Ser un padre, tener un padre, haber tenido uno, tener que hacerse un padre desde la ausencia radical. ¿Qué es lo que plantea la paternidad, aún hoy? Sabemos desde los padres del mito y los de la literatura (mis favoritos serán el de Paul Auster en La invención de la soledad y el de Philip Roth en Patrimonio) que el Padre habla, pero que paradojalmente está habitado por un silencio. Aun así, su voz puede ser atronadora.

El padre está pleno de un deseo de reconocimiento y también de un deseo parricida, de un deseo de muerte. Bastaría con leer Carta al padre de Franz Kafka, esa larga misiva que, interceptada por la madre, jamás llegó a su destinatario y que sólo la dedicación de Max Bröd salvó del olvido. La carta, de unas 50 páginas escritas en el lapso de algunos pocos días, es una suerte de testamento inverso, del hijo al padre, donde entre miles de reproches y pruebas de desamor y desaprobación, confiesa a su padre: “Mi escritura trataba de ti, allí sólo me quejaba de aquello que no podía quejarme sobre tu pecho”.

La carta desliza una clave de lectura de toda su obra. En Kafka, la letra escrita trata de una sola realidad, la ficción que se estructura en torno a la Ley, al Nombre del Padre, a la autoridad suprema: “inalcanzable, impenetrable, imprevisible e implacable”.

Desde el comienzo, desde el libro inaugural para el psicoanálisis que es La interpretación de los sueños y que Freud fechara en 1900, el tema del padre ha sido un concepto que va mucho más allá de la persona que lo encarna. Eje central para Freud que fue derivando hacia muchas otras figuras como la del Ideal del yo, la conciencia moral, el Superyo, el padre del Edipo, Moisés, la ley, la interdicción del incesto, y en todos los padres que encontrara en su experiencia clínica.

Desde el sueño supuestamente contrario a la teoría del niño muerto que es velado y en el sueño retorna vivo para suplicar: “Padre, ¿no ves que ardo?”, hasta la invocación desesperada de Jesucristo en la cruz: Padre, ¿por qué me has abandonado?

Lacan dirá en 1957 que “toda la interrogación freudiana --no solo en su doctrina, sino en la experiencia del propio sujeto Freud, que podemos seguir a través de sus confidencias que nos hizo, a través de sus sueños y el progreso de su pensamiento, todo lo que ahora sabemos sobre su vida, de sus costumbres, incluso de sus actitudes en su familia, contada por el señor Jones de una forma más o menos completa pero cierta-- toda ella se reduce a esto: ¿Qué es ser un padre?”

Esto se plantea Lacan en 1957, como si fuera el reverso de la póstuma pregunta de Freud acerca de lo que nunca ha logrado comprender en cuanto a lo femenino y que resume en la pregunta ¿Qué quiere una mujer?

La pregunta por el padre parece haber ella misma “declinado” en la última década siguiendo el patrón de la crítica al patriarcado en el horizonte de las luchas políticas del feminismo y, por continuidad, con el supuesto falocentrismo de la teoría psicoanalítica.

Muy a contracorriente de la época, en su libro Declinaciones del padre, Carlos Basch no esquiva el desafío de replantearse la misma pregunta que Lacan adjudica a Freud pero que a su vez retoma con nuevos bríos.

La pregunta por el padre se declina, y al declinar, lo que ocurre contemporáneamente con el ocaso del imperio austrohúngaro, crea la ocasión y el espacio para que el inconsciente advenga en la historia de la cultura.

Para el texto de Basch, el padre es el nombre del corte con aquello que llamamos originario, el padre ejerce una función de corte con la madre que resulta esencial para determinar la entrada del sujeto en la cultura.

El sujeto, en tanto hijo, queda colocado en una encrucijada entre la prohibición del incesto y las leyes del lenguaje.

Fue el abandono y la ausencia de los dioses paganos del politeísmo, que jugaban el destino de un sujeto, lo que produjeron ese vacío que se convierte en las marcas de la falta, la culpa en la religión monoteísta. El dios-padre del judaísmo retornará luego bajo la forma de un hijo-dios del amor en el fantasma cristiano. La falta, el error del padre en la antigüedad griega es la consecuente culpa trágica en el hijo. ¿Será de ese modo que la falta del padre se hereda como deuda del sujeto?

Nos corresponde preguntarnos acerca de qué es el padre caricatural en la modernidad. Ese padre que no sabe o no quiere o no puede sostenerse y que propicia, sin proponérselo, nuevas formas del malestar en relación a las perturbaciones en el destino de la pulsión.

El misterio de la paternidad es la lógica interna de la estructura que se devela en circunstancias privilegiadas como el duelo, como en Auster o en Roth.

El misterio de la paternidad es siempre un interrogante sobre ese progreso en la espiritualidad que, para Freud, implica “lo paterno”, margen de alguna incerteza y también de un vacío. La paternidad, esa instancia tercera, que está en la base de la práctica analítica para la subjetivación de una pérdida; un duelo que invita a sustituir (no queda otro camino) para poder desear siempre “otra cosa” pero siempre también con un resto imposible

Cito acá el sueño de duelo de Roth en Patrimonio. El autor no sabe cómo vestir al padre para su entierro, decide envolver el cuerpo desnudo en un manto religioso antiguo que encuentra en la casa. No quiere mandarlo a la eternidad con su traje de oficinista.

A la semana siguiente sueña que el padre regresa para decirle: “Te equivocaste, debiste haberme puesto el traje”.

(A partir de la lectura de Declinaciones del padre de Carlos Basch).

Alicia Killner es psicoanalista miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Actualmente coordinadora de Cultura APA.