.

Una primera nota a destacar es la sintonía del humor. Kartun tiene una convicción y la lleva hasta el final. Podría resumirse así: la vida sin humor no vale nada. Y esta novela podría ser un trabajo de campo que deriva en ensayo (y que luego deriva en comedia novelada acerca del humor contemporáneo), sobre todo lo que nos está pasando con los vínculos y las redes, aplicado a un segmento etario específico. Un señor mayor combate la finitud del tiempo con osadía y torpeza, y así vivirá de fracaso en fracaso, siempre volviendo a intentarlo y volviendo a empezar, como diría el Polaco Goyeneche. Y cuando decimos comedia novelada nos acercamos a un punto en particular, que en algún momento el texto deja traslucir: la novela que escribió Kartun, basada en algunos relatos que a veces comparte con mucho eco en redes, podría ser ni más ni menos que el guion futuro de un espectáculo de stand up porteño o de una real y soberana comedia para el cine. Porque hay algo aquí en Salo solo que incomoda al escritor serio y rompe el molde de la góndola “novela argentina”: el intenso humor. El humor de Kartun es desbordante, permanente, línea a línea, y casi que uno podría recomendar esta novela solo por el humor inmediato y contagioso que provee. “Teatro para adultos, dice el cartel en la vidriera, pero adultos no quiere decir nada. Adultos decía el curso en el Rojas y el mayor tenía treinta. Empezó, se abatató y dejó. Necesita certezas. Certezas necesito, piensa el viudito y se va un viernes a la hora de entrada a semblantear el ambiente. Ve entrar señores y señoras. En edad de merecer, las señoras. Entonces sí”.

Chacarita, Villa del Parque, Constitución, la geografía de Kartun es una estética barrial de última hora, principios de siglo web y después, una dócil estética de pequeño comerciante sobreviviente. Dos mundos conviven, siempre dos tendencias, que pueden hasta ser la concertación de clases, el bonapartismo social o la destrucción mutua en guerra civil: “En una tenebrosa vereda de Villa Crespo, allí donde la vieja Canning se topa con Warnes, se enfrentan esa noche las dos potencias terapéuticas. Poderosa en su concentración, homeopática y espiritual. Química la otra, pujante y farmacológica.” Salo conocerá los diecinueve días y las quinientas noches de la soledad como el patrullero del amor, un ruso en patineta, mortal combate.

De manera que la novela de Kartun ya tiene varios grupos de lectores: seguidores de su dramaturgia, lectores nuevos atraídos por el tema, por ejemplo mucho público de la colectividad, pero en sentido amplio toda persona que claramente vaya acercándose en años hacia la dorada y nuevamente ingenua edad tercera. Y luego una franja de lectores donde Kartun sí conecta aquí y ahora en aguas profundas de nuestras nuevas viejas letras: desde Dalmiro Sáenz a Roberto Fontanarrosa, desde Les Luthiers y Jorge Schusheim al propio hijo Julián Kartun, carne de su carne. La lista podría seguir, yéndose al humor gráfico también. ¿Por qué? Con Dalmiro, porque hay algo del sexo y la vida cotidiana que perfila Salomón, un antihéroe que goza aún en la precariedad de la seguridad social y la urbanidad de una Buenos Aires que se hunde y sale a flote a bandazos. Con Fontanarrosa, porque la melodía del humor literario de Kartun es popular y masivo y tiene la sabiduría de los grandes artistas brasileños, que pueden tocar lo mejor y lo más difícil, el humor justamente, tanto en la Ópera de Río de Janeiro como en el Sambódromo un febrero, pasando por cualquier domingo en el Maracaná. Con los Luthiers y Schusheim, por lo que tienen de verso ilustrado y judío. Con Julián Kartún porque el nuevo humor de Mauricio se encuentra en esta novela con una necesidad de congeniar y compartir asados y vinos y enjuagues, y acaso paseos, códigos y muchas tardes y noches, con la alegría de los que están llegando.

Hace años que Mauricio Kartun hace escuela de arte y dramaturgia y escritura política de su tiempo, y a su manera sigue recogiendo guantes de largo plazo que encuentran una lengua, tres paredes y un diálogo entre imágenes e ideas, para volver a decir cosas sobre la diferencia social, sobre el encuentro afectivo de pequeños personajes. En sus textos dramáticos late siempre tenebrosa una fascinante, cruel y decadente oligarquía, y también una demoledora y aluvional fuerza popular nativa e inmigratoria. La redención tiene nombre, fecha y lugar. Laten los que vienen y siguen pensando la miseria y la acumulación, pero también la solidaridad y la buena vida, todo en un terrenito a la vera del río. En esta novela comedia, teoría y práctica del humor, tenemos fiesta y deriva jubilada de Salo solo, Salomón Goldfarb, que renuncia a la inactividad del preferiría no hacerlo para largarse a gozar y patinar por los cien barrios porteños, hasta nuevo aviso. Reírse a carcajadas, según Kartun, puede ser también una extraordinaria manera de militar contra el dolor y la ausencia.