"¿Cómo escribir un artículo acerca de un 'error policial' que había costado la vida a cinco personas inocentes y sobre el cual circulaban varias versiones dudosas e incompatibles entre sí? El resultado es esta suerte de novela que escribí entre finales de 2018 y comienzos de 2021". Esto anota Federico Ferrogiaro al final de su nuevo libro, que se presenta este viernes 16 de junio a las 18.30 en el Café literario y bar cultural de Sede UNR (Maipú 1065). Publicado en la colección Confingere de UNR Editora, El miedo vino después es una "suerte de novela" y al mismo tiempo es una reflexión sobre la ética periodística, sobre el poder del relato escrito y sobre el valor de la crónica; un intento de revisionismo histórico sobre la historia reciente, un ejercicio literario y una novela de no ficción inspirada en la narrativa documentalista de Leo Sciascia. Ni Operación Masacre de Rodolfo Walsh ni Responso de Saer, el ambicioso proyecto seduce al lector con una prosa hipnótica y lucha sus 226 páginas por estar a la altura de un crimen real, cometido antes de 1976 por el terrorismo de Estado: la masacre del km 674 de la Ruta 9, o de Río Segundo, perpetrada el 23 de enero de 1974 por agentes del Comando Radioeléctrico de la ciudad de Córdoba contra cinco cooperativistas santafesinos que iban a Caroya.    

Suerte de novela fue la que tuvo Rómulo Cabral, el policía de la Federal que en el eficaz documental de Jorge Fenoglio sobre el tema (KM674, voltear a Obregón on Vimeo) se quiebra al recordar que esas balas eran para él y sus cuatro compañeros, que venían por la Ruta 9 pero llegaron media hora después. Cabral no es un personaje del libro de Ferrogiaro, quien inventa un policía muy villano y mucho más unidimensional: Cabrera. Pese a los apellidos parecidos, Cabrera no representa a Cabral, porque pertenecen a dos jurisdicciones distintas de las fuerzas policiales. Tanto el film de Fenoglio como el libro de Ferrogiaro se ven obligados a reconstruir aquella Argentina de 1974 donde tal cosa fue posible: que 19 agentes policiales de la ciudad les tendieran una emboscada a cinco agentes de la policía federal. KM674. Voltear a Obregón alude ya desde el título al gobernador de la provincia de Córdoba, Ricardo Armando Obregón Cano, un peronista de izquierda a quien la derecha peronista en el poder (¿a. k. a. Juan Perón mismo?) hacía lo imposible por embarrarle la cancha con cualquier sangre que lograran derramar.

El mayor mérito del libro es su lectura crítica de la versión oficial de la historia reciente, resumida en la frase que le da título. Lectura con la que se puede concordar o no, pero que al menos abre un debate necesario. El momento más terrorífico de la película, que tiene escenas violentas aterradoras, es sin embargo el clip del fanático discurso de José López Rega. En el libro, se concentra la responsabilidad en el entonces presidente y se desdibuja la de dicho ministro. Hoy hay un nuevo actor contemporáneo en la historia de la masacre de Río Segundo, y es Malcon Perucca, nieto de una de las víctimas. No está en el libro ni en la película. No tendría por qué estarlo, al menos en la novela, pero es importante señalar su existencia y su lucha por reabrir el caso y volver a juzgarlo como crimen de lesa humanidad. Reúne, según explica en el documental Carlos Hairabedián, las condiciones necesarias para ser declarado imprescriptible. Ya desde el comienzo del film queda claro que Hairabedián actuó como juez de instrucción de feria (y no fue él, como se da a entender en el libro, el juez que sentenció con la irrisoria pena de un año a los asesinos). 

