El fusilamiento de Manuel Dorrego en 1828 abrió el camino del odio en la sociedad argentina. Un derrotero que se extendió a lo largo del siglo XIX en las luchas intestinas por la formación del Estado moderno y que tuvo su expresión más acaba en el exterminio masivo en los centros clandestinos de detención de la década de 1970. El atentado contra CFK marcó la ruptura del pacto de convivencia sellado en 1983. Cuando la democracia está por cumplir cuarenta años, Caras y Caretas dedica su edición de junio, que estará este domingo en los kioscos opcional con Página/12, a la historia de la violencia política en la Argentina.

En su columna de opinión, María Seoane sostiene: “Es increíble el parecido –la pulsión oscura que viene del fondo de la historia nacional– entre los objetivos y las pasiones que animaron el intento de magnicidio contra Cristina Fernández de Kirchner, el 1º de septiembre de 2022, y los de quienes asesinaron a Manuel Dorrego, fusilado el 13 de diciembre de 1828, en el que es considerado el primer crimen político de nuestra historia (siempre y cuando se acepte que a Mariano Moreno, el gran organizador de la Revolución de Mayo, no lo asesinaron por orden de los esbirros procolonialistas porteños en alta mar en 1811). Increíble similitud, cuando se trata de encontrar las causas y los efectos de la pulsión magnicida contra el derrotero político de los líderes populares a lo largo de nuestra historia nacional. Esa pulsión alcanzó en doscientos años a distintos líderes populares”.

En su editorial, Felipe Pigna reflexiona acerca de la efectividad del discurso de odio “insuflado permanentemente por los conglomerados empresariales mediáticos”: “A estos medios no se les exige ni seriedad ni verosimilitud. Son elegidos por difundir noticias, muchas veces calumnias e injurias, afines a los gustos de una audiencia que fueron moldeando de acuerdo a su ideología y conveniencia. No es solo el mecanismo de repetición lo que hace exitoso el discurso, sino también su renovación, esto es, ir actualizando las calumnias con la inestimable ayuda de la otra pata imprescindible en la generación de odio: un Poder Judicial funcional al poder, dispuesto a inventar causas contra los enemigos políticos elegidos y sostenerlas en el tiempo”.

Desde la nota de tapa, Hernán Brienza escribe sobre la matriz histórica de la violencia, que es “reconocible sencillamente: los representantes del liberalismo reaccionario en la Argentina casi siempre interrumpen el orden constitucional y asesinan a sus enemigos. Lavalle, Mitre, Sarmiento, Aramburu, Rojas, Videla, son apenas los apellidos militares que usa el poder económico real y el simbólico en las sombras. Detrás de ellos se ocultan los apellidos civiles: los Rivadavia, los Agüero, los Del Carril, los Martínez de Hoz. Juntos conforman esa elite un tanto ordinaria y pretenciosa, al mismo tiempo, que excede lo puramente recaudatorio, que se trata de un complejo cultural enraizado, y que podría denominarse, simplemente, ‘los que mandan’. Pero esa matriz también tiene su contracara. Y está formada por los que siempre mueren: los Dorrego, los Chilavert, los Peñaloza, los degollados de Cañada Gómez, las miles de víctimas de los coroneles de Mitre, los fusilados de la Patagonia, las víctimas del bombardeo de la Plaza de Mayo, los Valle, los Vallese, los 30 mil desaparecidos. Es decir, siempre mueren aquellos que se niegan a ser mandados como mascotas del poder”.

Luis Alén aborda los antecedentes de la violencia política en la Argentina asumiendo que Mariano Moreno fue asesinado en 1811. Francisco Senegaglia trabaja sobre las guerras civiles del siglo XIX entre unitarios y federales. Martín Albornoz escribe sobre los modos de la violencia política durante el período de la república conservadora. Y Alberto Lettieri hace lo propio con la etapa del yrigoyenismo y la Década Infame.

En tanto, Roberto Baschetti reconstruye los atentados contra Juan Domingo Perón, que incluyen el terrible bombardeo a la Plaza de Mayo, en 1955. Ricardo Ragendorfer escribe sobre la Operación Gaviota, un fallido atentado que el Ejército Revolucionario del Pueblo planeó contra el dictador Jorge Rafael Videla en 1977. Y Telma Luzzani trabaja sobre los magnicidios que tiñeron de sangre a la región latinoamericana durante el siglo XX y hasta la actualidad.

Ya ubicados en el panorama presente, Rocco Carbone reflexiona sobre el origen del odio, y Demián Verduga escribe sobre la ruptura del pacto democrático que supuso el atentado contra Cristina Fernández de Kirchner.

El número se completa con entrevistas con Felipe Pigna (por Damián Fresolone), María Estela Spinelli (por Adrián Melo), Gabriela Águila (por Ailín Bullentini) y José Manuel Ubeira (por Oscar Muñoz).

Un número imprescindible, con las ilustraciones y los diseños artesanales que caracterizan a Caras y Caretas desde su fundación a fines del siglo XIX hasta la modernidad del siglo XXI.