Ni Ferrogiaro ni Fenoglio desaprovechan los ingredientes noir: un auto rojo, una ruta, tiros, la naturaleza indiferente que enmudece. El grabado que ilustra la tapa del libro, una bucólica "Escena matinal" de Ramiro Pasch, se resignifica como espacio siniestro en ese contexto. El libro se desliza hacia el documental cuando su editor toma otra buena decisión que es la de incluir, al comienzo y ni bien lo encuentra el narrador principal, un facsímil del artículo completo de 1974 en el que se inspiró. Su titular: "¡Masacrados!".    

Autor y editor van por un público joven. Los personajes explican los términos obsoletos. El editor añade apostillas informativas. Para Ferrogiaro parece ser importante crear un personaje que narre desde el presente. Empieza así con dos estereotipos: un narrador adolescente y su tía. Sigue con una alusión a un autor de la misma colección, Jorge Riestra, y en un universo similar al suyo presenta al narrador in fabula que tomará la posta: Ángel, uno de los dos periodistas de la revista Así que cubrieron el caso. Es a partir del relato de Ángel que la novela se vuelve interesante: cuando se adentra en la época, en el equivalente literario de los filtros verdeamarillos y la ropa vintage del film.

La dupla periodística de Ángel y Raúl se pone al hombro la historia como un nuevo dúo Sherlock Holmes-Watson o Quijote-Sancho Panza, y sostiene en su dialéctica una honda reflexión sobre la ética periodística. Y también, y no menos importante, sobre el valor del cronista como productor de las fuentes a las que luego recurrirán los historiadores para indagar la verdad. Dicho sea de paso, el de la interna sangrienta del peronismo es el territorio novelesco de Osvaldo Soriano. Pero Ferrogiaro pone en segundo plano ese contexto y se centra en la pesquisa de los reporteros. Siguiendo a Hemingway con su famosa teoría del iceberg, aplica la sinécdoque estructural, es decir: la figura retórica de la parte por el todo hace a la arquitectura misma de la obra. Y la parte es este crimen impensado, impensado incluso para los mismos criminales. Los dos periodistas son simpáticos. Interrogan los relatos contradictorios que se les ofrecen y hacen acordar a otra película: Zodiac, de Fincher. Tienen a su cargo el rol detectivesco, y aportan cierto alivio cómico. Tienen vísceras, necesidades físicas, emociones e integridad. Asumen, por esto, la voz de la autoconciencia. Expresan una de las cuestiones de la obra, que es la pregunta por el abismo entre "los hechos y las palabras". Llevan consigo "ese fuego inquisidor y sagrado que mueve a los sabuesos tras el rastro de la verdad". Se menciona que son dos empleados de Héctor Ricardo García, creador de Así y del canal Crónica.

La cautivante prosa fluye con oficio; los parlanchines personajes intentan dar cátedra de Historia. Otro personaje muy vivo es Odorico, el único rosarino de entre las víctimas; los demás eran de Armstrong (provincia de Santa Fe). En el capítulo que lleva su nombre de pila como título, hay una lírica instancia de ironía dramática donde los que van a morir pero lo ignoran "se sentían, como cualquier persona sana, arraigados en la vida, dueños del instante". Pero cabe preguntarse si una fusión entre realismo costumbrista satírico y novela policial negra era el cruce de géneros más productivo desde donde reescribir una crónica roja tan rica en implicancias, desaprovechando detalles ominosos como la coincidencia entre lugar y fecha (km 674 :: 23/1/74 :: 2+3+1=6/74). A veces, la realidad escribe mejor que nosotros, y escribe peores tragedias que las que podamos inventar. Sirva esta novela "post-autónoma" (diría Josefina Ludmer) como convite a la memoria, verdad y justicia por Víctor Cantoia (gerente de la Cooperativa Agrícola Ganadera de Armstrong Ltda.), Aldo Alberto Viotto (jefe de Contaduría de la cooperativa), Ernesto Pascucci (jefe de la sección Almacén), Roberto Blanch (jefe de la sección Tienda) y Odorico Montorfano (supervisor contable de F.A.C.A. Rosario).